La casa de vecindad de José Antonio Osorio Lizarazo y La busca de Pío Baroja, el habitar del individuo entre la anomia y el anonimato - Segunda parte. Violencia, Estado y anomia en las novelas de crímenes - República, violencia y género en la novela de crímenes - Libros y Revistas - VLEX 857369698

La casa de vecindad de José Antonio Osorio Lizarazo y La busca de Pío Baroja, el habitar del individuo entre la anomia y el anonimato

AutorMaría Victoria Echeverri García
Páginas195-228
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LA CASA DE VECINDAD DE JOSÉ ANTONIO
OSORIO LIZARAZO Y LA BUSCA DE PÍO BAROJA,
EL HABITAR DEL INDIVIDUO ENTRE
LA ANOMIA Y EL ANONIMATO
María Victoria Echeverri García
Durante las primeras décadas del siglo xx, las ciudades de América Latina
vivieron una explosión demográfica y social con diferentes efectos. Según
el historiador José Luis Romero en su obra Latinoamérica: las ciudades y
las ideas (1999), además del crecimiento de la población:
[…] comenzó a producirse un intenso éxodo rural que trasladaba hacia las
ciudades los mayores volúmenes de población, de modo que la explosión
sociodemográfica se trasmutó en una explosión urbana. Con ese rostro se
presentó el problema en las décadas que siguieron a la crisis de 1930. (p. 389)
De acuerdo con Romero, “la masa” se constituyó a partir de la fusión
entre los grupos de inmigrantes y los sectores populares y de pequeña
clase media de la estructura tradicional:
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El nombre con que se la designó, más frecuente que el de multitud, adquirió
cierto sentido restringido y preciso. La masa fue ese conjunto heterogéneo,
marginalmente situado al lado de una sociedad normalizada, frente a la cual
se presentaba como un conjunto anómico. Era un conjunto urbano, aunque
urbanizado en distinta medida, puesto que se integraba con gente urbana de
antigua data y gente de extracción rural que comenzaba a urbanizarse. Pero
muy pronto su fisonomía fue decididamente urbana y lo fue su comporta-
miento: constituyó una sociedad, se opuso a la otra sociedad congregada y
compacta que ya existía. Así se presentó el conjunto de la sociedad urbana
como una sociedad escindida, una nueva y reverdecida sociedad barroca.
(Ibídem, pp. 405-406)
España, por su parte, vivió su propio proceso de masificación durante
el cambio de siglo. En primer lugar, se puede afirmar que el siglo xIx ter-
minó con una grave crisis, el fin del poder sobre las colonias. En 1895 y
1896, se produjeron levantamientos en Cuba y Filipinas, respectivamente
y, en 1898, la antigua metrópoli se vio obligada a firmar el Tratado de
París, con el que renunció a sus antiguas posesiones. En consecuencia,
Cuba consiguió su independencia, mientras que Filipinas y Puerto Rico
quedaron bajo el control de Estados Unidos. En este contexto, España
entró en la llamada modernidad, caracterizada por un desarrollo capitalista
desigual. Según Pedro Ribas (1998), la revolución industrial en España
no alcanzó el desenvolvimiento de países como Inglaterra u Holanda;
aunque la zona de Cataluña desarrolló la industria textil y el norte del
país hizo lo mismo con la siderúrgica, en la capital la industria se activó
lentamente. El Madrid de fin de siglo vivió un aumento drástico de la po-
blación. Factores como la pauperización del campo, la concentración del
capital y la burocratización del Estado llevaron al crecimiento demográfico
de la ciudad. Sin embargo, la capital y su pequeña industria no estaban
preparadas para recibir el gran número de personas que abandonaron
sus tierras. Según Miguel Ángel García (2007), este era, entonces, “[u]n
Madrid que había crecido espectacularmente y tenía cerca de medio
millón de habitantes, […] crecimiento que no benefició en absoluto a
las clases menos favorecidas” (p. 35).
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En este marco, las sociedades urbanas, tanto en España como en Lati-
noamérica, cambiaron profundamente, se masificaron las formas de vida
y las mentalidades, además de la fisonomía urbana. Esta transformación
se evidenció en la formación y “yuxtaposición de guetos incomunica-
dos y anómicos. La anomia empezó a ser también una característica del
conjunto” (Romero, 1999, p. 388). Según Romero, era inevitable que
la explosión urbana diera lugar a diferentes explosiones sociales en las
ciudades, pues:
[…] mientras más crecía la ciudad más expectativas creaba y, en consecuen-
cia, más gente atraía porque parecía que podía absorberla; pero, en rigor,
el número de quienes se incorporaban a la estructura urbana era siempre
superior a lo que la estructura podía soportar. (Ibídem, p. 395)
Es este resquebrajamiento de la sociedad urbana tradicional, definido
por la inestabilidad socioeconómica y por la frecuente yuxtaposición de
diversos grupos con diferentes experiencias de vida el que, en efecto,
conduce a la anomia. Así, para Gustavo Forero (2017), inicialmente la
anomia se definía como “negación de la ley, ilegalidad, falta de conformi-
dad de la ley, o como violación y desacato de esta” (p. 65). En general, el
punto de referencia lo estableció la norma definida por un grupo social
determinado. En este sentido, el concepto de anomia tiene diferentes
focos de atención (individual o colectivo; psicológico o sociológico) de
acuerdo con el desarrollo de cada sociedad. Según Émile Durkheim, las
crisis que dificultan la estabilidad socioeconómica y conductual del su-
jeto llevaron a un estado de desintegración y de pérdida de horizontes,
originado en la toma de distancia de los individuos ante una sociedad que
se volvió cada vez más impersonal. En este estado, los vínculos sociales se
debilitaron y la sociedad perdió su fuerza de integración de los individuos.
En consonancia con este panorama, la concurrencia caótica de la
acción de los individuos, según Edison Neira (2004), originó la pro-
gresiva desaparición del sentido de comunidad (entendido como estado
primitivo de la vida en común, duradera y auténtica) y estableció el de
sociedad (vida en común, pasajera y aparente, en la que los hombres están
esencialmente separados). Desde esta perspectiva, fue la sociedad la que

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