De la culpa a la necesidad: hacia el reconocimiento del ejercicio de las labores de cuidado por medio del decreto de alimentos - Tercera Parte - La batalla por los alimentos. El papel del derecho civil en la construcción del género y la desigualdad - Libros y Revistas - VLEX 777629057

De la culpa a la necesidad: hacia el reconocimiento del ejercicio de las labores de cuidado por medio del decreto de alimentos

AutorMariana García Jimeno
Páginas179-198
Joan Williams (1994) describió en su texto “Is Coverture Dead?” tres ele-
mentos de la ecología familiar dominantes en los Estados Unidos de ese
entonces. Según Williams, el trabajo asalariado, un sentido determinado
por el género de la medida en la que el cuidado infantil puede ser dele-
gado y presiones de género sobre los hombres para estructurar sus iden-
tidades en torno al trabajo eran los elementos esenciales de las relaciones
familiares por esos días. Pareciera que, a pesar de que Williams escribió su
artículo desde otras latitudes y que han pasado ya más de veinte años des-
de su publicación, las dinámicas no son muy diferentes en nuestro país.
Si bien los datos sobre cómo están organizados los hogares en Colombia
son escasos, sí existen algunas cifras que permiten intuir que las relaciones
familiares en Colombia hoy en día están atravesadas por dinámicas simi-
lares. De estas cifras hablaré más adelante.
El primer elemento, es decir, el trabajo asalariado, propicia la ecología
dominante de familia, pues el empleo fue diseñado alrededor de un “tra-
bajador ideal” que no tiene responsabilidades para con el cuidado de los
hijos. De tal forma, el empleado puede trabajar hasta doce horas al día y
no disminuir su productividad por invertir esfuerzos en el cuidado del
hogar. Con respecto al segundo elemento, Williams explica que “tradicio-
nalmente” los hombres delegan todo el trabajo de cuidado y las mujeres
no delegan nada. Williams explica que esto se debe a que la educación, el
contexto y la sociedad generan en la mujer un mayor cargo de conciencia
por no atender estas labores. Finalmente, los dos elementos anteriores pro-
ducen en el hombre la presión de ser exitoso, y ese éxito está atado direc-
tamente con el desempeño laboral. Esa presión hace que los hombres solo
tengan una alternativa: la de actuar como el trabajador ideal para lograr
tan anhelado éxito.
Sobre el primer elemento hay que decir que en nuestro país las mu-
jeres se han incorporado al mercado laboral paulatinamente, pero no
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necesariamente al mercado asalariado, pues la tasa de informalidad pro-
medio para las mujeres es del 52 % (Fedesarrollo, 2014). En todo caso,
siguen siendo las principales encargadas de las labores domésticas y de
cuidado. Así lo indica la Encuesta de Uso del Tiempo que llevó a cabo el
Departamento Administrativo Nacional de Estadística (), que mues-
tra que las mujeres invierten 40 horas en trabajo productivo a la semana,
mientras los hombres dedican en promedio 48. En esa misma encuesta se
establece que las mujeres dedican 32 horas al trabajo de cuidado no remu-
nerado ( 2015), mientras los hombres solo trece. Entre ocho y nueve
de cada diez mujeres dedican de 49 a 99 horas semanales al cuidado de
personas dependientes, mientras que solo uno o dos de cada diez hombres
dedican el mismo tiempo a estas labores (Departamento Nacional de Pla-
neación [], 2014).
Por otro lado, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Demografía y
Salud del 2010, las mujeres tienen participaciones diferentes en el mercado
laboral dependiendo de su estado civil. Así, el 74 % de mujeres separadas
trabajan mientras solo el 53 % de mujeres casadas o en unión libre lo hacen
(Profamilia, 2010). Finalmente, indican Peña y Uribe (2013) que para el
2012 “existía un 35 % de personas en edad para trabajar que se encontra-
ba en condición de inactividad. En este grupo, el 65 % estaba constituido
por mujeres. La razón principal para la inactividad de los hombres era el
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del hogar (56,7 %)”. Es decir, además de que las mujeres tienen un mayor
índice de desocupación, este no se debe a que están invirtiendo tiempo en
su preparación, que eventualmente cobrará un valor económico, sino que
lo están dedicando al trabajo no remunerado.
Ahora bien, al estudiar la relación de género entre los sectores formal
e informal del mercado laboral se encontró que la probabilidad de trabajar
en el sector informal para personas casadas disminuye en 9,6 puntos por-
centuales para hombres, mientras que aumenta en 2,9 puntos porcentuales
para mujeres (Álvarez, 2013). En otras palabras, pareciera cierto que el ma-
trimonio propicia la entrada de los hombres al sector formal y desincenti-
va el trabajo de las mujeres en este sector, apoyando el tercer elemento de
la ecología dominante de familia propuesto por Williams.
Finalmente, datos presentados por Ávila (2016) sobre personas que
declararon renta en el 2015 permite evidenciar que las mujeres, si bien de-
clararon tener casi los mismos niveles de patrimonio que los hombres, con
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ingresos brutos.
Todos estos datos apuntan a que, en efecto, si bien las mujeres ya no
se dedican exclusivamente a las labores de cuidado de los hijos o del ho-
gar, pues tienen trabajos pagos fuera de este, las labores no remuneradas
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