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Montes de María: el particular olor a tabaco de un territorio ancestral

AutorLiliana Parra Valencia
Páginas40-58
INTERSECCIONES. Re-existencias: imágenes para sentipensar en comunidad
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La mañana despierta con una intensa luz, el cantar de los gallos, los pájaros y los diversos sonidos del campo.
El potente sol pronto calienta la tierra fresca. Desde temprano, se escucha el ruido de los trastos en la cocina,
acompañado del olor a leña del fogón; allí las mujeres preparan el café y cuecen la yuca cocinada para el de-
sayuno. Poco a poco se acercan los esposos, hijos, yernos y algún vecino, quienes madrugados y con sus ma-
chetes se disponen a trabajar la tierra. Comparten con nosotras y nosotros los alimentos y una charla amena que
nos hace sentir parte de la familia montemariana. Las mujeres se ocupan de alistar a las niñas y los niños para
ir a la escuela rural, a la vez que recogen, limpian y empiezan la preparación del almuerzo. Esta última tarea
implica, a menudo, caminar un largo trayecto, a veces de kilómetros, para conseguir el agua, cargarla desde el
jaguey, el pozo o el punto de abastecimiento, situado al borde de la Troncal de Occidente, y traerla de regreso
a casa, en la profundidad de la vereda.
En caso de que alguien amanezca con cólico, diarrea o ebre, las mujeres campesinas lo auxilian con
las plantas medicinales que cultivan en sus huertas caseras o patios traseros. Ellas preparan una infusión o un
baño, para atender y tratar a sus familiares. Esta práctica de cuidar y curar con plantas nos remite a saberes
afroindígenas, y a una dimensión terapéutica y emancipatoria de la grupalidad curadora (Parra-Valencia, 2019)
presente en las comunidades montemarianas. Por su parte, el cultivo de yuca, ñame, hortalizas, la limpieza de
los caminos veredales o el arreglo de algún potrero continúan estando en manos de los hombres campesinos.
Labores que realizan antes de que el inclemente sol los obligue a resguardarse.
En septiembre o principios de octubre, se cosecha el tabaco sembrado a mediados de año; si las sequías
no son prolongadas (como la vivida en 2014 que amenazó con nuevos desplazamientos de pobladores del te-
rritorio), y si las anheladas lluvias así lo permiten. Las hojas grandes y verdes son cortadas y llevadas al caney
para ser ensartadas y colgadas en el techo; el humo del fuego encendido, pero atizado, desde abajo, las seca
lentamente por varios días y noches consecutivas, e impregna de aquel particular olor del tabaco el ambiente
a su alrededor. Mujeres, hombres y jóvenes participan y esperan que este año, pese a las condiciones que cada
vez imponen las comercializadoras, sí logren vender a un precio justo la cosecha. Esta actividad ha caracteri-
zado la economía del territorio desde comienzos del siglo XX, con el auge tabacalero. Hoy, se continúa con el
cultivo del tabaco negro que se remonta al ancestro zenú que habitó este territorio. Sin embargo, las tabacaleras
Liliana Parra-Valencia
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quieren reemplazarlo en su totalidad por el rubio para los cigarrillos. Las abuelas de Medellín y San Francisco
protegen y resguardan la tradición ancestral y artesanal del doblado, tanto del tabaco negro como del tabaco
calilla que fuman las mujeres. Ambos acompañan las jornadas diarias de trabajo en el campo.
A medida que anochece, la familia se recoge. Si está pasando por la pérdida de un ser querido, la comuni-
dad, allegadas, allegados, comunidades vecinas y familiares se reúnen hacia las 7:00 p.m. para participar del
novenario; durante nueve noches seguidas. Se comparte comida, si la hay, café, aromáticas, y a veces, algún
juego de mesa. Y, sobre todo, se acompaña el dolor. El encuentro es la oportunidad para compartir y expresar la
tristeza y “animar al dolido”, como se escuchó decir en una oportunidad en la comunidad Medellín.
Estas prácticas comunitarias anuncian que estamos en el territorio ancestral afroindígena y campesino de
Montes de María.

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