Debate sobre el cesarismo democrático - Núm. 31, Julio 2014 - Revista de Economía Institucional - Libros y Revistas - VLEX 845752570

Debate sobre el cesarismo democrático

AutorEduardo Santos - Laureano Vallenilla Lanz
Páginas313-330
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Eduardo Santos
Laureano Vallenilla Lanz
DEBATE SOBRE EL CESARISMO
DEMOCRÁTICO*
CESARISMO DEMOCRÁTICO1
Eduardo Santos
Prologada por don Antonio Gómez Restrepo, acaba de llegarnos
de Venezuela una obra singular, salida de la pluma, muy inteli-
gente y muy docta, de Laureano Vallenilla Lanz, y cuyo título y pie
de imprenta acaso nos relevaran de todo comentario. El libro se llama
Cesarismo Democrático, y está impreso en Caracas.
El libro tiene un epígrafe, con el cual su autor quiso escudarse,
de antemano, ante los ataques que la tesis por él sustentada deberían
necesariamente traerle, no tanto en su propio país como en el exterior:
“No hay en el mundo razón ninguna tan poderosa que impida a un
hombre de ciencia decir la verdad”. El epígrafe es bueno, y la rma que
lo autoriza, que es la de Renan, completa el alcance que se le quiso dar.
Porque Renan hizo el férvido elogio del buen tirano. Según él,
ninguna forma de gobierno sería superior a la de una democracia
gobernada por un solo hombre. Por un hombre bueno y sabio, que
sin congresos, sin ministros, sin trabas ningunas se dedicara a hacer la
felicidad de su pueblo. Este elogio, es cierto, lo escribió Renan cuando
evolucionó hacia el Imperio liberal, y fue el mismo, poco más o me-
nos, que sirvió a Émile Ollivier y a Prévost-Paradol para abandonar
a los republicanos y acercarse a las Tullerías. El César democrático
de Vallenilla Lanz, es sin duda un remedo del buen tirano de Renan.
*
Fecha de recepción: 2 de octubre de 2014, fecha de aceptación: 29 de octubre
de 2014.Sugerencia de citación: Santos M., E. y Laureano Vallenilla L., “Debate
sobre el cesarismo democrático”, Revista de Economía Institucional 16, 31, 2014,
pp. 313-330.
1 Publicado en El Tiempo, Bogotá, 9 de julio de 1920.
Quisiéramos separar la tesis sustentada por Vallenilla Lanz del
lugar y la época en que el libro fue escrito, mas esto resulta imposible;
aquélla es producto directo del medio y del momento. Tenemos pues
que referirnos a ambas cosas.
El señor Vallenilla hace la historia de Venezuela, de sus luchas y de
sus hombres, y cada episodio de la vida de aquella República le sirve
para comprobar cómo, ayer y hoy y mañana, el “caudillo ha represen-
tado una necesidad social”. Al iniciarse la guerra de independencia
surge Bolívar, único hombre capaz de dominar a los demás caudillos y
llevar adelante la lucha; después de la batalla de Carabobo, se impone
Páez, único también capaz de contener a las turbulentas hordas de
llaneros, y luego, los Monagas, Falcón, Guzmán Blanco, Crespo, cada
uno en su hora precisa y con su misión providencial, para culminar
–no lo dice el autor pero la deducción se impone– en el César actual
que preside desde Maracay los destinos de Venezuela.
La necesidad y la conveniencia del César está demostrada en
el libro de Vallenilla Lanz con abundantes y doctas citas: Renan,
Spencer, Robert Michels, Bouglé, O’Leary, el historiador Restrepo,
todos concurren a ayudar al distinguido historiador venezolano a
comprobar su tesis de que en esta América el cesarismo es la única
forma posible de gobierno.
No vaya a creerse que lo de democrático, que se añade al cesarismo,
consiste en que en esta clase de gobierno se apliquen las fórmulas
usuales de la democracia. No: este cesarismo se llama democrático
porque cualquier hijo del pueblo, por humilde e ignorante, puede
llegar a ser el César; o, mejor, que precisamente las clases más bajas
de la sociedad son la madera de los césares. Páez apenas sabía leer
cuando triunfó en Carabobo; Crespo nunca supo de “ideologías”, que
decía Napoleón; el general Gómez no es precisamente un letrado. El
César democrático, no es, pues, sino el tirano de origen humilde... Es
la selección por lo bajo. Es la selección que produjo al doctor Francia
y a Estrada Cabrera.
“El gendarme necesario” se llama el capítulo en que Vallenilla
Lanz resume las conclusiones de su obra. Veamos algunas de estas
conclusiones:
“Asegurada la independencia, la preservación social no podía encomendarse
a las leyes sino a los caudillos prestigiosos”. “Pretender sustituir el prestigio
personal del caudillo, única institución posible en nuestro pueblo, único resorte
poderoso de orden social, con el prestigio impersonal de la ley, de leyes que
no correspondían a condiciones de hechos ni a las modalidades propias del
ambiente, ni estaban en las costumbres nacionales, fue el colmo de la impre-
visión y del empirismo”. “El César democrático, como lo observó en Francia
un espíritu muy sagaz, Laboulaye, es siempre el representante y el regulador
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Eduardo Santos y Laureano Vallenilla Lanz

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