Introduccción
Autor | Benjamin Lessing |
Páginas | 31-78 |
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INTRODUCCCIÓN
El enigma del conflicto entre los carteles y el Estado
En diciembre del 2006, solo diez días después de su posesión, el presi-
dente mexicano Felipe Calderón lanzó una “batalla sin cuartel” contra
los carteles de la droga de su país, lo cual implicó el mayor despliegue
de tropas del ejército mexicano por razones no humanitarias en tiempos
modernos. La ofensiva de Calderón no empezó la guerra de las drogas
en México —durante el gobierno anterior se habían duplicado los asesi-
natos relacionados con los carteles—, pero él esperaba que sí le pusiera
fin. Fueran cuales fueran los cálculos políticos que le dieron forma a esa
decisión, y sin duda allí había muchos cálculos, Calderón claramente
creía que una ofensiva militar daría resultado: que calmaría la creciente
violencia relacionada con las drogas, acabaría con los carteles, exorcizaría
la corrupción generalizada que había reinado por décadas, y restable-
cería el orden público y el imperio de la ley. Pero su ofensiva no logró
nada de eso.
Si bien el tráfico y la corrupción continuaron, como era predecible,
la violencia estalló de una forma inimaginable durante el período de seis
años de Calderón. Ni siquiera los críticos más severos de su estrategia
previeron que el conflicto escalaría por un orden de magnitud, se habla de
una impactante cifra de 70 000 vidas perdidas durante el 2012. Más aún,
aunque la mayor parte de estas muertes tuvieron lugar entre traficantes,
el gobierno de Calderón fue testigo de una inesperada erupción, igual
de aguda, de la violencia entre los carteles y el Estado. Los traficantes
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VIOLENCIA Y PAZ EN LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS
invadieron estaciones de policía, asesinaron alcaldes, bloquearon ciudades
y le pidieron públicamente a Calderón que retirara las tropas federales.
Los ataques de los carteles contra tropas del ejército, nunca antes vistos,
se convirtieron en el pan de cada día. Ese desafío armado tan descarado
minó las declaraciones del gobierno según las cuales los traficantes solo
se estaban exterminando unos a otros, y profundizó la sensación de crisis
y de pérdida de control por parte del Estado, precisamente la sensación
que buscaba mitigar la ofensiva de Calderón. Más de una década después,
la resistencia armada de los carteles continúa.
México no es el único lugar donde las ofensivas militarizadas1 contra
los carteles llevaron a una inesperada ola de violencia contra el Estado.
En 1984, el entonces ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara
Bonilla, lanzó la primera ofensiva seria contra los traficantes de cocaína
de su país, no para contener la violencia —en ese entonces los carteles
se dividían de manera pacífica los inmensos lucros provenientes de un
boom en la demanda mundial— sino para combatir la corrupción. Dicha
ofensiva produjo no solo el asesinato del propio Lara Bonilla sino una
década de un destructivo “narcoterrorismo” contra el Estado y algunos
de los episodios de violencia urbana más graves que se hayan registrado
en cualquier parte. El capo Pablo Escobar llevó a los carteles de Colombia
a una guerra abierta contra el Estado —y, con el tiempo, de unos contra
otros—, que convulsionó al país y, durante un período, opacó la cons-
tante guerra civil.
En Río de Janeiro, el mismo boom de la cocaína de los ochenta alimentó
la toma del comercio de drogas de la ciudad por parte de una sofisticada
organización criminal nacida en los calabozos de la dictadura militar bra-
silera. Su disposición para combatir la represión del Estado llevó a funcio-
narios autoritarios a catalogarla erróneamente como una insurgencia de
izquierda, por lo cual la denominaron “Comando Vermelho” (Comando
Rojo [
CV]
). Desde comienzos de los noventa, las ofensivas cada vez más
represivas contra el
CV
y sus rivales produjeron un agudo escalamiento
de la violencia, a pesar de que no lograron ni reducir la corrupción ram-
pante de la policía, ni el dominio armado de los traficantes sobre las casi
mil favelas de la ciudad. La violencia llegó a su punto máximo en el 2007,
cuando la policía mató a 1330 supuestos criminales en confrontaciones
1 A lo largo del texto se entenderá el término “ofensivas” (crackdowns) como aumentos
en el grado de la represión estatal sobre los carteles. Véase la sección “Argumentos”,
más adelante, para una explicación más amplia.
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INTRODUCCCIÓN
armadas, entre ellas un ataque letal, pero fallido, para retomar Complexo
do Alemão, la favela que constituía el principal bastión del
CV
.
Lo que diferencia estos casos de violencia de los que producen las
drogas en general, y las guerras territoriales entre traficantes en particu-
lar, es el fenómeno que llamaré conflicto entre los carteles2 y el Estado: una
confrontación armada y sostenida entre organizaciones sofisticadas y
muy bien armadas que trafican droga y las fuerzas del Estado. Aunque
en el pasado este conflicto entre los carteles y el Estado fue exclusivo de
Colombia, ahora ha arrasado tres de los países más grandes de América
Latina, produciendo tantas víctimas y perturbaciones sociales como
muchas guerras civiles3. Aun cuando la violencia entre los carteles y el
Estado es numéricamente opacada por los asesinatos entre carteles (co-
mo en México), el desafío armado sistemático a la autoridad del Estado
2 El término “cartel” es controversial. Lo utilizo por las siguientes razones: (1) decir
organizaciones que se dedican al narcotráfico (o
DTO
, por sus siglas en inglés) es raro e
impreciso: solo un subgrupo muy pequeño y específico de estas organizaciones atacan
a los Estados, es decir, solo aquellas con suficiente división del trabajo para dedicar
parte de su capacidad a la violencia armada; (2) el término “cartel” es la nomenclatura
local para esas organizaciones en dos de mis tres casos: las organizaciones mexicanas y
colombianas de las que hablo aquí se denominan “carteles” y las autoridades, los grupos
mismos y los periodistas y académicos locales se refieren así a ellas de forma colectiva;
(3) de manera similar, “carteles de la droga” es una expresión ampliamente usada en
los Estados Unidos y los medios internacionales, y también por algunos académicos,
para referirse a esos grupos; (4) el principal argumento en contra de usar “cartel” —que
estos grupos rara vez cumplen la definición técnica de un cartel económico que conspira
para fijar los precios de la mercancía— es correcto hasta cierto punto, pero parece haber
sido derrotado por el uso corriente; y (5), más aún, los carteles que estudiamos aquí se
componen, de hecho, de actores semiautónomos, entre los cuales tiene lugar a veces algo
de cooperación. Dicho esto, el término sigue siendo problemático; como señala Grillo
(2011), ha sido políticamente útil, tanto para los periodistas como para quienes combaten
la droga, para cosificar y convertir en un enemigo tangible a un grupo más bien difuso
de actores. Otra desventaja es que las organizaciones dedicadas al narcotráfico de Río
de Janeiro no se denominan, ni nadie se refiere comúnmente a ellas como “carteles”,
lo cual hace que el término resulte extraño en este caso. Sin embargo, las organizacio-
nes dedicadas al narcotráfico de Río comparten la característica principal de interés: la
capacidad organizacional para engancharse en una confrontación armada sostenida
contra el Estado. Tampoco hay un término perfecto para ellas, ni siquiera cuando se
las considera de manera aislada (se las conoce localmente como facções [facciones], lo
cual es un nombre poco apropiado incluso en portugués). Utilizo “crimen organizado”
cuando hablo de las organizaciones de Río de forma aislada, y “cartel” cuando hablo
sobre ellas junto con los casos mexicano y colombiano.
3 Tanto en México como en Brasil, los enfrentamientos armados entre traficantes y las
fuerzas del Estado producen regularmente más de mil muertes de “combatientes” al
año, un criterio común para definir una guerra civil.
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