Contractualismo y derechos animales
| Autor | Mark Rowlands |
| Páginas | 145-168 |
Se cree, por lo general, que los enfoques contractualistas a la moralidad no
prestan ningún apoyo a los amigos de los derechos de los animales. Las
aproximaciones contractualistas, se supone, son incapaces de asegurar la
concesión de una condición moral directa a los animales no humanos, aun
cuando pueden ser compatibles con conceder una condición moral
indirecta, en la medida en que los animales ocupan un lugar en los afectos
de los seres humanos, los portadores directos de la condición moral. La
razón de lo anterior es que los animales no humanos, se presume, no son
agentes racionales, y las aproximaciones contractualistas incluyen
únicamente a los agentes racionales. Así, por ejemplo, según Carruthers:
La moralidad es descrita aquí [i.e. según el enfoque contractualista] como un sistema
de reglas establecido para gobernar la interacción de agentes racionales dentro de la
sociedad. Por lo tanto, parece inevitable, a primera vista, que únicamente se les
asigne derechos directos a los agentes racionales según este enfoque. Puesto que son
los agentes racionales quienes deben elegir el sistema de reglas, y lo eligen de
acuerdo con sus propios intereses, será solo la posición de los agentes racionales la
que se encuentre protegida por las reglas. No parece haber razón alguna para asignar
derechos a agentes no racionales. Los animales, por consiguiente, no tendrán una
condición moral bajo el contractualismo de Rawls, en la medida en que no cuentan
como agentes racionales.1
Carruthers, desde luego, suscribe esta conclusión y considera, de hecho,
como una fortalezade las aproximaciones contractualistas el que no
asignen derechos directos a los animales no humanos. No obstante, esta
visión del contractualismo parece compartida tanto por enemigos comopor
amigos de los derechos de los animales. Así, Tom Regan escribe: “ella [la
posición de Rawls] niega sistemáticamente que tengamos deberes directos
con aquellos seres humanos que no tengan un sentido de la justicia —los
niños pequeños, por ejemplo, y muchos seres humanos mentalmente
discapacitados—”.2
Regan comparte con Carruthers la presuposición de que el
contractualismo, tal como lo presenta Rawls, se aplica únicamente a los
agentes racionales. Y puesto que muchos, si no todos, los animales no
humanos no pueden ser considerados como agentes racionales, las
aproximaciones contractualistas no les asignarán derechos morales directos.
Pienso que esta idea puede ser puesta en duda desde diversos aspectos.
Desde luego, la forma de todo o nada en la que tiende a darse la discusión
de la racionalidad no humana es eminentemente objetable, tanto teórica
como metodológicamente. No obstante, supondré, en gracia del argumento,
que ningún animal no humano es un agente racional. Lo que argumentaré es
que no hay nada en el contractualismo per se que exija que el contrato se
restrinja a los agentes racionales. El hecho de que quienes redactan el
contrato deban ser concebidos como agentes racionales no implica que sus
receptores, esto es, los individuos protegidos por los principios de
moralidad encarnados en el contrato, deban ser agentes racionales. De
hecho, sostendré que, de acuerdo con una comprensión correcta del
contractualismo, la conclusión contraria resulta ser la verdadera. Si se
aplica de manera consistente una posición contractualista, los beneficiarios
de la protección ofrecida por el contrato deben incluir no solo a agentes
racionales, sino también a agentes no racionales.
En este artículo me centraré solo en una de las formas de
contractualismo, la versión de Rawls, pues esta es (merecidamente) la más
influyente.3 Debe señalarse, sin embargo, un punto de contraste. A Rawls le
interesa primordialmente la filosofía política, y usa su aplicación del
contractualismo para determinar la naturaleza de las estructuras e
instituciones básicas de una sociedad justa. Yo me propongo usar la idea
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