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Introducción. La racionalidad inmanente a la psicología como ciencia y como profesión

AutorAmalio Blanco y Mauricio Gaborit
Páginas11-69
IntroduccIón
La racionalidad inmanente
a la psicología como ciencia
y como profesión
aMalIo Blanco y MaurIcIo gaBorIt
La selección de artículos que presentamos se une a las dos previamente pu-
blicadas (Martín-Baró, 1998, 2003). Cada una de ellas perseguía un objetivo
concreto. En la primera, se trataba de recoger en un volumen los escritos
de Martín-Baró en torno a su original propuesta sobre una psicología de
la liberación. En el segundo, el objetivo era adentrarnos en la que, muy
posiblemente, fue la trayectoria intelectual más fructífera de nuestro autor:
sus estudios sobre la violencia, la salud mental y el trauma psicosocial. Esta
tercera tiene un doble motivo: en primer lugar, recuperar trabajos inéditos
(a excepción de “Imágenes sociales en El Salvador”, el resto de los trabajos
incluidos en este libro no fueron publicados en vida por Martín-Baró) y, en
segundo lugar, analizar en qué medida los supuestos del realismo crítico
y de la psicología de la liberación se encuentran incubados en sus escritos
de juventud, en sus escritos no publicados de la década de los sesenta (el
primero de los trabajos incluidos en esta selección data de 1963, cuyo
autor era un joven estudiante de filosofía en la Universidad Javeriana de
Bogotá), tanto desde el punto de vista estrictamente teórico como en su
vertiente aplicada. Adicionalmente, esta nueva colección de textos quiere
seguir rindiendo homenaje a su autor camino ya de los treinta años de
su asesinato junto con cinco de sus compañeros jesuitas y dos empleadas
de la Universidad. La memoria a la que volvemos a rendir culto una vez
más es el triunfo de las víctimas sobre los victimarios. Tal y como afirma
Jon Sobrino, la verdad defiende a las víctimas. Por ello, quienes hemos
trabajado ardua e ilusionadamente en la edición crítica de esta nueva
entrega de los escritos de Ignacio Martín-Baró seguiremos siendo testigos,
aunque, como decía el poeta, nadie nos pida testimonio.
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12 El rEalIsMo crítIco
La ardiente búsqueda de la verdad
El sábado 19 de noviembre, tres días después de la masacre que en la ma-
drugada del 16 de noviembre de 1989 segó la vida de Ignacio Martín-Baró,
cinco de sus hermanos jesuitas (Ignacio Ellacuría, Segundo Montes,
Amando López, Joaquín López y Juan Ramón Moreno) y dos empleadas
de la Universidad (Elba y Celina Ramos), se celebraba en la capilla de la
UCA el funeral corpore insepulto de aquellas ocho víctimas de la vesania y
la sinrazón, cuyo único delito había consistido en denunciar la violación
sistemática de los derechos humanos y cuyas vidas se habían caracterizado
por arrojar luz sobre una realidad plagada de pobreza, de violencia e in-
justicia y por proponer algunas vías de solución. “Todo en la vida de ellos
estuvo caracterizado por una ardiente búsqueda de la verdad”, dijo José
María Tojeira, a la sazón provincial de los jesuitas en Centroamérica, en la
homilía. Ahora, cerca de treinta años después, las palabras de Tojeira, que
ocuparía posteriormente la rectoría de la UCA durante más de una década,
vuelven a ponernos frente al compromiso de revisar algunas de nuestras
cómodas posiciones sobre la verdad y la realidad tras el delicuescente asalto
a que han sido sometidas en las últimas décadas. “Por buscar la verdad y
decir parte de la misma que iban encontrando, fueron asesinados. Como
tantos otros muchos en El Salvador. Como monseñor Romero”.
Conviene recordar estas palabras por elementales razones de justicia
histórica (el recuerdo de unas muertes, inútiles y caprichosas, decididas,
planificadas y diseñadas desde las altas esferas del poder
1
y de compromiso
epistémico con una visión de la realidad en la que la verdad sigue ocupando
un lugar, sigue teniendo un espacio y sigue gozando de una consideración
que ha pretendido inútilmente ser anulada y silenciada por el pensamiento
vacuo y el discurso dicharachero de la posmodernidad. Como hipótesis
arriesgada (solo las hipótesis tienen la obligación de ser arriesgadas, decía
Borges, no así la realidad) cabría pensar que, a la hora de preparar un
mensaje de cuya repercusión internacional era perfectamente consciente,
a Chema Tojeira le vendrían a la mente, en un tropel desbocado, recuer-
dos, imágenes, metáforas, sobre todo metáforas a las que tanto se prestan
este tipo de acontecimientos leídos desde la fe y desde una determinada
concepción del mensaje salvífico. Pero es posible que, en medio de aquel
1
A día de hoy, ya no cabe duda alguna (nunca la hubo, en realidad) de que la decisión de acabar
con los jesuitas fue tomada en reuniones mantenidas el día 15 de noviembre en el Estado
Mayor del ejército. “Entre los reunidos aquella noche [la del 15 de noviembre de 1989] se en-
contraban el ministro de Defensa, los dos viceministros, los comandantes de las unidades del
área metropolitana, los comandantes de las zonas de seguridad especial, el director de Coprefa
y los integrantes del Estado Mayor Conjunto, con su jefe, el coronel Ponce” (Doggett, 1993,
p. 103). (Ver también T. Whitfield, 1998, pp. 25-45 y sobre todo el Informe de la Comisión de
la Verdad, 1993, pp. 61-71).
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IntroduccIón 13
doloroso desconcierto, también le acecharan algunas, o quizás muchas,
de las ideas y propuestas del indiscutible líder intelectual de aquel grupo,
que no era otro que Ignacio Ellacuría: “La principal fuente de luz es la
realidad”, había repetido una y otra vez el teólogo vasco-salvadoreño. Ese
es el marco y la condición de la verdad: la realidad que hemos construido,
la que estamos haciendo y la que está por hacer, es decir, una realidad que
es hechura nuestra. Y por si cupiera alguna duda respecto a su compromiso
con la verdad, añade:
Hay que hacer la verdad, lo cual no supone primariamente poner en eje-
cución, realizar lo que ya se sabe, sino hacer aquella realidad que en juego
de praxis y teoría2 se muestra como verdadera. Que la realidad y la verdad
han de hacerse y descubrirse, y que han de hacerse y descubrirse en la
complejidad colectiva y sucesiva de la historia, de la humanidad, es indi-
car que la realidad histórica puede ser el objeto de la filosofía (Ellacuría,
1990a, p. 599. Las cursivas son nuestras)3.
Quien esto escribe no es un ayatolá infectado de fanatismo religioso,
sino una de las cabezas pensantes más agudas de la filosofía y la teología
2
Ellacuría es de esos autores que no dan puntada sin hilo, como dice ese recio refrán castellano.
La alusión a la praxis y a la teoría no es, pues, un mero juego retórico, sino la convicción de
que la praxis ocupa (debe ocupar) un lugar preferente en la actividad científica, en la acción
pastoral, etc. Porque, de otra manera, se nos puede llenar la boca y calentar la mano escribiendo
maravillas sobre la teoría sin llevar nada de ella a la práctica. Eso es, por ejemplo, lo que ocurre
con los derechos humanos, un campo en el que sobran discursos llenos de palabras vacías
y faltan acciones concretas capaces de superar “aquella condición de debilidad, esclavitud y
opresión, que es lo que se da de hecho” (Ellacuría, 1990b, p. 591). Eso solo puede hacerse
dejando al lado la “universalización abstracta”, tan frecuente en proclamas y documentos,
para dar paso a su historización, es decir: a) a verificar si lo que se dice de palabra se ajusta a
la verdad de los hechos; b) a constatar si el derecho proclamado sirve para todos por igual; c)
a examinar las condiciones reales “sin las cuales no tienen posibilidad de realidad los propó-
sitos intencionales”; d) a desideologizar los planteamientos idealistas, que en vez de allanar
el camino para el cambio necesario para el cumplimiento efectivo de la teoría, se convierten
en un obstáculo para el mismo, e) a introducir, finalmente, la dimensión tiempo “para poder
cuantificar y verificar cuándo las proclamaciones ideales se pueden convertir en realidades, o
alcanzar, al menos, cierto grado aceptable de realización” (Ellacuría, 1990b, p. 590). La cita es
larga, pero lleva impresas tres ideas que nos interesa resaltar en esta Introducción: a) la crítica
a las posiciones idealistas, por demás gastadas y encostradas de una vetusta displicencia a las
realidades sociohistóricas; b) la reivindicación de las condiciones reales de la existencia (si-
tuaciones de agravio comparativo en distintas formas de explotación, opresión, dominación,
etc., a las que se hará reiterada mención en muchos de los capítulos de este libro: ver, por
ejemplo, notas 2, 3 y 22 del capítulo “¿Qué psicólogo necesita el país?”; notas 2 y 26 de “Los
cristianos y la violencia”; nota 1 de “Genocidio en El Salvador”), y c) el compromiso con el
cambio, con la praxis.
3
La fecha de publicación de esta obra no debe llevarnos a engaño. Sabemos que el contenido
venía siendo trabajado por Ellacuría desde la década de los setenta, que iba dejando escritos
en “cuadernos mecanografiados que, como material académico, fueron publicados por la im-
prenta de la UCA en 1984”. Que, además de los múltiples intercambios y debates personales,
Martín-Baró disponía de estos cuadernos, no nos debe caber ninguna duda.
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