Encrucijadas: combatientes, reconocimiento y responsabilidad - Parte II. Los caminos sin alegría - Guerra civil posmoderna - Libros y Revistas - VLEX 857125187

Encrucijadas: combatientes, reconocimiento y responsabilidad

AutorJorge Giraldo Ramírez
Cargo del AutorDoctor en Filosofía por la Universidad de Antioquia
Páginas231-278
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Capítulo 6
ENCRUCIJADAS:
COMBATIENTES, RECONOCIMIENTO Y
RESPONSABILIDAD
Este capítulo se ocupa de los combatientes y sostiene como princi-
pio que ellos tienen dignidad. En la intemporalidad de la filosofía
de la guerra, siempre presente en los márgenes de la atención pres-
tada a la armonía y al reposo, la figura del combatiente es habitual,
aunque problemática. En contraste, la idea de tratarlo como a un
igual ha sido predominantemente excepcional. La contempora-
neidad observa hoy nuevas formas que continúan la tradición que
niega esa presencia, formas por las cuales el combatiente es un ser
expósito y la comprensión del combatiente resulta sospechosa,
incluso peligrosamente. Si esta queja no carece de fundamento,
la reflexión que me propongo suscitaría algún interés y, de modo
optimista, podría tener alguna utilidad.
¿Por qué prestar atención al combatiente? Por las mismas
razones que prestamos atención a la guerra, aun en tiempos en
que la guerra es objeto de invisibilización y proscripción. Enton-
ces, la mejor justificación de mi tarea está en los orígenes de esa
idea marginal a la que se continúa renunciando y que tiene ya su
anuncio en el discutido libro inicial de República, donde se es-
tablece claramente que los amigos y los enemigos son objeto de
la justicia (Platón, República: 332e4-6), de donde se deduciría
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una similitud entre la justicia y el arte de la guerra (Strauss, 2006:
107), digamos que al menos una conexidad. De esta manera se
incorporan la guerra y sus protagonistas a una reflexión moral.
¿Por qué prestar atención al soldado? Se trata de una de-
ducción forzosa de la pregunta acerca de quién libra las guerras.
Una deducción con frecuencia acompañada de discriminaciones,
pero nada deleznable para el ojo filosófico. La atención de Mi-
chael Walzer a los soldados (Walzer, 2001a: 69-78), sobre la que
volveré adelante, es ejemplo del interés que suscita. También los
enfoques jurídicos, que entrañan siempre la identificación de los
sujetos de derecho, se han preocupado por los actores de la gue-
rra. Con preferencia siempre por los actores colectivos, como se
deja ver bien en la meticulosidad medieval para salvaguardar las
distancias entre el duelo y la guerra, pero recientemente con una
atención fuerte hacia los miembros de esos grupos, los comba-
tientes. Resulta muy sintomática la importancia que la tratadista
del derecho de guerra Ingrid Detter le otorga al combatiente en
procura de actualizar la función clásica de establecer derechos y
obligaciones a los protagonistas bélicos. Esa gravedad se siente
en el centro de la nueva definición de guerra que ella propone:
“Guerra es una lucha sostenida por fuerza armada de una cierta
intensidad entre grupos de cierto tamaño, consistentes de indivi-
duos que están armados” (Detter, 2000: 26).1
¿Por qué prestar atención al guerrero? Porque siempre ha sido
una figura mutable, dinámica, que una vez es atrapado con una
definición política, como la de Platón, se esconde detrás de una
furia incomprensible, como la de Alarico, cuando se cree resolver
su enigma incorporándolo a la ciudad universal de Séneca resur-
ge portando una fe extraña, como la de Mahoma; cuando se le
acepta bajo la enseña soberanista de Marsilio de Padua, se escapa
del brazo de una disidencia herética como la de Thomas Münzer.
Que la guerra sea “un verdadero camaleón” (Clausewitz, 1999:
49) es una metáfora exitosa cuya explicación profunda se debe
a que el hombre en su función armada siempre se mimetiza. La
1 Cursivas mías.
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importancia del guerrero consiste parcialmente en que a través
de él podemos entender la guerra. Las palabras de Ignatieff son:
“si lo que se pretende es comprender la guerra moderna, no hay
que entrar sólo en el mundo de las víctimas”, sino también en el
de los guerreros (Ignatieff, 2002: 39). A la luz de las discusiones
contemporáneas esto puede ser dicho de manera más provoca-
dora: sólo entrando en el mundo de los guerreros posmodernos
podemos comprender la guerra de nuestra época. Si se piensa sólo
en el mundo de las víctimas, la justicia no será posible.2
Esta triple mirada, moral, jurídica y sociológica, nos enfoca en
el combatiente y en los problemas acerca de cómo ha sido su trato,
quién es actualmente, cómo es concebido desde el pensamiento
hegemónico occidental hoy y cuál debería ser nuestra conducta
ante él. Esta tarea es importante, pero otra la supera: el objetivo
de este capítulo es pergeñar unos criterios normativos que per-
mitan conducir la guerra con vistas a la paz.
Previamente hemos establecido que a) la guerra existe y, por
tanto, la figura del combatiente sigue siendo relevante; b) existe
al menos un criterio de distinción entre el combatiente y el crimi-
nal, cual es la decisión y acción respecto a un enemigo; c) puede
existir una pauta normativa para distinguir entre el combatiente
y el no combatiente, al menos en dos planos necesarios para un
discurso moral sobre la guerra: entre enemigos e inocentes y entre
guerreros y civiles. Debo insistir en que la posibilidad de distin-
guir entre el combatiente y el no combatiente es definitiva, incluso
para hablar de guerra; y que la ulterior distinción entre guerreros
y civiles —donde por civil se entiende al partisano desarmado,
al adversario no combatiente, que nunca abandona su escenario
de sombras ni su papel ambiguo— es indispensable para mante-
nerse en los marcos de un acercamiento pluralista del problema.
2 “Las víctimas, por definición, no deben participar ni en la política legislativa, ni
en la política criminal ni en la política penitenciaria. Eso por razones elementales
de imparcialidad” (Laporta, 2007). No pueden ser el eje de una reflexión sobre
la guerra, pues según Locke esto echaría por tierra la idea de que los hombres
no sean jueces de su propia causa.

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