Género y presupuesto público - Hacia la construcción de una política fiscal con enfoque de género en Colombia - Libros y Revistas - VLEX 727520633

Género y presupuesto público

AutorCésar Mauricio Gallardo Barbosa
Páginas117-160

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César Mauricio Gallardo Barbosa*

Resumen

El presente artículo está dirigido a sintetizar, estudiar y proponer un giro en el manejo que se le ha dado a las políticas presupuestarias, especialmente en nuestra región. Colombia y América Latina se han caracterizado por ser una región pujante, de grandes cambios sociales y políticos, la cual, después de un siglo violento y turbulento, se comienza a afianzar como una fuerza a reconocer en el ámbito mundial del siglo xxi. Sin embargo, aún hace falta dar grandes pasos, sobre todo en materia social, ya que la desigualdad socioeconómica en esta región solo encuentra rival en las partes más deprimidas de África y Asia.

La desigualdad de género, más allá de un anticuado desbalance, es una desigualdad profunda y arraigada en nuestro mundo. Se trata de un sello impreso que lleva la sociedad, moldeada por los valores y las creencias sociales arraigados. Frente a la desigualdad de género, el Estado está comprometido a derribar las construcciones sociales y culturales arraigadas por siglos, a través del establecimiento de

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políticas públicas encaminadas a perfilar una política fiscal que considere las diferencias de hombres y mujeres.

En el desarrollo del texto se podrán identificar las lecciones que la historia ha dejado en la construcción de presupuestos y sus políticas relacionadas, algunas veces sensibles, otras desconocedoras en su totalidad de las cuestiones de género, pero, a su vez, la manera de conseguir esto con éxito, las herramientas idóneas para tal ejercicio y los pasos esenciales para un mundo más igualitario.

Introducción

A lo largo de la historia los derechos y los deberes se han visto moldeados a nivel global por todo tipo de circunstancias, pero esencialmente por una clara diferenciación entre hombres y mujeres. Esta distinción se ha usado de manera indiscriminada para traducirla en la desigualdad de género, entendida como las construcciones que social y culturalmente se han edificado y asumido a partir de cada sexo. A pesar de la mejoría sustancial de la desigualdad entre hombres y mujeres, la situación actual está lejos de ser la deseada y son pocos los esfuerzos verdaderos para lograr un avance en ese sentido.

El género y la desigualdad, como bien quedará demostrado en este texto, se constituyen en los obstáculos titánicos que deben ser derrumbados para avanzar como nación, región y humanidad en lo económico, lo político y, sobretodo, lo social, ya que bajo la realidad actual más de la mitad de la población se encuentra sumergida en una situación de desigualdad que limita y mutila el potencial humano de cada uno de esos sujetos.

La política fiscal a partir de la tributación se debe encargar de definir quiénes y cómo van a contribuir al sostenimiento de la economía, el bienestar social general y el funcionamiento de esta gran estructura llamada Estado. Por su parte, la política presupuestaria, a partir del gasto público, está a cargo

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del Estado, que decide a quién y qué recursos asigna, en qué medida, intensidad y plazo, y bajo qué condiciones (Oxfam, 2014). De forma metódica se estudiará la forma en la que los presupuestos públicos tradicionales han perpetuado esta situación en países en desarrollo y en los países ricos del mundo. Así el Estado debe apostarle a la creación de verdaderos presupuestos con enfoque de género, que alivien la desigualdad y la discriminación de la que han sido víctimas las mujeres.

Del sexo al género

A principios del siglo pasado, el mundo atravesaba cambios y fenómenos traumáticos nunca antes vistos en lo económico, político, social y cultural. La sociedad occidental, e incluso la ciencia para la época, consideraban el sexo el concepto único que definía los parámetros para el comportamiento natural de hombres y de mujeres. Se tenía con seguridad que una mujer era maternal, hogareña y delicada, mientras que el hombre era fuerte, luchador y poco cariñoso. Los profundos cambios que el mundo tuvo —por ejemplo, las guerras que motivaron/obligaron a gran cantidad de estados a usar la fuerza laboral feme-nina— se traducen en acceso de la mujer a derechos políticos, la educación, el mercado laboral, entre otros.

Dentro de dichas reflexiones paradigmáticas, se encuentra uno de estos aportes que ayudaron a cuestionar el asunto del sexo y hasta dónde definía la vida en sociedad de todos los individuos, desarrollado por la antropóloga estadounidense Margaret Mead,1quien en la década de los treinta, después de

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varios años estudiando sociedades en el Pacífico Sur, encuentra pruebas innegables de que el sexo no define en absoluto el papel o el temperamento que hombres y mujeres han de llevar en sociedad (Mead, 1973 [1935]). Llegó a esta conclusión después de estudiar en el campo tres sociedades primitivas, radicadas en un territorio prácticamente igual, que establecían roles y temperamentos a hombres y mujeres, cambiando dramáticamente de una sociedad a otra: de hombres hogareños, dedicados a la crianza, a mujeres cazadoras, dominantes y violentas, y viceversa. Frente a lo anterior, se puede identificar que el sexo biológico y la definición de los roles en la sociedad comienza a ser cuestionada.

La distinción entre sexo y género no fue realmente puesta en escena de debates académicos, políticos y económicos sino hasta los años sesenta cuando Robert Stoller, mediante su obra Sexo y género (1968), toma como punto central el sexo biológico y el género social.2El sexo es un concepto que únicamente se refiere al elemento biológico de la existencia de cada individuo: una persona nace con sexo masculino o femenino, “macho o hembra”, según Stoller, el cual se define genéticamente. Mientras, se refiere al género como un término que tiene connotaciones psicológicas y culturales más que biológicas; si los términos adecuados para el sexo son macho y hembra, los correspondientes al género son masculinos y femeninos, y estos pueden ser bastante independientes del sexo biológico (Stoller, 1968). Partiendo de esta separación,

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los debates en el asunto se comenzaron a centrar en el género y no en el sexo.3El género es definido como

[…] la construcción social y cultural que define las diferentes características emocionales, afectivas, intelectuales, así como los comportamientos que cada sociedad asigna como propios y naturales de hombres o de mujeres. Ejemplos de esta adscripción de características en nuestra sociedad es pensar que las mujeres son habladoras, cariñosas y organizadas y los hombres son activos, fuertes y emprendedores. (Berbel, 2004)

El género fue tomado como un punto central de todo este debate. El sexo se queda corto para explicar lo que ha trascen-dido en la sociedad, que ha significado la desigualdad entre un género y otro, la cual no se debe a la diferencia biológica manifiesta entre hombres y mujeres, sino a la construcción social alrededor de roles difundidos y aceptados, asignándolos a la masculinidad o la feminidad mutuamente excluyentes. Se configura un sistema que crea oportunidades para unos y, por otro lado, oprime dependiendo del sexo de la persona. La cuestión del género y su importancia es porque se configura como una categoría conceptual que explica y permite identificar cómo lo construido socialmente en nuestra sociedad ha transformado las diferencias biológicas entre los sexos en desigualdades económicas, sociales y políticas (Berbel, 2004).

Estas diferencias, lejos de verse disminuidas con el constante avance tecnológico, cultural y económico, se han acentuado, en

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gran parte porque el tema no logra ser tomado en cuenta a la hora de configurar políticas públicas, especialmente las presupuestarias, ya que un presupuesto, que aparentemente no afecta especialmente a un género más que a otro, en realidad acentúa las desigualdades que deberían ser atacadas.

Derechos y presupuesto público

Los derechos son puestos al acceso de la población y garantizados de una u otra manera a través de inversión pública, la cual es entendida como la destinación de los recursos o la existencia de bienes y servicios que satisfacen las necesidades públicas más esenciales. Aunque los derechos no están supeditados a la existencia de una destinación dentro del tesoro público, no se puede desconocer que sin la existencia de dichos recursos lograr que tales derechos sean satisfechos puede considerarse una tarea imposible, con más razón aún cuando los cambios de este tipo no surgen espontáneamente y muchos tardan un tiempo considerable en manifestarse. Frente a esta realidad, es claro el papel esencial que cumple la destinación de recursos a la hora de asegurar los derechos y las necesidades de la población.

2.1. El deber estatal

Es evidente que en todo el mundo existe una marcada desigualdad entre hombres y mujeres a pesar del avance normativo. El Estado social de derecho, como organización socialmente construida por antonomasia, encuentra su razón de ser en el mejoramiento de la calidad de vida, basado en la interdepencia de las personas que de una forma u otra acuden, acatan y se someten a su “contrato social” (Rousseau, 2003). En Colombia, el Estado de derecho tiene un carácter social, mencionado en su Carta Política, siendo obligación de este actuar con celeridad

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y eficacia mediante las diferentes herramientas y elementos con los que interactúa con sus administrados.4

Dentro de las herramientas que debe...

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