Los cristianos y la violencia - Parte II. Relaciones intercategoriales e intergrupales - El realismo crítico fundamentos y aplicaciones - Libros y Revistas - VLEX 850926270

Los cristianos y la violencia

AutorIgnacio Martín-Baró
Páginas219-268
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Los cristianos y la violencia1
“Ce qui ne veut pas, c’ést que l’Eglise parfois
proclame l’Evangile en paroles, alors qu’elle
devrait le proclamer en actes”
(Dr. Carson blaKe)
Introducción
A 1968 se le ha calificado periodísticamente como el año de la violencia.
Numerosos acontecimientos, cuyo último sentido a menudo se nos escapa
1
Este capítulo reproduce en su integridad un trabajo inédito fechado en Eegenhoven en enero de
1968 cuando era Martín-Baró un joven estudiante de teología en la Universidad de Lovaina. En
1966 había vuelto a El Salvador después de haber conseguido su Licenciatura en Filosofía y Letras
en la Javeriana de Bogotá. Se incorpora como profesor al Colegio Externado y tan solo un año
después, en 1967, inicia su actividad docente en la UCA, de donde volverá a salir ese mismo año
hacia Europa para iniciar sus estudios de teología. El trabajo que ahora sale a la luz por primera
vez forma parte de sus actividades como estudiante de teología en la Universidad de Lovaina. No
es esta, sin embargo, su primera aproximación a la violencia. En 1964, cuando era estudiante en
la Javeriana de Bogotá, había escrito un corto ensayo: “Violencia. Trabajo de textos de Aristóteles”.
Es de sobra sabido que el tema de la violencia conforma una de las aportaciones más relevantes de
Martín-Baró a la historia de la psicología de habla hispana. En Poder, ideología y violencia (Madrid:
Trotta, 2003) quedaron recogidas sus principales aportaciones sobre el que, sin duda, puede ser
considerado como el principal azote de la sociedad salvadoreña desde tiempo inmemorial o, si
se prefiere, desde aquella revuelta que en 1932 acabó con la muerte de más 30 000 campesinos a
manos de la eterna coalición entre el ejército y los terratenientes, con las imprescindibles bendi-
ciones de la Iglesia (con el silencio cómplice de la Iglesia), bajo la cómoda excusa de luchar contra
el comunismo ateo tras la que se escondía el mismo objetivo de siempre: el mantenimiento de
los intereses y privilegios de la clase dominante salvadoreña a costa de la pobreza de la mayoría
de la población: “En Centroamérica —escribía en 1985—, la mayor parte del pueblo nunca ha
tenido satisfechas sus necesidades más básicas de alimentación, vivienda, salud y educación, y el
contraste entre esta situación miserable y la sobreabundancia de las minorías oligárquicas consti-
tuye la primera y fundamental violación de los derechos humanos que se da en nuestros países”
(Martín-Baró, 1998, p. 162). El episodio de 1932 (ver a este respecto el pormenorizado estudio de
Héctor Lindo, Erik Ching y Rafael Lara, “Recordando 1932: la matanza, Roque Dalton y la política
de la memoria histórica” [2010], estuvo siempre presente en los escritos de Martín-Baró y, sin duda,
marcaron una de sus más sólidas trayectorias intelectuales (ver De la Corte, 2001, pp. 123-187;
Blanco y De la Corte, 2003, pp. 9-62; Dobles, 1993, pp. 87-95).
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y que, dentro de nuestra limitación histórica, a veces dejamos olvidados
en las páginas de los periódicos y revistas sensacionalistas, conforman
este calificativo. Guerras crueles convertidas a menudo en auténticos ge-
nocidios: Vietnam, Biafra, Oriente Medio. Guerrillas y contraguerrillas en
América Latina. Ocupación violenta de Checoslovaquia por las fuerzas del
Pacto de Varsovia. Revoluciones estudiantiles, a veces tan sangrientas como
la de México, o tan absolutas como la de mayo-junio francés. Asesinatos
llamativos, como el de Martin L. King o Robert F. Kennedy. Y, so capa de
una legalidad hiriente y un orden mitificado, la continua violencia de los
pobres y de los oprimidos. La violencia que se hace a los treinta millones de
personas que cada año mueren en el mundo por falta de alimentación. La
violencia de la discriminación racial (Rodesia, Estados Unidos…), política
(España, Grecia, países comunistas…), religiosa (Irlanda…), etc. Año de la
violencia, sí, pero porque nuestro mundo, nuestra sociedad actual se funda
básicamente en la violencia de los unos para con los otros
2
.
No es fácil intentar una reflexión cristiana (¿teológica?) sobre la violen-
cia. Y no es fácil, tanto porque el término violencia es de una ambigüedad
desconcertante
3
, como porque el cristiano se halla enfrentado a una de
2
Esta manera de presentar el tema a desarrollar es muy típica en Martín-Baró: lo primero, los
datos de la realidad; después, las diversas aproximaciones a su estudio para pasar al análisis
de sus consecuencias para las que posteriormente llamará “las mayorías populares”, que para
esa fecha ya habían recibido la atención preferente del Concilio Vaticano II al que tan atentos
estuvieron los jesuitas. Lo hará de igual manera, por ejemplo, en el capítulo VIII de Acción e
ideología, en el que desarrolla de manera pormenorizada el tema de la agresión y la violencia
y, desde luego, a raíz de la creación del Instituto Universitario de la Opinión Pública (Iudop) a
partir de 1986. En el primero comienza con un epígrafe inequívoco, “Los datos de la violencia:
el caso de El Salvador”, en el que se hace un repaso por las distintas modalidades de la violencia
en el país: la violencia delincuencial, la violencia de la represión política y la violencia de la
guerra formal propiamente dicha. A este panorama se añaden otras formas de violencia “cuyas
víctimas son siempre los más débiles: la mujer o el niño al interior de la familia, el obrero o
trabajador al interior de las empresas” (Martín-Baró, 1983, p. 364). La realidad como punto de
partida será una de las señas de identidad de su postura epistemológica, el “realismo crítico”
al que hemos dedicado una especial atención en la Introducción. Han pasado tan solo cuatro
años desde “Sufrir y ser” y ya se observa un cambio muy notable en los intereses y en las pers-
pectivas teóricas de Martín-Baró: la realidad se ha alejado de manera definitiva del principio
del placer y ha entrado en los dominios de lo social (la realidad como algo compartido), de lo
interpersonal y de lo histórico (la realidad como algo construido), porque “una concepción
del ser humano que pone su universalidad en su historicidad, es decir, en ser una naturaleza
histórica, acepta que tanto las necesidades como la inteligencia son en buena medida una
construcción social y, por tanto, que asumir unos modelos presuntamente transculturales y
transhistóricos, elaborados en circunstancias distintas a las nuestras, puede llevarnos a una
grave distorsión de lo que en realidad son nuestros pueblos” (Martín-Baró, 1998, p. 292).
3
Aunque no en estos mismos términos, volverá sobre esta idea en el capítulo octavo de Acción
e ideología al abordar la definición del concepto: “El punto de partida para analizar el fenó-
meno de la violencia, escribe, debe situarse en el reconocimiento de su complejidad. No solo
hay múltiples formas de violencia, cualitativamente diferentes, sino que los mismos hechos
tienen diversos niveles de significación y diversos efectos históricos. Por ello, la violencia
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las crisis más radicales de toda su historia, y a duras penas logra percibir
lo que el auténtico mensaje de Cristo pide de él en nuestros días y en
nuestro mundo. Pero la dificultad del problema no hace sino agudizar la
necesidad de una respuesta, quizá no tanto en el plano teórico como en
el plano existencial, en el plano de la vida concreta
4
.
La urgencia con que el cristiano se encuentra confrontado con el
problema de la violencia proviene de la confluencia de dos fenómenos,
posiblemente los más importantes de nuestra época. Por una parte, la toma
de conciencia generalizada de que la sociedad en que vivimos es fundamen-
talmente injusta y, por ende, violenta
5
. Saber que el 85 % de los hombres
debe ser enfocada desde diferentes perspectivas, algunas más englobantes o totalizadoras que
otras” (Martín-Baró, 1983, pp. 364-365). Como es bien sabido, él apostará por una perspectiva
psicosocial aun a sabiendas de sus limitaciones.
4
Para Martín-Baró, las respuestas a los problemas sociales nunca deben ser teóricas, sino prácticas
(ver nota 26 del capítulo “La teoría del conocimiento del materialismo dialéctico”). Es muy
significativa a este respecto la cita que preside este artículo: el evangelio debe ser proclamado
en actos. La ortopraxis antes que la ortodoxia: “Elaborar una psicología de la liberación no
es una tarea simplemente teórica, sino primero y fundamentalmente una tarea práctica”
(Martín-Baró, 1998, p. 295). Ello por varias razones, que el propio Martín-Baró explicita y que
conviene recordar una vez más: a) la verdad práctica tiene primacía sobre la verdad teorética;
b) la psicología latinoamericana debe “proponerse un servicio eficaz a las necesidades de las
mayorías populares”; c) ese servicio no lo puede hacer desde la militancia en una teoría, sino
desde la preocupación por los problemas: ir desde la realidad a las teorías y no viceversa:
“Que no sean los conceptos los que convoquen a la realidad, sino la realidad la que busque
a los conceptos; que no sean las teorías las que definan los problemas de nuestra situación,
sino que sean esos problemas los que reclamen y, por así decirlo, elijan su propia teorización”
(Martín-Baró, 1998, p. 314); d) apuesta decidida por la transformación de la realidad, por el
cambio social.
5
La relación entre injusticia y violencia, y, por consiguiente, entre justicia y paz, se convierte en
uno de los argumentos más socorridos y más consolidados entre los estudiosos e intelectuales
de América Latina ya en la misma década de los sesenta. Después, esta relación o, por mejor
decir, la relación entre desigualdad y violencia, ha acabado siendo sancionada por los inves-
tigadores de cualquier latitud. En el caso concreto del Martín-Baró de finales de los sesenta,
es muy posible que su referencia provenga directamente de la doctrina social de la Iglesia y,
desde luego, como mostrará a lo largo de este trabajo, de algunos pensadores católicos. La
Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam) se reuniría precisamente en 1968 en
Medellín y es muy significativo a este respecto que el primero de los asuntos que aborde sea
el de la justicia: “Existen muchos estudios, dicen los Obispos, sobre la situación del hombre
latinoamericano. En todos ellos se describe la miseria que margina a grandes grupos humanos.
Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo” (Celam, 1977, p. 25),
una injusticia que clama por “un cambio estructural que permita el acceso de la población
campesina a los bienes de la cultura, de la salud, de un sano esparcimiento, de su desarrollo
espiritual, y de una participación en las decisiones locales y en aquellas que inciden en la
economía y en la política nacional” (Celam, 1977, p. 29). El segundo de los temas sobre los
que se pronuncia la Conferencia es el de la paz. Y tampoco ahí surgen demasiadas dudas: “La
paz es, ante todo, obra de la justicia. Supone y exige la instauración de un orden justo en el
que los hombres puedan realizarse como hombres, en donde su dignidad sea respetada, sus
legítimas aspiraciones satisfechas, su acceso a la verdad reconocido, su libertad personal ga-
rantizada. Un orden en el que los hombres no sean objetos, sino agentes de su propia historia.
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