Chile y el proceso de cambios: el desarrollismo y la revolución en los gobierno de Eduardo Frei y Salvador Allende - Democracia y humanización en el Chile contemporáneo. Política, sociedad y valores - Libros y Revistas - VLEX 850620486

Chile y el proceso de cambios: el desarrollismo y la revolución en los gobierno de Eduardo Frei y Salvador Allende

AutorLuis Pacheco Pastene/María Antonieta Huerta Malbrán
Páginas213-438
Capítulo IV
Chile y el proceso de cambios: el desarrollismo
y la revolución en los gobiernos de Eduardo Frei y
Salvador Allende
La nueva conciencia histórica y el debate por los cambios
Si retomamos algunas de las ideas y acontecimientos que se dan en Chile a
partir de la década de 1930, se percibe tanto en el ámbito sociopolítico —es
decir, en el accionar de los partidos, en la organización de los trabajadores, en
la acción sindical— como en los compromisos sociales y políticos de la Iglesia
chilena una ampliación del horizonte histórico: se inserta en una dinámica inter-
nacional, particularmente en América Latina, que mostrará un esfuerzo mayor
por entender los fenómenos concretos que ocurren en todos los campos de la
vida del ser humano y en todas las transformaciones valóricas, que van a ex-
presar de manera distinta un más claro sentido de lo universal y de lo que se en-
tiende como nuevas realidades, dentro de esa nueva forma de ser humanidad.
Van a aparecer y se van a proyectar desde el momento histórico que seña-
lamos nuevas acciones, nuevas formas de incorporar a los laicos, con la fuerza
del magisterio, a la vorágine de los cambios sociales y políticos que están suce-
diendo en el mundo contemporáneo. La Acción Social Católica, que ha pasado
a ser el motor del apostolado laico, va a expresar el contenido de la propuesta
sociopolítica, y también de la visión eclesiológica de ese periodo de renovación
de lo que había sido la cristiandad. Por Acción Social Católica
entendemos el esfuerzo organizado y constante para establecer y consolidar en
el mundo un orden socialcristiano y, mediante él, resolver los problemas y
remediar los males sociales que afligen a la humanidad […]. Este esfuerzo
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debemos hacerlo los católicos bajo la guía infalible de la Iglesia, inspirados
firme y profundamente en las doctrinas de justicia social y de caridad fraternal
que ella nos enseña. […]. Esta A. S. (Acción Social) como lo han proclamado
los S.S. Pontífices, especialmente León XIII y Pío XI, deben llevarla a cabo,
en primer lugar, los mismos hombres que están interesados en los problemas
sociales y los más afectados por los males de la sociedad actual, los obreros y
los patrones y en segundo lugar, el Estado con sus leyes e instituciones. […].
En tercer lugar interviene la Iglesia, por derecho y deber propio no en la parte
técnica y administrativa de las obras o relaciones sociales, sino en los intereses
confiados por el Salvador a la promoción y tutela de su Iglesia.1
La Acción Social Católica es más amplia que la Acción Católica, pero
monseñor Caro estima que debe recibir la directiva de sus enseñanzas, y estará
por sobre los partidos políticos, concibiéndola de alguna manera por sobre
estos, en la medida en que sus grandes fines articuladores deben ser la obser-
vancia mundial de la justicia social y de la fraternidad humana y evangélica,
para todos los seres humanos y naciones, sin distinguir razas, pensamien-
tos políticos o religiones. Es un instante o es una propuesta de mutua colabo-
ración, en busca del mayor bienestar posible de acuerdo con la dignidad de la
persona y su fin último2.
Estamos en la aspiración del orden social cristiano, y si bien la propuesta
de la Iglesia pretende estar por sobre los partidos, es inevitable que los cristia-
nos que buscan nuevas definiciones en nuevas organizaciones, como la Falan-
ge, tengan como ideal político la concreción de ese orden. Así el compromiso y
la obligación como católico que emanan de las directivas de la Iglesia universal
y nacional son el puente inevitable entre la Iglesia y políticos católicos, salvo
para aquellos sectores más conservadores, como lo hemos advertido.
El orden social cristiano es una dimensión de la mayor universalidad, pe-
ro encierra elementos restrictivos. La idea es que la Iglesia lleva un mensaje a la
historia, pero no se ve apertura para recoger lo diferente y potencialmente valio-
so de esta misma experiencia histórica; a pesar de ello, todo este compromiso
1. José María Caro (monseñor), “La acción social católica”, Revista Católica 865-866 (1940): 3.
Se trata de un proyecto que había elaborado monseñor Caro para una Acción Social, dos
años antes de la fecha de esta publicación, y que hace suyo el Secretariado Económico Social,
establecido por la Acción Católica, promoviendo su conocimiento para servir de norma a los
secretariados diocesanos y parroquiales.
2. Caro, “La acción social”, 3.
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con los más pobres y con los nuevos ideales de justicia —la aspiración del
laico— se manifestará en un ideal democrático renovado, más pluralista y per-
sonalista para superar los errores y la deformación del individuo.
La Iglesia busca redefinir su rol en la construcción de una nueva socie-
dad, pero ella ya no es el orden. Lejos han quedado los intentos de la restaura-
ción. Busca construir un nuevo orden, pero inevitablemente en esos momentos
es una construcción de pluralismo limitado. Hay un desplazamiento del mun-
do y, en consecuencia, de la Iglesia, desde un antropocentrismo dominante-
mente liberal, donde el hombre-centro es el individuo-centro. Es una situación
histórica en la cual se está configurando una dimensión sociocéntrica donde,
evidentemente, el centro de lo social —y dentro de lo social, la concepción
de persona— engloba al individuo, con lo que se plantea una dimensión de
controversia de distintas percepciones para un mismo objeto: el individualismo
liberal, el materialismo socialista marxista y el personalismo socialcristiano.
En los años cincuenta es innegable la apertura al mundo, pero la concep-
tualización social y religiosa no es “ecuménica”. El cuerpo místico, cuyo
concepto adquiere un nuevo significado, buscando recuperar su riqueza pri-
mitiva, se estrecha en esta dimensión eclesial e histórica. Así, ya muy avanzado
en el tiempo se identifican a los “astutos enemigos, contra los cuales hay que
combatir con diligencia y energía, como las insidias masónicas, la propagan-
da protestante, las múltiples formas de laicismo, superstición y espiritismo”3.
Todavía quedan en la Iglesia jerárquica elementos de integrismo en el juicio
a las doctrinas diferentes. En todo caso, tenemos que reconocer que no so-
lo la Iglesia mantenía posiciones poco dialogantes, sino que muchos sectores
políticos, principalmente los vinculados al marxismo, tampoco se abrían a un
diálogo, salvo en cuestiones específicas. Ciertamente, estamos lejos todavía de
la idea de una construcción pluralista de la historia.
En todo caso la fuerza de los acontecimientos poco a poco irá producien-
do situaciones de encuentro entre los diversos actores de la realidad política y
social. Paso a paso se irá reconociendo que la diversidad de opciones es tam-
bién un crecimiento efectivo de la comunidad que para ser tal debe contener en
forma legítima la heterogeneidad propia del ser humano. La Iglesia quiere ser
constructora, pero todavía jerárquicamente centra en sí todo el poder, lo cual
3. Pío xii, “Carta escrita a sus representantes en las reuniones de la Primera Conferencia Episcopal
Latinoamericana”, en Conclusiones de la Primera Conferencia Episcopal Latinoamericana, Río
de Janeiro, 1955.
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