La anomia en la novela colombiana - La anomia en la novela de crímenes en Colombia - Libros y Revistas - VLEX 857239772

La anomia en la novela colombiana

AutorGustavo Forero Quintero
Cargo del AutorDoctor Cum Laude en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, por un estudio sobre el símbolo del espejo en la novela histórica de Germán Espinosa, y Magíster en Études Romanes de la Universidad de la Sorbona (París IV)
Páginas123-319
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Segunda parte
LA ANOMIA EN LA NOVELA COLOMBIANA
la cuestión del género: de la novela de la ciudad
a la literatura testimonial
“Ahora los géneros se entrecruzan en intrincación insoluble,
como signos del auténtico y del inauténtico buscar un fin
que ya no está dado clara ni inequívocamente”
(Lukács, Teoría de la novela 308)
Colombia tiene toda una tradición literaria que ronda la novela de crímenes.
Sus relaciones con clasificaciones como la novela de la ciudad, la novela de la
violencia, la novela urbana y la novela histórica hacen parte de sus fronteras,
y no se puede negar el hecho de que estas fronteras son más didácticas que
materiales. Una novela puede pertenecer a uno y otro género sin perjuicio de
su propia especificidad literaria; puede girar alrededor de un crimen, pero dar
cuenta de un hecho histórico; puede aludir a un ambiente generalizado de
violencia y desarrollarse en una ciudad determinada; o, finalmente, puede dar
cuenta de una perspectiva urbana, interiorizada en un personaje, y desarrollar
un conflicto a la vez histórico y criminal —para el caso, anómico—. Desde el
punto de vista de este trabajo, se defiende la tesis de que la anomia puede ser
una clave de comprensión de esos distintos subgéneros literarios, y, más aún,
de su concreción reciente en lo que se ha denominado la novela de crímenes
de los últimos años. Escritores como Gabriel García Márquez, Óscar Collazos,
Manuel Mejía Vallejo o Gustavo Álvarez Gardeazábal pueden ilustrar casos
de transición o de frontera entre estos, y en su obra misma se podría analizar
una tendencia de desplazamiento de una a otra expresión literaria hacia el
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Gustavo Forero Quintero
subgénero vecino, todo dentro de la dinámica de ausencia de normas o bien
caducidad de las mismas en la novela. La ruta que va de Cóndores no entierran
todos los días (1971) a Comandante Paraíso (2002) —ambas, obras de Álvarez
Gardeazábal— serviría de ejemplo del hecho, sobre todo pasando por el en-
sayo “La revolución incompleta” (1989) del mismo escritor y, más aún, por
sus circunstancias personales en el momento de la escritura de Comandante.
De Manuel Mejía Vallejo, el espacio literario que va de El día señalado (1963)
a Las muertes ajenas (1979) podría ilustrar la transición entre la novela de la
violencia, la novela de la ciudad y la novela de crímenes que se analiza aquí. La
historia de José Miguel Pérez, protagonista de la primera, y la de los personajes
de Las muertes ajenas como Ernesto Larrea —“El Espía”— y Mercedes ilustran
tal transición: el primero, hombre del campo, muere justamente por defender
lo suyo, el caballo que le roban los soldados del Gobierno; mientras que los
segundos viven en una ciudad habitada por “los desplazados del campo, los
mutilados, personas que se venden a cualquier precio. La policía no sale mejor
librada, tampoco los periodistas” (Lew 22): en este último caso, “La ciudad
[…] [es una] Evocación de la cárcel, de la tortura, de la venta de droga, de
los asesinatos, de las violaciones” (Lew 21), un canto “a la estafa, al engaño, al
raterismo, a la mentira, al fraude” (Mejía Vallejo 23). Asimismo, mientras en
Cien años de soledad García Márquez narra:
Muchos años después, ese niño había de seguir contando, sin que nadie se lo creyera,
que había visto al teniente leyendo con una bocina de gramófono el Decreto Número
4 del Jefe Civil y Militar de la provincia. Estaba firmado por el general Carlos Cor-
tés Vargas, y por su secretario, el mayor Enrique García Isaza, y en tres artículos de
ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al
ejército para matarlos a bala (258).
En Noticia de un secuestro (1996), en el campo del periodismo escrito, el
nobel cuenta:
Villamizar no desperdició la ocasión de resolver tres grandes incógnitas de su vida:
por qué habían matado a Luis Carlos Galán […] Escobar rechazó toda culpa sobre
el primer crimen. “Lo que pasa es que al doctor Galán lo quería matar todo el mun-
do”, dijo. Admitió que había estado presente en las discusiones en que se decidió el
atentado, pero negó que hubiera intervenido o tuviera algo que ver con los hechos.
“En eso intervino muchísima gente —dijo—. Yo inclusive me opuse porque sabía
lo que se venía si lo mataban, pero si ésa era la decisión, yo no quería oponerme. Le
ruego que se lo diga así a doña Gloria” (477-478).
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La anomia en la novela de crímenes en Colombia
En casos como este, el género debe asumir incluso el hecho de que hay textos
que hoy pueden ser catalogados como crónica periodística o testimonios que le
son muy cercanos y que, quizá, dependiendo de la calidad de la obra y el autor,
puedan ser asumidos como novelas con el paso del tiempo o en un contexto
distinto al que se refieren. Es también el caso, por ejemplo, de El pelaíto que
no duró nada1 (1992), de Víctor Gaviria; La bruja (1994), El Karina (1985) y Mi
alma se la dejo al diablo (1982), de Germán Castro Caycedo; Verdugo de verdugos
(2002), de Fabio Restrepo; No nacimos pa’semilla (2002), de Alonso Salazar;
Amando a Pablo, odiando a Escobar (2007), de Virginia Vallejo; El olvido que
seremos (2007), de Héctor Abad Faciolince, o No hay silencio que no termine
(2010), de Ingrid Betancourt. Como sucede con los textos de Tomás Eloy Mar-
tínez (La novela de Perón [1985] o Santa Evita [1995] así podrían ilustrarlo) y
Terry Eagleton (con Saints and Scholars [1987] y The Gatekeeper: A Memoir
[2001]), que reúnen escándalo e historia, reportaje o crónica y Literatura, y,
como lo han sugerido Theodor Adorno y Hans Robert Jauss,2 la clasificación
puede depender de la industria editorial que incluye uno u otro texto en cada
categoría. Lo que interesa aquí es explicar una forma narrativa en función de
una noción como la anomia. Desde este punto de vista se pueden analizar los
elementos fundamentales de esta clase de narrativa y los subgéneros de la novela
colombiana contemporánea.
la ciudad, el crimen y la historia
“Salían como ratas los efímeros inquilinos de la sórdida
pocilga. Hombres y mujeres escapaban furtivamente como
si anduvieran bajo el peligro de una persecución infatigable,
prófugos de su misma vida, y sólo algunos permanecían un
rato en el patio. Los dormitorios no quedaban, sin embargo,
desocupados, pues los últimos huéspedes habían llegado al
amanecer, fatigados de sus fechorías, con frecuencia estériles,
como los pájaros de presa nocturnos”
(Osorio Lizarazo, El día del odio 87)
1 Óscar Osorio toma esta obra, El pelaíto que no duró nada, como novela, acaso por el desco-
nocimiento de la historia real (Osorio, “El sicario en la novela colombiana” 64).
2 Sobre el tema puede leerse el artículo de Wolfgang Iser “El proceso de lectura: Enfoque
fenomenológico”. Asimismo, en La historia de la literatura como provocación, este autor ha
analizado, además, el proceso mediante el cual el arte en la modernidad “se ha emancipado
de la autoridad de la tradición antigua” (8), lo que tiene relación con lo que se señala a conti-
nuación sobre la crítica del género negro a la ratio tradicional.

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