Introducción - - - La novela de crímenes en América Latina: un espacio de anomia social - Libros y Revistas - VLEX 857331096

Introducción

AutorGustavo Forero Quintero
Cargo del AutorDoctor Cum Laude en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, por un estudio sobre el símbolo del espejo en la novela histórica de Germán Espinosa, y Magíster en Études Romanes de la Universidad de la Sorbona (París IV)
Páginas17-33
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INTRODUCCIÓN
La novela de crímenes tiene sus orígenes en la novela negra, llamada ini-
cialmente novela detectivesca o policial. En esta, el trabajo metódico de un
detective —que fungía como restaurador del equilibrio fundamental de la so-
ciedad— conducía a la sanción al criminal y restablecía el orden. La confianza
en la razón como herramienta fiable para el esclarecimiento de los hechos y
en la justicia del Estado como ente regulador de las relaciones sociales servía
así como distractor frente a la incertidumbre provocada por una revolución
industrial, que amenazaba sistematizarlo todo, y luego por el capitalismo, que
le daba primacía a la producción y sus rentas sobre los derechos del individuo.
El nacimiento del género se asoció con los movimientos sociales que le dieron
carta de naturalización a la idea de libertad individual (piedra angular de las
repúblicas del siglo xix que se consolidaron en el xx), que sin duda, poco
a poco, se ha venido cuestionando o por lo menos cambiado de contenido.
La relación entre la novela negra y el Estado de derecho fue estudiada,
entre otros, por Bogomil Rainov (1919-2007) y Roman Gubern (1934). El
primero hablaba de “novela de delito”, así, en singular, y señalaba que en
esta clase de literatura, “burguesa” e individualista, propia del capitalismo,
el crimen era el tema básico al cual se subordinaban los demás; el segundo
—que conservaba el concepto general de literatura burguesa donde se ubica
la novela criminal— incluyó en tal clasificación nombres como los de Edgar
Allan Poe (1809-1849), Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), Sergei M. Ei-
senstein (1898-1940) y Thomas Narcejac (1908-1998), quienes representan un
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Gustavo Forero Quintero
género determinado por un crimen que irrumpe en sociedades industriales
organizadas y productivas.
Para Siegfried Kracauer (1889-1966) (Der Detektive-Roman. Ein Phi-
losophischer Traktat, de 1922), el detective encarnaba la ratio, esto es, el
“pensamiento que oscila libremente en el vacío, que solo se refiere a su va-
cío profano” (81). Derivada de la Ilustración, esta ratio reducía a su campo
de acción el paradigma de la modernidad capitalista y la lógica liberal que
suponía el crimen y su consecuente sanción. En este orden de ideas, la pri-
mera novela negra se explicó como una representación más de esa razón
globalizante que permitía llegar a una resolución “lógica” del asunto crimi-
nal, sobre todo en términos de un orden liberal que impartía justicia a quien
se alejaba de sus máximas. El célebre detective Sherlock Holmes de Arthur
Conan Doyle (1859-1930) ilustraba, para el caso, la inteligencia que, a partir
de la reconstrucción metódica de hechos, salvaguardaba el sistema; y Poirot y
Mrs. Mapple, los más reconocidos investigadores de Agatha Christie (1890-
1976), aseguraban el imperio de la infalible ratio al usarla como herramienta
de análisis de la supuesta naturaleza humana. “Usted creyó en mi inocencia.
Creo que me gustaría casarme con usted” (190), dice Jack Argyle al final
de Ordeal by Innocence (1958), sintetizando la disposición de la lógica y la
efectividad del sistema legal, en armonía con los sentimientos humanos más
transparentes; todo en un presunto orden intrínseco que era en realidad el
orden del mundo burgués.
Tras la Gran Depresión económica del decenio de 1930 en Estados Uni-
dos, la novela negra se transforma en novela urbana y denuncia, ante todo,
el sistema liberal fracturado por la corrupción. El reconocimiento de los
efectos letales del capitalismo y de su responsabilidad en el deterioro de las
relaciones sociales desplazó la resolución intelectual de los crímenes hacia la
labor de detectives autónomos, al margen de las instituciones estatales, que
con su trabajo garantizaban el triunfo particular sobre la ilegalidad. Todo
en el campo homogéneo de la confianza en un orden. La concentración de
capitales, junto con una desmedida producción de bienes sin mercado, llevó
en octubre de 1929 a la caída de la bolsa de Nueva York, centro económico
y financiero del globo. Cayeron la renta nacional, los ingresos fiscales, los
empleos y los precios, y, por ende, los préstamos a países europeos con eco-
nomías devastadas por la guerra, afectándose con ello no solo la sociedad
norteamericana, sino el capitalismo mismo. Para su rescate se promovió un
modelo más social, en el que el Estado lideraba la economía, en contra de la

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