La inserción de la economía colombiana en el mercado mundial - Primera Parte - Economía y nación: una breve historia de Colombia - Libros y Revistas - VLEX 845670566

La inserción de la economía colombiana en el mercado mundial

AutorSalomón Kalmanovitz
Páginas149-205
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capítuLo iii
La inserción de La economía
coLombiana en eL mercado mundiaL
introducción
Exportaciones y desarrollo
Durante el siglo xix y en especial en su primera mitad, las exportacio-
nes colombianas se caracterizaron por su volatilidad. Toda actividad
emprendida vivía primero una fase de expansión que hacía respirar
optimismo alrededor de ella, para después culminar en fracasos.
Las disímiles y cortas empresas que procuraron ingresos externos
al país, ya fuera la minería, el algodón, el añil, el palo del Brasil, el
caucho, el tabaco, las pieles y finalmente el café, se llevaron a cabo en
un marco social precapitalista que se erigió como un importante obs-
táculo para su éxito. Aun con su carácter precapitalista, la economía
exportadora cubrió varias formas de producción en las que había un
cierto grado de libertad e iniciativa individual para los productores
directos. En algunos casos, tal actividad alcanzó una organización
capitalista del trabajo, como en la minería antioqueña, pero en el
resto de productos se llevó a cabo con base en la agregatura y en
aparcerías bastante opresivas. En el campo de la recolección de frutos
silvestres —añil, palo del Brasil y caucho—, las precarias aventuras
capitalistas terminaron en la medida en que se expoliaba la fuente
natural de la riqueza o se derrumbaba su demanda en el mercado
mundial, sin dejar a lo largo de su desarrollo obras e instituciones
que favorecieran la acumulación de capital a escala social. Si bien el
café fue el vehículo que insertó al país en la economía mundial, su
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primer ensayo de expansión, en Santander, por medio de aparceros,
probó ser un esfuerzo excesivo para la vetusta organización social,
que a fines del siglo no disponía de capacidad de expansión. El fra-
caso santandereano se debió al parecer a que la economía parcelaria
se hallaba cercada por la gran propiedad y no tuvo por ello campo
abierto para la expansión, aunque también intervinieron otros dos
factores en el naufragio cafetero de Santander: tierras poco apropia-
das y baja calidad del grano1. Los intentos hechos por los grandes
terratenientes de la región del Tequendama fueron relativamente
más exitosos que los de sus congéneres de Santander y, con todo, su
dinamismo se vio también limitado: entraron en decadencia cuando
en verdad no habían logrado consolidar el cultivo en escala. Solo las
formas precapitalistas más libres, como la aparcería y la pequeña
propiedad parcelaria que caracterizaron la colonización antioqueña,
probaron ser capaces de sustentar una expansión sostenida de la ac-
tividad exportadora, suficiente para que el capitalismo se tornara en
lo dominante de la sociedad colombiana durante el siglo xx.
José Antonio Ocampo ha descrito en detalle el proceso exportador
que tuvo lugar en el país durante el siglo xix2, incentivado —como lo
prueba este autor— solo en aquellos momentos en que existían gran-
des rentas en los mercados internacionales por desequilibrios muy
intensos entre la oferta y la demanda de varias materias primas. Los
precios excepcionales alcanzados por una serie de productos agríco-
las constituían las señales por las que se guiaban los terratenientes
para acometer desordenadamente su actividad sobre la base de las
relaciones sociales existentes, modificándolas naturalmente en el
curso de las nuevas actividades. Cuando el mercado se normalizaba,
la producción mal organizada no resistía los precios medios inter-
nacionales y el terrateniente debía abandonar la empresa. Ocampo
subvalora la importancia de la organización social interna en tales
fracasos y atribuye mayor responsabilidad a la forma de vinculación
de la economía local con el mercado mundial. Según él, la peculiar
relación con el mercado internacional determina de por sí unas re-
giones exitosas o periferias “primarias”, como serían la Argentina y
Australia, y otras, periferias “secundarias”, que estarían condenadas
1 Marco Palacios, El café en Colombia, una historia económica, social y política, Bogotá,
Editorial Presencia, 1974, p. 19.
2 José Antonio Ocampo, Colombia y la economía mundial 1830-1910, Bogotá, Siglo
Veintiuno Editores-Fedesarrollo, 1984, pp. 47 y ss.
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al fracaso y al subdesarrollo. “Tales mecanismos [de causación cir-
cular] —agrega Ocampo— eran la manifestación concreta de las
leyes de desarrollo desigual operando a nivel de la periferia”3. Lo
externo aparece aquí como demiurgo, como destino, pero Ocampo
no especifica ninguna “ley” de desarrollo desigual, ni explica cómo
las relaciones internacionales bloquean la acumulación de capital.
Aquí debería probarse teóricamente que aun cuando existían todas
las condiciones internas para la acumulación, la vinculación externa
fue la que impidió que ella surgiera y continuara. En oposición a
Ocampo, se podría aducir que las periferias primarias se desarrolla-
ron con base en relaciones sociales libres, mayormente capitalistas,
ineludibles dentro de una población libre inmigrada de Europa. Las
periferias secundarias, por el contrario, se caracterizaban por unas
formas serviles de producción, imbricadas incluso en las relaciones
originales que a su llegada encontraron los colonizadores, ya fueran
españoles en América o ingleses en el Asia. Las relaciones mercantiles
de ambas con el mercado mundial presentaron obviamente distintas
respuestas de organismos sociales disímiles y el surgimiento del ca-
pitalismo en las segundas debió de ser más tortuoso y lento que en
las primeras. Pero no fue en sí mismo ese impersonal mercado el que
bloqueó el capitalismo en unos y lo promovió en otros.
Sin ir más lejos, Ocampo ha criticado la tesis aquí expuesta
de que la vinculación exitosa al mercado mundial depende en gran
medida del organismo social nacional. Él objeta en especial la afir-
mación mía de que la expansión cafetera terrateniente produjo una
involución en las relaciones sociales, al intensificar las cargas serviles
y el autoritarismo político. Para ello, se basa en las investigaciones
de Malcolm Deas y Marco Palacios que mostraron cómo los terrate-
nientes intentaron sujetar servilmente a la mano de obra sin lograr-
lo; en el caso de Cundinamarca, debieron recurrir a medianerías y
subarriendos para conseguir que las haciendas funcionaran por un
tiempo, para después sí sucumbir a la movilización campesina4. Sin
embargo, mi explicación no excluye que los campesinos no resistan
las nuevas cargas y, más aún, que la misma expansión productiva y
comercial favorezca el resquebrajamiento de las formas serviles de
3 Ibid., p. 59.
4 Palacios, op. cit., p. 161; Malcolm Deas, “Una hacienda cafetera de Cundinamarca:
Santa Bárbara (1870-1912)”, en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura,
núm. 8, Bogotá, Universidad Nacional, 1976.
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