Capitalismo y globalización: el capital en la era del capital tecnológico. - Vol. 26 Núm. 2, Julio 2014 - Revista Desafíos - Libros y Revistas - VLEX 557921758

Capitalismo y globalización: el capital en la era del capital tecnológico.

AutorArbuet Osuna, Camila
CargoDossier tem
Páginas97(28)

Capitalism and Globalization: Das Kapital in the Era of Technological Capital

Capitalismo e globalização: O capital na era do capital tecnológico

La historia nos ha enseñado que todas las teorías tienen fecha de vencimiento. En el caso del marxismo, el último de los Grandes Relatos, hemos de decir que, en cuanto matriz explicativa, ha roto todos los récords temporales, ya que aún aporta ejes para comprender el desarrollo de las relaciones sociales. Esto se debe tanto a la increíble capacidad de prognosis de Marx, que pudo captar buena parte del progreso de la lógica del capital a escala global a partir de los elementos de su etapa germinal, como al variopinto alud de pensadores que siguieron las huellas, más que de un pensamiento, de un modo de pensar, que reavivaron las tesis clásicas al calor de los nuevos acontecimientos y sensibilidades. Sin embargo, los años pasan para todo y es imprescindible que aquella gran virtud que siempre tuvo el marxismo, me refiero a su vínculo con la vitalidad de la política, se preserve y muestre los alcances y los límites actuales su teoría política.

Sería una tarea imposible para la extensión que propone un artículo desarrollar las hipótesis más fuertes que aventura explícitamente El capital, pero sí es posible reducir taquigráficamente el corazón del texto a unas cinco proposiciones fundamentales sobre la caracterización del sistema capitalista: 1) los intercambios mercantiles que lleva adelante la lógica del capital terminan necesariamente en el fetichismo de la mercancía, que es una propiedad de dicha lógica. 2) Existe una propensión a la igualación de la tasa media de ganancia, en cuanto que la invención tecnológica--imitada por la competencia--da una ventaja circunstancial. 3) La reproducción del capital necesita la transformación de parte del excedente social (plusvalía) en capital. 4) Hay una tendencia por la cual las ramas económicas más concentradas arrastran el excedente de las menos concentradas y generan la constitución del oligopolio y el monopolio. 5) Podemos encontrar un adentro del mercado mundial y un afuera del mercado mundial que le hace resistencia y que es el resultado de formas históricas anteriores.

Sobre este cuadro general analizaremos las rupturas y las continuidades que la rápida metamorfosis del capital ha impuesto, en este último medio siglo, a las condiciones de existencia: al trastocar las relaciones sociales y las identidades de clase, al erosionar la importancia de los Estados más allá de su papel de garantes de la relaciones de producción, al generar nuevos sujetos (que formatean su deseo de acuerdo con la lógica de la mercancía), al modificar la naturaleza de muchas formas de disidencia política y la concepción misma de poder. La propuesta de este trabajo, por lo tanto, es cotejar las proposiciones marxistas expuestas con las condiciones de existencia de esta nueva última y particular globalización reponiendo la pregunta política por excelencia, ¿qué hacer?, ¿cómo pensar la política en estas circunstancias?, ¿cuáles son los espacios de resistencia que se abren, cuáles son las fisuras, en este nuevo sistema? Comencemos por analizar la vigencia de la primera proposición y sus posibilidades de actualización.

Uno. Continuidad y complejización de "el fetichismo de la mercancía"

La forma mercancía y la relación de valor de los productos del trabajo en que esa forma cobra cuerpo, no tiene absolutamente nada que ver con su carácter físico ni con las relaciones materiales que de este carácter se derivan. Lo que aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres.

Karl Marx, El capital

La mediación de los vínculos interpersonales por las mercancías, que parecieran tener una entidad propia por fuera de las relaciones humanas que las hacen existir, no solo se ha sostenido sino que ha escalado a grados increíbles. La ocupación del espacio espectral en el que debiera estar inscrito, así sea simbólicamente, el productor por la pura exposición de la mercancía bajo sus propias reglas de mostración, ha sido eyectada a nuevas escalas por la propaganda. En ella se muestra una mercancía, en su necesario sistema de relaciones con otras, envuelta por una cadena de signos sociales inequívocos, desprovista de cualquier vínculo con el trabajo que la hizo posible. Rodeando al objeto solo se encuentra la promesa, siempre renovada, de la felicidad: entendida como la evasión de la muerte y, principalmente, del sinsentido. El trabajo tiene mala prensa, quizás porque todos al menos sospechan que detrás de casi toda trasnacional la explotación ha alcanzado niveles tan demenciales como exorbitantes son sus tasas de ganancia, posibilitadas por las leyes de flexibilización laboral, la desregulación estatal y la descentralización de la producción en las comunidades pobres de todo el mundo; quizás por la alienación intrínseca al trabajo en el capitalismo. El olvido de esta situación, como del resto de relaciones sociales opresivas que mantienen funcionando el consumo (el ejemplo obvio es el de las reglas del patriarcado en la venta de productos de limpieza y belleza), es la función de la propaganda, la actual encargada de que funcione la suspensión de la credibilidad que toda gran ficción requiere. Esta situación de creciente anomia que abre el fetichismo de la mercancía se vio potenciada, además, por la terrible pérdida de las antiguas formas de intercambio y solidaridad que el quiebre de todo horizonte social común trajo aparejado, después de las tumultuosas décadas de los setenta, ochenta y noventa.

Esto ha llevado a que algunos argumentos de las resistencias apelen a la vulnerabilidad compartida como elemento aglutinante, en medio de un mar de sujetos disociados, tratando de hacer consciente no la igualdad, pero sí la paridad de nuestra exposición a los regímenes de explotación y regulación del capital (al partir de la situación de nuestros propios cuerpos). Darse esta estrategia, en medio de la gran fragmentación que poseen las luchas políticas actuales, supone dejar de ver a ese Otro--sublimado más que yo (1) en la mostración mercantil--como un Otro que cuestiona mis condiciones de existencia (Butler, 2006), principalmente de consumo, y pasar a verlo como un Otro que comparte la resistencia contra su formateo como mercancía.

Por un lado, el fetichismo de la mercancía, unido con la mercantilización del cuerpo, ha lesionado sensiblemente la capacidad de indignación; por el otro, la diferenciación social entre el valor de una vida y otra ha llegado a grados inenarrables. Sin embargo, hay quienes sostienen que si bien el fetichismo de la mercancía sigue en plena vigencia, es incompatible con la fetichización de las personas, y el argumento esgrimido para sostener esta hipótesis, que ha contribuido al relego del análisis de esta gran proposición marxista, es el siguiente:

No podemos decir que en las sociedades en las que la producción para el mercado es la que predomina--en último término, en las sociedades capitalistas--"con el hombre sucede lo mismo que con las mercancías" [cita de Elcapital]. Precisamente lo opuesto es lo verdadero: el fetichismo de la mercancía acontece en las sociedades capitalistas, pero en el capitalismo, las relaciones entre los hombres no están claramente "fetichizadas"; lo que hay son relaciones entre gente "libre" y cada persona sigue su propio interés egoísta. La forma predominante y determinante de las relaciones entre las personas no es la dominación y la servidumbre, sino un contrato entre personas libres que son iguales a los ojos de la ley. El modelo es el intercambio de mercado: dos sujetos se encuentran y su relación carece de las trabas de la veneración al Amo, del patrocinio y del cuidado del Amo por sus súbditos; se encuentran como dos personas cuya actividad está cabalmente determinada por sus intereses egoístas: cada quien procede como un bien utilitario; la otra persona está despojada para cada quien de toda aura mística; todo lo que ve cada quien en su socio es a otro sujeto que sigue su interés y que a él solo le interesa en la medida en que posea algo--una mercancía--que pueda satisfacer algunas de sus necesidades (Zizek, 2003, p. 52).

Slavoj Zizek cae, en esta afirmación, en la trampa liberal de la igualdad de posibilidades abstractas y parece, en este aferro a las condiciones formales, olvidar las múltiples limitaciones que este ideal, "iguales ante los ojos de la ley", tiene. No se trata de negar la revolución que esta igualdad civil supuso frente a la dominación del Antiguo Régimen, sino de no relegar sus evidentes restricciones en un mundo profundamente desigual social y económicamente. El engaño que marcaba Marx que suponía la igualación de una mercancía con otra (como objetos que valen lo mismo) es ilustrativamente analogable al engaño que supone la igualación de una persona con otra: en ambos casos, esta igualación es necesaria para el intercambio (económico o político), pero encubre los signos de la diferencia: en el último caso de clase, sexo, raza, credo, etc. Por lo tanto, una cosa es que necesitemos de su universal para hacer la convivencia posible (cuestión que es opinable, pero claramente la ficción política por la que todos somos libres e iguales es mejor que las otras que hemos experimentado) y otra muy distinta es que naturalicemos este universal olvidando su carácter ficcional, convencional y represivo.

Por otra parte, no es preciso que haya una relación entre amo y esclavo para que la mediación mercantil le otorgue a alguna de las partes, como prolongación de la mercancía que exhibe, un aura mística. Baste ver los dandys que aparecen en los comerciales de autos o las féminas de las propagandas de perfumes para percibir la mistificación de esos cuerpos suprahumanos: sin problemas, sin marcas, sin poros. Podemos decir que el vínculo entre las personas no se fetichiza...

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