La creatividad en el gobierno de nuestras vidas: reflexiones sobre la maternidad. - Vol. 27 Núm. 2, Julio 2015 - Revista Desafíos - Libros y Revistas - VLEX 636914253

La creatividad en el gobierno de nuestras vidas: reflexiones sobre la maternidad.

AutorAdrián Lara, Laura
CargoEnsayo
Páginas21(32)

Creativity in Governing our Lives: Reflections on Maternity

A criatividade no governo de nossas vidas: reflexões sobre a maternidade

"[S]er alguien comporta la renuncia a serlo todo".

Veguetti-Finzi (1996, p. 153)

El teatro, escribió Hannah Arendt (1906-1975), es el "arte político por excelencia", porque "solo en él se transpone en arte la esfera política de la vida humana. Por el mismo motivo, es el único arte cuyo solo tema es el hombre en su relación con los demás" (Arendt, 2005, p. 216).

Quizá por ello sea una fuente tan rica para meditar sobre el tema que nos proponemos en este trabajo: la relación entre la creatividad, la maternidad y el gobierno de nuestras vidas.

  1. La vida sin palabras

    En ocasiones, los niños aparecen como personajes mudos, cuya presencia resulta casi espectral. Es el caso de Eurísaces, el hijo de Áyax, personaje que protagoniza y da nombre a una de las tragedias de Sófocles (495 a. E. C.-406 a. E. C.).

    Eurísaces entra en escena de la mano de un esclavo. Su padre ha reclamado a su esposa, Tecmesa, que se lo traigan (Sófocles, 2011a, p. 58). El hecho de que el niño no diga nada durante su presencia en el escenario, a pesar de tener un papel relevante en la acción, puede que nos pase desapercibido en la primera lectura. Al principio pensamos que quizá sea un niño pequeño, todavía in-fantil, en sentido literal. Es decir que todavía no está capacitado para hablar. (1) Cuando caemos en la cuenta de que tal vez sí tiene suficiente edad como para expresarse con palabras, (2) aunque estas fueran rudimentarias, su mutismo aparece como un agujero. Intuimos que el silencio es su forma de expresión y que los espectadores de la época lo aceptarían como algo natural. Es un silencio que no se traduce en nada más. No dice nada y da la impresión de que nada deberíamos esperar de él. Sobre el escenario, puede que la figura de Eurísaces adquiriera cierto relieve para los espectadores, dado que podrían verlo. Los lectores de la obra, sin embargo, tenemos que figurarnos su presencia de oído. La intuimos gracias a que los demás personajes se dirigen a él y lo manipulan: el esclavo lo trae "de la mano", su padre lo "toma en brazos" y le habla, después se lo "entrega" a su esposa, que lo saca de la escena y lo vuelve a introducir en ella (Sófocles, 2011a, pp. 58-60, 86). La figura del niño se presenta como si se tratara de un recipiente hueco y opaco. Lo captamos como una ausencia.

    En nuestra tradición política, en gran parte heredera de Grecia, tener la palabra se asocia a poseer entidad política y contar con el reconocimiento de los demás ciudadanos. Ser ciudadano implica el derecho a decir y a ser escuchado por los demás, otorgándose prestigio mutuo. En esto consiste la isegoría (Arendt, 2006, p. 70; Roiz, 2003, pp. 171-176). Este planteamiento excluye a los que por su corta edad o falta de cualidades no son capaces de expresarse adecuadamente con palabras. Podemos pensar en aquellos que son incapaces de decir; pero también nos preocupan los de alrededor, que no sabemos o no podemos escucharles, aunque cabría preguntarse de antemano si acaso nos lo llegamos a proponer seriamente.

    La isegoría constituye un fermento muy valioso para que broten relaciones democráticas. Sin embargo, si no se profundiza en su significado retórico, (3) se corre el riesgo de aceptar que tener la palabra equivale a tener acceso alpoder. Cuanta mayor sea nuestra capacidad para hablar el lenguaje adulto, mayor poder seremos capaces de adquirir. De manera análoga, quien no pueda expresarse de este modo quedará relegado a la impotencia y carecerá de un gobierno autónomo. Aceptado este orden de cosas, quitarle la palabra a alguien equivale a degradarle y tratar de hacerle invisible. Es lo que pretende Telémaco al hablar de este modo a su madre, Penélope, y con ella a todas las mujeres: "[V]ete dentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca, y ordena a las criadas que se apliquen al trabajo. El relato está al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa" (Homero, 2011, I, 356-359, p. 54).

    En un niño, como Eurísaces, se admite que aparezca en los escenarios de la vida (4) como una figura que no habla. Se tolera esta situación porque se tiene la esperanza de que crecerá y se expresará por sí mismo cuando llegue el momento apropiado. Pero ¿qué ocurre si un adulto no tiene voz propia? En ese caso, el silencio se nos hace más inquietante. Podría interpretarse que la persona es un ignorante, un inmaduro o, en el peor de los casos, un sometido o un dimisionario. Alguien sin coraje para mostrar su voz y hacerse cargo de su entidad como ciudadano, o alguien que ha renunciado a su ciudadanía, como hace Esaú con su derecho de primogenitura (Wolin, 1986, pp. 179-182). En esos casos, puede que los más entusiastas se ofrezcan a prestarles su voz con la esperanza de que ese gesto termine por envalentonarlos y logren hablar por sí mismos. Pero quizá todas estas sean interpretaciones y reacciones demasiado precipitadas.

    El uso de la palabra está muy asociado con la adquisición de visibilidad pública, con mostrarnos ante los demás y, a la vez, revelar fragmentos de la realidad que de otro modo permanecerían enterrados en la oscuridad. Estamos acostumbrados a hablar de la necesidad de dar voz a los oprimidos, o de dar visibilidad a problemas que la sociedad ignora o trata de ocultar--sea con complicidad o por miedo--. La palabra y la presencia visual se nos ofrecen como dos fenómenos parejos que contribuyen a que nuestras relaciones y nuestra comprensión de la realidad sean accesibles al control público. Confiamos con optimismo en que el lenguaje nos permitirá identificar los problemas y hacer que penetre la lógica en ellos para analizarlos y resolverlos. Sin embargo, no es difícil darse cuenta de que fuera del circuito democrático de las demandas que han logrado sacar la cabeza a flote y expresarse, e incluso con suerte ser escuchadas y atendidas por alguien, late subterránea una maraña de voces calladas, amorfa, sin límites conocidos, sin predicados y sin sujetos. Cuando nos topamos con figuras que solo emiten gemidos o frases inconexas, como ocurre en el teatro de Tadeusz Kantor (1915-1990), aparece una sensación angustiosa de desconcierto y perplejidad, de no saber cómo interpretar lo que sucede (Kantor, 2008). No obstante, hay algo en ese mundo sin palabras, mudo pero muy expresivo, que nos impacta y conmueve profundamente.

    En un espacio público diáfano y poblado de presencias, el enigma del silencio es asociado con ocultación. Cuando quedamos en silencio, nos ocultamos ante los demás. Si mediante la acáón y la palabra revelamos nuestro verdadero ser, explica Arendt, la ausencia de palabras o de acción impide que los demás nos reconozcan: "El descubrimiento de 'quién' en contradicción al 'qué' es alguien--sus cualidades, dotes, talento y defectos que exhibe u oculta--, está implícito en todo lo que ese alguien dice y hace. Sólo puede ocultarse en completo silencio y perfecta pasividad" (Arendt, 2005, pp. 208-209).

    Mejor identificados, más reconocibles, con el lenguaje nos sentimos también más protegidos ante el mundo. Cuando ya se saben utilizar, las palabras pueden servir como una herramienta adulta para hacernos impermeables ante la dureza del entorno. Así se expresa Bernard, uno de los personajes de la novela de Virginia Woolf (1883-1941) titulada Las olas: "Todos saben que ingreso en la escuela superior, que por primera vez voy a la escuela superior [...] Debo esforzarme en no llorar. Debo mirarlos a todos con indiferencia [...] Debo construir frases y frases para interponer algo duro entre yo y la mirada de las criadas, la mirada de los relojes, los rostros observantes, los rostros indiferentes, o de lo contrario lloraré" (Woolf, 2012a, p. 25). (5)

    Saber emplear el lenguaje con cierta sofisticación nos ayuda a tomar conciencia de nosotros mismos, nos ayuda a pensar y a trasladar nuestro pensamiento a los demás. Naturalmente no podemos esperar que las palabras digan lo que queremos decir de forma plenamente satisfactoria. Para Henri Bergson (1859-1941), tratar de expresar con palabras nuestros pensamientos es una tarea parecida al intento de un niño por atrapar el humo con las manos (Arendt, 2002, p. 145). A nuestra posible incapacidad se suma el hecho de que, si se dan las condiciones apropiadas, habrá otras personas que nos escucharán e interpretarán lo que digamos libremente, aportando sus fantasías, sus afectos y su inteligencia.

    A pesar de todos estos vericuetos, al lenguaje le atribuimos unas cualidades fascinantes para conectarnos con sutileza y hondura con los demás y, gracias a ello, sentirnos más acompañados en nuestro dolor (6) o en nuestra felicidad. Confiamos en que el lenguaje nos servirá como un instrumento pacífico para gobernarnos y también para aprender a gobernarnos. Es una herramienta básica de la terapia psicoanalítica (Winnicott, 1987, p. 92) como lo es en la docencia, en la relación entre maestro y discípulo. (7) En una democracia, se considera el sustituto avanzado y benigno de relaciones más primitivas basadas en la violencia y la obediencia ciega a órdenes que no son explicadas con razones. (8)

    Sus virtudes son notables, pero quizá no debiéramos dejarnos encandilar por las palabras y esperar de ellas demasiado. Puede ocurrir que nos concentremos tanto en ellas que no nos demos cuenta de que en ocasiones nos tapamos los oídos, no para protegernos del canto seductor de las sirenas, como creía hacer Odiseo, sino para evitar escuchar unos silencios que nos asustarían aún más. (9)

    Unos silencios que podrían significar soledad, abandono, incluso presagios de desamparo. Ante ellos--medita la nodriza que acompaña a Medea--es difícil encontrar cantos y músicas que nos reconforten: "[M]ortal alguno inventó el modo de poner fin, con música y canciones de tonos variados, a las tristezas del odio que engendran destrucciones y muertes, ruinas de las...

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