A modo de epílogo: póntelo, pónselo - Segunda Parte. Las herramientas para vender y liderar - Al liderazgo por la venta - Libros y Revistas - VLEX 862322697

A modo de epílogo: póntelo, pónselo

AutorJosé Luis Almunia
Páginas139-140
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pequeño que sea. También en el que comento encontré esa pequeña cosa: no
jerarquizar lo que se apunta en la libreta porque eso discrimina una tarea de otra.
Siempre he usado el cuaderno para apuntarlo todo, es más, dicto un curso de
habilidades directivas en las que enseño su uso. También es cierto que
jerarquizaba los apuntes en grados de importancia-urgencia. Ahora no lo hago así.
Al cabo de tantos años me he dado cuenta que eso no sirve para nada, que al final
la importancia o la urgencia se la vamos a conceder nosotros al asunto; no es
difícil encontrar un apunte con la máxima importancia y la máxima urgencia que se
eterniza por semanas y semanas y sigue allí, en el cuaderno de marras, sin que
lleguemos a meterle mano. En definitiva, siempre se saca algo del bodrio más
tonto.
Si adquiriéramos la costumbre de estudiar media hora al día, la faz de
nuestras organizaciones sería otra, la productividad sería mayor, la convivencia se
haría más fácil y todos seríamos más felices. Pero tenemos la manía de usar los
cacharros que compramos sin leer el manual y de dirigir empresas o grupos
humanos sin conocer los rudimentos de ese arte. En cualquier caso, en las
páginas que preceden hay mucho que puede ser útil. Si has llegado hasta aquí,
has estudiado y eso está bien.
Bien, estamos terminando. Tienes técnicas (primera parte) y herramientas
(segunda parte). Lee el Epílogo siguiente y por ahora es todo.
A MODO DE EPÍLOGO: PÓNTELO,
PÓNSELO
El título te puede sorprender. Responde a una campaña de prevención
contra el SIDA, que por supuesto no vamos a analizar aquí y mucho menos vamos
a entrar en el debate respecto a la moralidad o pertinencia del asunto. Pero verás
como expresa exactamente esta idea final, que si la entiendes y la aplicas,
justificará con creces el esfuerzo y el coste que ha significado leer este libro.
Estaba todavía escribiendo esta obra, cuando alguien me envió por correo
electrónico uno de esos mensajes, con moralina, que tanto se estilan hoy en día.
No suelo leer ese tipo de cosas y mucho menos reenviarlos, como suelen pedir al
final: reenvíalo a quien ames, no lo guardes para ti, etc. Ese mensaje me llamó la
atención por inexacto. Contaba la historia de un aviador argentino que se había
salvado porque alguien le había doblado bien el paracaídas con el que saltó
durante la guerra de las Malvinas. La moralina estaba bien clara: alguien, en
alguna parte de tu vida, te está plegando un paracaídas y de que lo haga bien,
depende en buena parte tu vida. Pero, dejando aparte el sentido moral que se le
quiso dar al relato, la historia no es cierta. No lo es por lo que sigue. Es una
historia real que suelo contar en mis cursos de dirección y que te resumo para ser
breve.
En la I Guerra Mundial se utilizó por primera vez el paracaídas como
medio para lanzar tropas desde aviones. En los primeros tiempos,
aproximadamente un diez por ciento de los paracaídas no se abrían y los
paracaidistas, lógicamente, morían en el salto. Un general de una división
aerotransportada (concepto que entonces no existía pero lo digo para
entendernos), se puso en contacto con el general de intendencia, responsable del
doblado de los paracaídas, para decirle que eso no podía seguir así, que él no
podía mandar a una muerte cierta a uno de cada diez soldados que iban a saltar
en paracaídas. El general de intendencia se defendió diciendo que en toda

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