Ética en psicología - Parte I. Los fundamentos del realismo crítico - El realismo crítico fundamentos y aplicaciones - Libros y Revistas - VLEX 850926267

Ética en psicología

AutorIgnacio Martín-Baró
Páginas143-196
3
Ética en psicología1
Ética y psicología
En términos comunes, la ética es el conjunto de principios que definen lo
que es bueno y lo que es malo en la vida humana. Alguien es calificado de
“ético” cuando su actividad es consecuente con esos principios y realiza
aquello que una determinada sociedad estipula como bueno.
Toda profesión, en sentido amplio, supone un saber científico y técnico,
tanto en el orden teórico como en el orden práctico. Es decir, toda profesión
supone un conocimiento más o menos especializado y unas habilidades
vinculadas a ese conocimiento y que permiten actuar el saber. Se trata, por
consiguiente, de un saber teórico-práctico. La profesión, además, supone
un ejercicio de ese saber a nivel público al interior de una de determinada
sociedad. La ética profesional es, en un primer momento, aquel conjunto de
principios que permite distinguir lo bueno de lo malo en ese quehacer de
un saber teórico-práctico en una sociedad, es decir, cuándo ese quehacer es
bueno y cuándo es malo.
Existen algunas concepciones sobre la ética profesional, muy extendi-
das en nuestro medio, y que, en nuestra opinión, representan dos enfoques
erróneos que acarrean graves consecuencias: la concepción de la ética como
1
Por algunos indicios que se encuentran a lo largo del trabajo, todo apunta que fue escrito hacia
1982. Estamos, pues, ante un trabajo de madurez, realizado en plena actividad docente e in-
vestigadora de Martín-Baró en la UCA, una vez cumplido su período de formación en Estados
Unidos. El recurso a la ética parece ser una excusa para dejar planteados algunos supuestos
fundamentales de su propuesta teórica en el campo de la psicología social: a) la inevitable
necesidad de compromiso; b) primacía de la práctica sobre la teoría, y c) la naturaleza socio-
histórica del sujeto de la acción y de la acción que el sujeto propiamente dicho ejecuta.
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un aditamento postizo y la concepción de la ética como un conjunto de
ideales abstractos y universales.
Dos planteamientos erróneos de la ética profesional
La ética postiza
La ética profesional es entendida, a veces, como un aditamento, una aña-
didura más o menos postiza al cuerpo científico y técnico que una persona
o una serie de personas (personal o colectiva) ejercen públicamente en una
sociedad. Para ser profesional médico, arquitecto, enfermera, agricultor,
secretaria, psicólogo o abogado hay que aprender lo propio de su quehacer
y cómo hay que hacerlo bien. Ese “hacer bien” sería lo específico de una
rama del saber puesta en práctica en cada profesión y no incluiría la ética.
Solo una vez aprendido el saber científico y técnico, cabría preguntase cómo
aplicar bien los conocimientos y habilidades adquiridos, cómo utilizar la
profesión en beneficio propio y de los demás, cómo actuar profesional-
mente. La ética es, entonces, algo añadido al saber científico-técnico en el
momento de su aplicación práctica. Cuando la ética se entiende como un
aditamento de este tipo, se suponen tres cosas: a) que cada rama científico-
técnica del saber tiene su propia racionalidad; b) que esa racionalidad es
amoral, y c) que la ética solo entra en juego en las aplicaciones prácticas
de la ciencia.
Se supone, ante todo, que cada rama científico-técnica tiene una
racionalidad propia, inherente a su estructura. Por racionalidad hay que
entender aquí aquel conjunto de principios que explica la realidad o al-
gún aspecto de la realidad desde una determinada perspectiva2. Una es,
2
Como es bien sabido, y se ha hecho presente a lo largo de esta monografía, Martín-Baró dedicó
una especial atención al estudio de la racionalidad de la violencia (ver Martín-Baró, 2003, p. 164
y ss.), es decir, a detectar su fondo ideológico (ver notas 5 y 11 de “Genocidio en El Salvador”
y nota 10 de “Los cristianos y la violencia”) y cifró en la desideologización (desvelar la falacia
y la falsedad de los argumentos utilizados para racionalizar determinadas realidades, como la
pobreza, la violencia, la injusticia y la desigualdad social, etc.) una de las principales tareas
de la psicología (ver nota 25 de “La teoría del conocimiento del materialismo dialéctico”).
A esta dimensión de la racionalidad cabe añadir otra: la racionalidad de la propia psicología
como corpus de conocimiento, es decir, los argumentos teóricos y las evidencias de que se
sirve para un acercamiento al comportamiento de las personas y a los hechos de la realidad.
Los rasgos y características que, a juicio de Martín-Baró, ha de tener esa racionalidad son so-
bradamente conocidos (ver, por ejemplo, Martín-Baró, 1998, pp. 283-341) y están claramente
explicitados en el escrito inédito que ahora damos a conocer. Pero todavía cabe un paso más:
la racionalidad de la psicología lleva impresa, como una marca indeleble, una posición ética.
En la Introducción a Poder, ideología y violencia (Blanco y De la Corte, 2003), ya nos hicimos
eco de esta característica (ver epígrafe “La psicología social y las armas del intelectual”): la ética
es la que sustenta y justifica la aplicación del adjetivo “crítica” a la psicología social porque
es ahí donde emprende su camino el cambio social: no puede haber “crítica” desde la mudez
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por ejemplo, la racionalidad de la psicología, que tiende a examinar los
fenómenos en cuanto dependen de las personas individuales, y otra la
racionalidad de la sociología, que tiende a contemplar los mismos fenó-
menos en cuanto dependen de las estructuras sociales3.
Se supone, en segundo lugar, que la racionalidad del saber científico-
técnico es amoral (ajena a los valores) o premoral (previa a toda conside-
ración axiológica). Buscar las causas más profundas del comportamiento
humano en una historia de refuerzos o en la elaboración inconsciente de
las relaciones interpersonales nada tendría que ver de por sí con el bien
o el mal de las personas concretas. O es así, o no lo es; o es un supuesto
acertado, cierto, o no lo es. De ser válido este supuesto, se estarían acep-
tando por lo mismo dos puntos muy importantes:
1. Que la racionalidad científica es, de por sí, ajena a cualquier referencia
humana. Lo científico no dependería en sí de los seres humanos: el
agua se compone de oxígeno e hidrógeno independientemente de las
personas que lo afirmen; la contingencia de refuerzos condiciona el
aprendizaje, se sepa o no, se afirme aquí o en otro lugar. Es la referen-
cia a lo humano lo que fundamentalmente determina la valoración
de las diversas realidades. Por consiguiente, si la ciencia es amoral o
ontológica que Gergen atribuye al construccionismo, esa es una contradicción en sus propios
términos. La neutralidad, la asepsia, la disociación entre hechos y valores traiciona el hecho
fundante por excelencia de la ciencia social, el “principio emancipación” (ver R. Nisbet. La
formación del pensamiento sociológico. Buenos Aires: Amorrortu, 1969, pp. 33-36). La urgencia
de la crítica, decíamos en aquella Introducción, “resulta mucho más evidente en determinados
contextos sociales marcados por la violencia, la exclusión social o la pobreza, precisamente
las tres notas que mejor resumen la reciente historia de Iberoamérica. Esa misma historia,
pensaría Martín-Baró, era la que obligaba moralmente al propio psicólogo iberoamericano a
asumir el papel de intelectual crítico antes que el de mero experto o técnico” (Blanco y De la
Corte, 2003, pp. 10-11). Por tanto, la racionalidad de los principios que intentan dar cuenta
de la realidad no es una tarea meramente intelectiva, sino una tarea eminentemente ética a
las que va asociado un juicio crítico que pondera en qué medida esos aspectos benefician o
perjudican a las personas. O dicho en palabras de Martín-Baró: la racionalidad científica no
puede ser ajena a cualquier referencia humana. Los valores forman parte de la misma naturaleza
del quehacer científico.
3
En el primer capítulo de Acción e ideología nos ofrece un ejemplo de esta racionalidad dife-
rencial a la hora de hablar de la tortura como un hecho de la realidad cotidiana que debe ser
objeto de la psicología social: “La sociología estudia la tortura desde la perspectiva del control
social como característica necesaria a cualquier sistema político. ¿Qué sistemas políticos y en
qué circunstancias necesitan recurrir a la tortura? La sociología también puede estudiar la
tortura y, en general, las formas de represión social como aspectos del conflicto de clases en
una sociedad concreta, o como expresión de las contradicciones internas a que puede abocar
una determinada organización social. La psicología, por otra parte, estudiará la personalidad
de quienes ejecutan los actos de tortura, las formas psicológicas de tortura, o las reacciones
psicosomáticas del torturado. Finalmente, la psicología social estudiará la tortura como una
forma de relación humana… y, por tanto, como un proceso que no puede explicarse simple-
mente a partir de la realidad de los individuos que en él participan” (Martín-Baró, 1983, p. 6).
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