¿Genocidio en El Salvador? - Parte II. Relaciones intercategoriales e intergrupales - El realismo crítico fundamentos y aplicaciones - Libros y Revistas - VLEX 850926271

¿Genocidio en El Salvador?

AutorIgnacio Martín-Baró
Páginas269-301
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¿genocidio en El Salvador?1
Resumen
El artículo pretende mostrar que el actual proyecto político que se está
implementando en El Salvador conlleva prácticas genocidas por parte
1
A tenor de los datos que se incluyen en las respectivas Tablas, este artículo debió ser escrito hacia
1981, cuando la guerra civil en El Salvador ya había echado a andar, sembrando de muerte y
terror la vida de los salvadoreños. El Informe de la Comisión de la Verdad describe el período
1980-1983 como el de “la institucionalización de la violencia”: “La instauración de la violencia
de manera sistemática, el terror y la desconfianza en la población civil son los rasgos esenciales
de este período. La desarticulación de cualquier movimiento opositor o disidente por medio de
detenciones arbitrarias, asesinatos, desaparición selectiva e indiscriminada de dirigentes devi-
nieron en práctica común” (Naciones Unidas, 1993, p. 24). Desde ese momento, Martín-Baró
dirigirá su mirada escrutadora y su caudal intelectual, que no era despreciable, a analizar la
realidad lacerante y destructiva de la guerra y, de alguna manera, se convertirá en un cronista
de dicha realidad. Este escrito es buena prueba de ello, pero hay otros muchos (ver “Fantasmas
sobre un gobierno popular en El Salvador” [Martín-Baró, 1980]; “La guerra civil en El Salva-
dor”, [Martín-Baró, 1981a]; “El llamado de la extrema derecha”, [Martín-Baró, 1982]; “Estacazo
imperial: abuso y mentira en Granada”, [Martín-Baró, 1983]; “La oferta política de Duarte”,
[Martín-Baró, 1985]; “El pueblo salvadoreño ante el diálogo”, [Martín-Baró, 1986]; “Votar en
El Salvador: psicología social del desorden político”, [Martín-Baró, 1987]; “El Salvador 1987”,
[Martín-Baró, 1988]; “Los medios de comunicación masiva y la opinión pública en El Salvador
de 1979 a 1989”, [Martín-Baró, 1989]; “La opinión pública salvadoreña ante los primeros cien
días del gobierno Cristiani”, [Iudop, 1989]. En casi todas sus publicaciones, nunca faltará una
referencia a los hechos (normalmente apoyados en datos) de esa realidad, que en “Elementos de
concientización sociopolítica en los currículos universitarios de las Universidades”, un artículo
publicado en 1974, calificaba como trágica, conflictiva y alienante, y que ocupó todo el quehacer
del Iudop desde su creación. Lo hace así, porque entiende que una de las principales tareas de la
psicología consiste en mostrar en toda su crudeza los perfiles de la realidad cotidiana. “Por eso,
a los estudiantes que me piden una bibliografía cada vez que tienen que analizar un problema,
les recomiendo que primero se dejen impactar por el problema mismo, que se embeban en la
angustiosa realidad cotidiana que viven las mayorías salvadoreñas y sólo después se pregunten
acerca de los conceptos, teorías e instrumentos de análisis” (Martín-Baró, 1998, p. 314). Sobre
el genocidio volverá en el Prólogo a Acción e ideología: “Cuarenta mil víctimas de la represión
política en un lapso de tres años y en un país, como El Salvador, con una población que no llega
a los cinco millones de habitantes, son testimonio de un nuevo ‘genocidio’ realizado al amparo
de una histeria anticomunista, encubridora de intereses explotadores” (p. VII).
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del régimen. La práctica genocida consiste en el exterminio sistemático e
intencional, total o parcial, que un gobierno ejecuta contra un grupo por
razones étnicas, raciales o religiosas, según lo afirma la Convención de las
Naciones Unidas sobre el Crimen de Genocidio, ratificada por el Gobierno
salvadoreño en 1948.
El autor argumenta sobre la necesidad de ampliar el término a fin
de que lo religioso se extienda a lo ideológico y, dentro de lo ideológico,
considerar al grupo que denomina “oposición política” como sujeto de
exterminio
2
.
Hechas estas definiciones de tipo formal, muestra que, cuantitativa-
mente, los niveles de asesinatos políticos cometidos por el régimen son
tales que se aproximan a niveles de exterminio. Cualitativamente, la po-
blación que está siendo exterminada tiene, como denominador común,
una declarada oposición al régimen, o bien una supuesta oposición que
el régimen le ha atribuido. En este sentido, el exterminio es sistemático.
Acto seguido argumenta sobre la intencionalidad del exterminio, ba-
sándose en que el exterminio ha sido diseñado y que se pueden apreciar
los avances de acuerdo al diseño, y que este intenta estar legitimado y
justificado.
Concluye que la responsabilidad del exterminio recae tanto sobre los
Estados Unidos de América como impulsores y asesores principales del
diseño so pretexto de impedir el avance del comunismo y el extremismo
en la cuenca del Caribe
3
, sobre la Fuerza Armada salvadoreña y las bandas
2
La relación que aquí se establece entre religión, opción ideológica y actividad política constituye
una de las bases de la teología de la liberación. Martín-Baró se hizo eco de ella en numerosas
ocasiones, sobre todo a la hora de hablar y comparar la “religión del orden” y la “religión
subversiva” (Martín-Baró, 1998, pp. 237-278). En el capítulo “Los cristianos y la violencia”
se encuentra, en estado puro, la postura de Martín-Baró sobre las conexiones entre política y
religión, una postura en la que se irán introduciendo algunos matices. “Nuestra tesis, escribía
por ejemplo en 1989, es que esas semillas latentes en la religiosidad popular han alimentado
una sorda pero constante resistencia a toda forma de dominación cultural y que, al germinar
organizativamente, han animado movimientos de rebeldía y aun de revolución” (Martín-Baró,
1998, p. 204). Junto a ello, queremos llamar la atención sobre la dimensión intergrupal de la
violencia política: quien pasa a formar parte de la oposición política pasa a ser considerado
como un “enemigo” al que hay que exterminar. La polarización, y con ella la construcción
de la imagen del enemigo, pasará a ocupar uno de los ejes en su análisis de la guerra de El
Salvador, tanto en su origen (ver Martín-Baró, 2003, pp. 139-181) como en sus consecuencias,
hasta el punto de formar parte del trauma psicosocial (ver Martín-Baró, 2003, pp. 259-373). El
Informe de la Comisión de la Verdad ratifica esta visión: “Las denuncias en forma coincidente
indican que esta violencia se originó en una concepción política que había hecho sinónimos
los conceptos de opositor político, subversivo y enemigo. Las personas que postularan ideas
contrarias a las oficiales corrían el riesgo de ser eliminadas, como si fuesen enemigos en el
campo de batalla” (Naciones Unidas, 1993, p. 58). Ver también el epígrafe “La religión del
orden y la guerra psicológica” en De la Corte, 2001, pp. 170-174.
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Martín-Baró se mostró muy crítico con el apoyo y la injerencia de Estados Unidos (particular-
mente de la administración Reagan), reclamada y consentida por el Gobierno salvadoreño, en
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paramilitares bajo su control, como los ejecutores principales del exter-
minio, y sobre el Partido Demócrata Cristiano por ser cómplice de los
anteriores en su carácter de justificador del proyecto genocida.
Introducción
El tema de la violación de los derechos humanos en nuestro país tiene
ya historia. Solo en el período 1977-1979 se llevaron a cabo cuatro in-
vestigaciones por parte de observadores internacionales (1) en las que se
comprobaban violaciones constantes y se sugerían recomendaciones al
Gobierno salvadoreño a fin de que garantizara el respeto y cumplimiento
de tales derechos.
Recordemos también que, a principios de 1979, la Organización de
Estados Americanos (OEA) había planteado, como punto de agenda de su
Asamblea General, la posible sanción al régimen salvadoreño por viola-
ciones constantes a los derechos humanos consignados en la Convención
Americana de Derechos (San José, 1969). Dicho punto no se trató en la
Asamblea General Ordinaria debido a los sucesos que tuvieron lugar en El
Salvador el 15 de octubre de 1979.
A partir de esa fecha, contrario a lo proclamado por la Fuerza Armada
salvadoreña y lo esperado —tanto por el pueblo salvadoreño como por
el resto de la comunidad internacional—, la violación constante a los
derechos humanos no solo no ha disminuido, sino que ha ido creciendo
en forma exponencial. Ciertamente, ya no se puede hablar de violaciones
a los derechos humanos en El Salvador. Los datos indican, cuantitativa y
cualitativamente, que un amplio sector de la población salvadoreña está
la guerra de El Salvador y, en general, en la política latinoamericana. En 1984 había escrito un
pequeño alegato acusando de manera directa a Estados Unidos de terrorismo de Estado por
su apoyo logístico y económico a la guerrilla antisandinista: “Toda justificación del gobierno
norteamericano para su apoyo a la guerrilla antisandinista es una burda mentira. Como en los
tiempos de Vietnam y Watergate, la actual administración norteamericana y el propio Reagan
están mintiendo sistemáticamente a su pueblo, a su Congreso y al mundo entero acerca de
su guerra en Centroamérica” (Martín-Baró, 1984). En unos términos muy parecidos se había
pronunciado un año antes respecto a la invasión de Grenada por parte del ejército norteame-
ricano (Martín-Baró, 1983). Por otra parte, las encuestas del Iudop, en el capítulo dedicado a la
guerra, siempre incluían preguntas relativas a la intervención de Estados Unidos como causa
principal de la guerra, a la suspensión de la ayuda militar como forma de resolver el conflicto,
a la injerencia norteamericana en El Salvador, a su protagonismo como causante del fracaso
de los diálogos de paz, etc. Todas estas eran preguntas dirigidas a desmontar las “mentiras
institucionalizadas” procedentes del Gobierno salvadoreño en torno a la guerra y a la “ayuda”
de Estados Unidos. Por ejemplo, a la pregunta “¿qué debe hacer Estados Unidos para obtener
la paz en El Salvador?”, el 39.3 % de la población responde: no intervenir (Martín-Baró, 1989,
p. 124). (Ver epígrafe “Tercer momento: se cae la máscara” en este mismo capítulo). Sobre la
injerencia norteamericana, ver De la Corte (2001, pp. 183-185).
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