El nuevo clientelismo político en el siglo XXI: Colombia y Venezuela 1998-2010. - Vol. 27 Núm. 2, Julio 2015 - Revista Desafíos - Libros y Revistas - VLEX 636914281

El nuevo clientelismo político en el siglo XXI: Colombia y Venezuela 1998-2010.

AutorAlexandro Barón, Josué
CargoEnsayo
Páginas253(37)

The New Political Clientelism in the XXI Century: Colombia and Venezuela: 1998-2010

As novas dinâmicas do clientelismo político: a Colômbia e a Venezuela 1998-2010. Uma aproximação ao problema desde uma perspectiva comparada

  1. Las dinámicas del clientelismo, una reflexión teórica a manera de introducción

    Sin lugar a dudas, el clientelismo político como práctica política y electoral se ha venido trasformando, esto no quiere decir que su implementación por parte de los partidos políticos haya desaparecido. Desde hace casi dos décadas, asistimos a la configuración de una nueva etapa del clientelismo, la cual se ha identificado como 'clientelismo de Estado'. Aquí confluyen nuevas dinámicas, nuevos actores que reordenan las redes clientelistas desde el nivel nacional hasta el local. Por lo tanto, el artículo analiza las dinámicas de esta nueva etapa del clientelismo político.

    En este orden de ideas, este texto muestra que efectivamente en Colombia y Venezuela hoy asistimos a una nueva etapa del clientelismo político. Que existen unas nuevas dinámicas, nuevos actores, que se centran en la utilización de los recursos estatales mediante el establecimiento de políticas públicas, que, en principio, buscan aliviar algunas problemáticas sociales, pero que muchas veces terminan generando apoyo electoral a los gobiernos de turno. Este proceso establece una nueva relación entre el Estado y los ciudadanos, en la medida que se hace uso de las instituciones del Estado y de los recursos para organizar unas redes, que se convierten en transmisoras de las prácticas clientelistas establecidas por el presidente. Lo que finalmente termina en una recentralización del poder, reducción de la participación y genera más bien una dependencia del ciudadano frente al Estado. El artículo se divide en dos partes, en la primera se hace una reflexión teórica y un apunte histórico reciente; en la segunda, se explica la configuración y operación de esta nueva etapa del clientelismo, para finalmente concluir.

    1.1. Apuntes sobre el clientelismo político

    Es preciso apuntar que el Estado moderno se caracteriza por una serie de propiedades que lo identifican: la soberanía, la libertad, su relación con la nación, el uso de la fuerza legítima y la construcción de la democracia, entre otros. En palabras de Weber: "El Estado es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio (...) reclama para sí (con éxito) el monopolio de la coacción física legítima. Porque lo específico de la realidad es que a las demás asociaciones o personas individuales sólo se les concede el derecho de la acción física en la medida en que el Estado lo permite" (Weber, 2002, p. 1056). En este sentido, el Estado moderno ha tejido unas relaciones con la sociedad, a partir de la coerción y mediante la representación. En tal orden de ideas, como sostiene O'Donnell, "el Estado es también, y no menos primariamente, un conjunto de relaciones sociales que establece cierto orden en un territorio determinado ..." (O'Donnell en Santana, 1995). En tanto, el Estado está llamado a promover los escenarios adecuados para que se establezcan unas buenas relaciones con los ciudadanos, en donde concurran los disensos y se busquen los consensos, basados en procesos de representación y participación, esto al menos en el ideal liberal.

    La mayoría de los Estados modernos construyen la democracia como una forma de gobierno, en tanto les permite establecer, al menos, una limitada relación con la sociedad. La aparición de los partidos políticos en cierta medida contribuye a sostener esta relación y mantener la representación de la sociedad en el Estado. Esta articulación que lograron los partidos políticos entre la sociedad civil y el Estado, en un primer momento, se establece medianamente, en Colombia y Venezuela, gracias a cierto grado de ideología. Diversas circunstancias, como la violencia en Colombia, la centralización del poder en Venezuela, la debilidad del mismo Estado como lugar de resolución de conflictos, la fragmentación de los partidos políticos en ambos casos, habrían llevado a "pasar dicho sistema y sus partidos de una legitimación ideológica hacia una legitimación puramente utilitaria" (Njaim, 1996, p. 141). Esto nos permite observar cómo se van transformando los elementos que han articulado el sistema político, en la medida que de ellos depende la legitimación del Estado frente a la sociedad.

    En tal sentido, una de las maneras mediante las cuales el Estado y sus autoridades se legitiman son los procesos electorales, los cuales, junto a la ley, le permiten a la sociedad civil, limitadamente, ser representada en el Estado. Tales elecciones en un primer momento estaban motivadas por la ideología, esto con respecto a los partidos políticos, pero ahora se habría cambiado por la mercantilización, lo que lleva a que la acción mediante la cual se realiza el ritual de representación se torne limitadamente libre. Se anteponen, entonces, las lealtades, las cooptaciones, la exclusión y, en ocasiones, las amenazas a los electores. Esto no quiere decir que, cuando opera la ideología, las cosas sean diferentes, lo que pasa es que tales prácticas son menos evidentes.

    De este modo, prácticas tradicionales como la de lealtad y cooptación (que casi siempre es negociación de favores entre elector y elegido) se fortalecen y se transforman, muchas veces por los agentes del Estado para la legitimación y funcionamiento de este frente a la sociedad. Este tipo de acciones se han enmarcado en lo que se conoce como prácticas clientelistas. El clientelismo en el contexto político se desarrolla con más fuerza desde lo estatal, apoyándose en la utilización de recursos públicos, puestos de trabajo, entre otros. En este sentido, entendemos el clientelismo como una práctica que se sustenta en utilizar los recursos públicos "para implementar las relaciones políticas de clientela, que constituyen el aspecto central de la mediación estatal y, por tanto, del carácter moderno--nuevo--del fenómeno" (Leal & Dávila, 1990, p. 44). Tales relaciones de clientela tienen de por medio el poder, poder que es ejercido por el patrón sobre el cliente, en términos políticos y electorales, relación que se da entre el jefe político y el elector, a nivel local regional y nacional, en donde cada uno busca obtener sus propios dividendos.

    Según se establece el clientelismo como práctica política, asume dos valores centrales. Szwarcberg afirma que, por un lado, se encuentra su valor "instrumental y se concentran tan sólo en la pura distribución de bienes, es decir, en su costado más visible y escandaloso (favores por votos). El segundo valor está relacionado con un fuerte componente simbólico cuya centralidad y relevancia no puede, ni debe, ser obviada en los análisis que buscan comprender en forma adecuada el fenómeno" (Szwarcberg, 2001, p. 5).

    En este orden de ideas, el clientelismo político "en su nuevo papel de articulador del sistema, la mediación se limitó a las demandas sociales que fueran susceptibles de transformarse directamente en votos" (Leal & Dávila, 1990, p. 91) y apoyos políticos significativos. La forma en que se expresa este clientelismo es diversa, pero tiene como centro el intercambio de favores entre el representante del Estado y el ciudadano. Identificamos los favores más comunes: subsidios, dinero, privilegios, prestación de servicios, empleos y recomendaciones para los clientes dentro del Estado.

    Teniendo en cuenta lo anterior, el clientelismo se ha desarrollado, al menos, en tres niveles o etapas: el clientelismo desinstitucionalizado (tradicional), el clientelismo departidos políticos (clientelismo moderno) y, por último, el clientelismo promovido desde las mismas instituciones públicas por agentes del Estado (clientelismo desde el Estado).

    Clientelismo desinstitucionalizado: se conoce como la práctica más antigua de clientela y tiene mayor fortaleza en el ámbito local. En este proceso, se crean los círculos de potestad para controlar el poder local, en donde el jefe político era el gamonal o cacique y su contraparte el cliente o seguidor. Se buscaba lealtad a cambio de protección entre los dos actores. Luego, esto se traslada al campo político en donde "el compadrazgo y el favor personal constituían mecanismos de supervivencia comunitaria, confundiéndose a la vez con las relaciones de poder" (Leal, 1989, p. 174). Tales relaciones de poder, en buena medida, son informales, o por lo menos no mediadas por los partidos políticos, o por los agentes del Estado o sus instituciones. En este sentido, Caciagli define estas relaciones como "relaciones informales de poder" (1996, p. 17).

    Clientelismo desde los partidos políticos: los partidos políticos habían logrado establecer más o menos la ideología como la manera de relacionarse o articular las demandas sociales de los ciudadanos frente al Estado, esto sucedió en varios países de América Latina; Colombia y Venezuela no fueron la excepción. En estos dos países, los partidos políticos, en cierta medida, lograron en un principio articular las demandas sociales mediante ideologías. Sin embargo, este proceso no perduró en el tiempo, y pronto se optó por otros medios para lograr respaldo político y electoral de la sociedad. Como sostiene Leal, para el caso de Colombia, "a medida que, en distintos grados, se fue perdiendo la mística familiar de pertenencia a uno u otro de los partidos tradicionales como efecto del Frente Nacional (1958-1974), las gratificaciones emocionales partidistas fueron truncándose por la búsqueda de algún favor burocrático o económico como condición de fidelidad partidista" (Leal, 1989, p. 174). Esto va influyendo en el cambio del apoyo de los ciudadanos a los partidos; disminuye la afiliación ideológica; se incrementan y refuerzan las afiliaciones de carácter más económico y de tipo personal.

    En su relación con el Estado, los partidos políticos empiezan a perder su capacidad de representación de las demandas sociales, en...

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