Epílogo
Autor | Philip McShane |
Páginas | 171-186 |
Epílogo
Seis meses meditando los temas y la audiencia a la que podría d irigirme
en este epílogo me conducen ahora a aferrarme a unas breves indica-
ciones descriptivas. Debo decir algo más a los principiantes, pero ta m-
bién debo dirigirme a otras dos audiencias denidas: los economistas
profesionales y los estudiosos de Lonergan. El espectro de temas que
exige el comentario es menos denido: ciertamente, el subtítulo de
este libro, pero faltan aún otros temas, por ejemplo, el papel de las ta-
sas de interés,1 cómo medir el capital,2 el a nálisis detallado de los ujos
económicos,3 los efectos a corto y a largo plazo sobre las instituciones
nancieras, las estructuras jurídicas, las actividades gubernamentales.4
Mis notas de pie de página en este capítulo posiblemente sean una in-
dicación suciente de su intención: poder atender all í con comentarios
a asuntos difíciles. No veo que sea realmente útil traer al nal de mi
tan incompleta introducción la expresión condensada de los comenta-
rios de Lonergan sobre la mayoría de estos asuntos, pues se encuentra
en los volúmenes citados. Casi todos ellos deben ser de interés no solo
para los principiantes, sino para los profesionales. Podría armar que
1 Ver Lonergan, Macroeconomic, sección 26 ; Lonergan, For a New, c ap. 18, sección 13.
2 Ver antes, pp. 46-49.
3 Lonergan, Macroeconomic, sec ciones 26-28; Lonergan, Fo r a New, cap. 18.
4 Es preciso ir a los do s volúmenes de los escritos económicos d e Lonergan y revisar
los títulos ace rca de estos temas. La s referencias detall adas serían superu as aquí, dado que
los volúmenes está n indexados de un modo compre hensivo.
Economía para todos
la óctuple dinámica que esbocé en el capítulo quinto amerita la aten-
ción profesional. El problema y las pseudoposibilidades de medir el
capital, en particula r, han generado una literatura sumamente técnica;
entonces, ¿qué importancia tendría hacer una mayor elaboración de
algo que parece ser una perspectiva ingenua y que la literatura técnica
se esfuerza en realizar con sutileza cada vez mayor, dándole vueltas a
una clara indeterminación en la que los precios y las cantidades son
establecidos por lo que yo bien podría denominar los rostros de la
producción? Posiblemente quien simpatice conmigo no vea ningún
problema; yo tampoco creo que exista. Pero al profesional, en especial
si ella o él no simpatiza con los empeños poskeynesianos, le quedará
sumamente difícil percibir esta compleja lucha de décadas como algo
en gran medida fuera de lugar.
Entonces, paso ahora a dirigirme y a reexionar sobre la audien-
cia de los economistas ortodoxos.
Recuerdo mi temprana referencia a Joan Robinson acerca del primer
año de universidad.5 Robinson misma es u n excelente estudio o ejemplo
de un generoso esfuerzo, si bien poco exitoso, por romper con, e ir más
allá de, una educación dentro de una limitada tradición. Mi propia ex-
periencia enseñando losofía por tres décadas es que los seres humanos
estamos relativa y fácilmente desorientados. Algunas veces apa recían en
mis clases sobre el autodescubrimiento de una dimensión transcultural
en la subjetividad humana estudia ntes versados en algún tipo de análisis
lingüístico, fenomenológico o existencial, lo que los marginaba ya de
toda atención seria hacia uno mismo y hacia los datos relevantes. ¿Qué
pasará entonces con este texto si alguien es profundamente conocedor
de una versión de la tradición walrasiana o keynesiana? Si ese alguien
es usted, entonces podrá responder más o menos así, diciendo que mi
introducción es un rodeo mucho más vago y dista nte de los problemas
reales del análisis económico. Recuerdo el momento en que estuve
solicitando el apoyo del Consejo canadiense para este t rabajo en 1977:
me devolvieron la solicitud y el rechazo venía graciosamente acom-
pañado del comentario de un árbitro: “¡¿Era usted?!”. “Lo que tene-
mos aquí es un caso de idiosincrasia de dos teólogos tratando de hacer
5 Véase la nota 8 del primer c apítulo.
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