Imágenes sociales en El Salvador - Parte II. Relaciones intercategoriales e intergrupales - El realismo crítico fundamentos y aplicaciones - Libros y Revistas - VLEX 850926268

Imágenes sociales en El Salvador

AutorIgnacio Martín-Baró
Páginas199-218
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Imágenes sociales en El Salvador1
Introducción
A fin de conceptualizar el papel orientador que desempeñan las imáge-
nes mentales con respecto a la acción humana, se han utilizado diversas
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Este artículo fue escrito en 1980 y forma parte de una serie en la que Martín-Baró aborda
uno de los temas clásicos en la psicología social: los estereotipos y la discriminación en
razón del género, las relaciones hombre-mujer, el machismo, la violencia de género, etc.,
(ver a este respecto, por ejemplo, “El complejo de macho o machismo” [Martín-Baró, 1968];
“Psicología del campesino salvadoreño” [Martín-Baró, 1973]; “La imagen de la mujer en
El Salvador” [Martín-Baró, 1980]; “Los rasgos femeninos según la cultura dominante en El
Salvador” [Martín-Baró, 1983]; “La ideología familiar en El Salvador” [Martín-Baró, 1986];
“¿Es machista el salvadoreño?” [Martín-Baró, 1987]; “La mujer salvadoreña y los medios de
comunicación masiva” [Martín-Baró, 1988]; “La familia, puerta y cárcel para la mujer salva-
doreña” [Martín-Baró, 1990]. En esta investigación, Ignacio Martín-Baró aborda como círculos
concéntricos tres aspectos eminentemente sociales que, articulados dialécticamente, apuntan
a la importancia de la escolaridad (de la educación) como elemento potencial en los procesos
de liberación de las personas y los colectivos. Dirige su atención a las imágenes sociales de
la mujer, de la familia y del orden social. Parece claro que el autor los ve como elementos
micro (la mujer), mezzo (la familia) y macro (el orden social) que, aún teniendo sus propias
dinámicas, son constitutivos de una realidad social, a veces construida no tan explícitamente,
y en la que se mueven las personas. Dicho de otra manera, la escolaridad atraviesa cada uno
de esos niveles micro, mezzo y macro, dinamizándolos y haciendo que los cambios en uno de
ellos impacten en los otros, creando ambientes y espacios ideológicos que explican diferencias
cognitivas y relacionales entre diferentes estamentos sociales. Es interesante que tome como
referencia estas tres realidades (la mujer, la familia y el orden social), ya que en tiempos de
descomposición social en los que Martín-Baró lleva a cabo este estudio son realidades que
acusan un gran cambio. En tiempos de conflictos armados, tanto el papel de la mujer como el
de la familia se reconfigura haciendo que las tradicionales concepciones de ambas se decanten
por otras formas y dinámicas. Baste imaginar el papel que jugaron muchas mujeres durante
la guerra en El Salvador liderando a sus comunidades por la ausencia de muchos hombres de
sus hogares, el que desempañaron en los campamentos de refugiados tanto dentro del país
y como en Honduras, y las reglas imperantes de un nuevo orden social cuando la civilidad y
la cordura han desaparecido. [Este artículo fue publicado en 1998 por la Revista de Psicología
General y Aplicada, a cuyo director actual damos las gracias por haber permitido su inclusión
en este volumen.]
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unidades analíticas: opiniones (Smith, Bruner y White, 1956), creencias
(Converse, 1964), actitudes (McGuire, 1969), valores (Rokeach, 1973).
Es bien sabido que la vinculación entre estos constructos mentales y la
acción observable no es algo mecánico ni unidimensional (Wicker, 1969;
Deutscher, 1973; Dillehay, 1973, y Liska, 1975) y, en este sentido, no es lo
mismo, por ejemplo, una actitud que un hábito (Duijker, 1967). Son muy
diversos los intentos que se han hecho por clarificar la vinculación entre
imágenes mentales y acción concreta, aceptando que las imágenes mentales
tienen un carácter orientador, aunque no necesariamente desencadenante
de la acción (ver, por ejemplo, Rokeach, 1983, y Fishbein y Ajzen, 1975).
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En el presente trabajo se presupone ese carácter orientador de las
imágenes mentales con respecto a la acción, sobre todo como marco de
referencia (Schuman y Johnson, 1976). Por eso se utiliza el término genérico
“imagen mental”, entendiendo como la idea de un determinado objeto tal
como se refleja en la opinión expresada por las personas al ser interrogadas.
Las imágenes mentales son verdaderos elementos ideológicos, ya que
su comprensión adecuada remite a los intereses y prácticas sociales del
grupo o clase a la que pertenece cada individuo (ver Moscovici, 1972). El
carácter ideológico aparece con tanta mayor claridad cuanto más centra-
les e importantes son las imágenes para la vida de las personas. En este
sentido, por ejemplo, las imágenes que se tengan sobre la autoridad de un
gobierno o sobre la responsabilidad en el trabajo tendrán un carácter más
claramente ideológico que las imágenes que se tengan sobre la importancia
del equipo de fútbol local o la forma adecuada de vestirse en una fiesta.
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El concepto de imágenes sociales del cual hace uso Martín Baró tiene un fuerte parentesco
con el de representaciones sociales introducido por S. Mosocivi —en el sentido de hacer
presente en la mente, en la conciencia, y el de fusionar percepto y concepto— en cuatro
sentidos fundamentales que a lo largo de este artículo van apareciendo. En primer lugar, está
la base social que es el fundamento de las representaciones sociales, es decir, la construcción
sociohistórica que va creando realidades con las cuales los individuos van interactuando, bus-
cando ciertos intereses y obviando los intereses de otros colectivos o individuos. En segundo
lugar, las representaciones sociales producen gestos y acciones que se constituyen en vector
conceptual no solo para formar impresiones de otras personas o colectivos, sino que también
introducen valoraciones afectivas que constriñen las acciones aceptadas hacia los otros y,
en virtud de ello, posicionan a las personas jerárquicamente. De ahí que la estructura social
obedezca a la legitimización que se haga de esas representaciones. En tercer lugar, tal y como
sostiene Robert Farr, suele haber mucha claridad en las representaciones sociales, la cual hace
que no requieran de mayor explicación y suelan utilizarse como fundamento ideológico que
naturaliza un orden de cosas (Farr, 1986, pp. 495-506). En este sentido, con frecuencia hay
un consenso en lo que constituye la subjetividad femenina y la masculina, adjudicándole a la
primera características asociadas al sentimiento y, a la segunda, la masculina, características
agénticas. Finalmente, y en cuarto lugar, aún las representaciones sociales más elementales
acogen elaboraciones cognitivas y simbólicas, tienen un carácter constructivo que impulsa
hacia la acción. En este sentido, la conexión con otros constructos que introduce Martín-Baró
en este artículo (opinión, actitud, creencias) es clara.
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