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El paramilitarismo: ¿una estrategia de 'gubernamentalidad imperial'?

AutorRaul Zelik
Cargo del AutorEscritor, periodista y politólogo alemán
Páginas279-348
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8. EL PARAMILITARISMO:
¿UNA ESTRATEGIA
DE “GUBERNAMENTALIDAD IMPERIAL”?
Hemos visto que el paramilitarismo no es consecuencia de un Estado fracasa-
do o state failure. Las AUC nunca desarrollaron una autonomía política real,
sino que dependieron siempre del apoyo que les brindó el aparato estatal.
Los crímenes, que generalmente se cometieron con extrema crueldad, cum-
plieron una función claramente definida, consistente en aniquilar procesos
organizativos, imponiendo nuevas relaciones sociales más controlables “desde
arriba”. Los desplazamientos masivos generados por las masacres facilitaron
la penetración de regiones periféricas con proyectos de infraestructura y la
explotación de recursos naturales. La persecución de los sindicatos permitió
imponer condiciones de trabajo y reformas laborales favorables al capital. Los
atentados contra los partidos de izquierda y los movimientos sociales impi-
dieron una ruptura política.
Una pregunta clave es, pues, ¿en qué medida ha tenido responsabilidad
Estados Unidos en el surgimiento del paramilitarismo, teniendo en cuenta su
rol como potencia líder, y siendo el socio más importante del Estado colom-
biano? Por lo menos, no existe la menor duda de que el país norteamericano
comparte algunas de las metas del paramilitarismo en Colombia, tales como
la integración de regiones a la economía global, la seguridad para las inver-
siones, el aniquilamiento de las guerrillas y el control político de la población.
Por otro lado, no hay que caer en resentimientos antiestadounidenses, hoy
día característicos de grupos de derecha, de izquierda y de fundamentalistas
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Raul Zelik
religiosos1. Estados Unidos es, sin duda, una potencia líder, pero no por eso
es responsable de todas las políticas de sus Estados aliados. Se trata más bien
de un “poder protector” —según lo estima el mismo país del Norte—, que
busca asegurar el flujo global de mercancías y capitales, así como la apertura
de mercados. En este sentido, Estados Unidos se diferencia de las potencias
imperialistas clásicas, cuyas acciones se centraban en la conquista de mercados
y recursos para beneficio de su Estado nacional. Estados Unidos, en cambio,
actúa como garante de un orden económico transnacional, del que no solo él
se beneficia, sino también otros centros del capitalismo (sobre la diferencia
entre modelos imperiales e imperialistas, cf. Arrighi 2003, Atzert y Müller
2003, Hirsch 2005, Altvater y Mahnkopf 2007).
Así pues, esta misión imperial no se fundamenta —como es previsible— en
principios democráticos abstractos o de derechos humanos. Las intervencio-
nes de “Occidente libre” en los Estados del tercer mundo han tenido desde
1945 objetivos principalmente económicos y geopolíticos. Según Blum (2005),
EE.UU. ha intervenido violentamente en 56 Estados desde la Segunda Guerra
Mundial. En tales intervenciones, según se ha dado a conocer una y otra vez,
sus órganos estatales han participado en complots para cometer asesinatos, han
propagado organizaciones terroristas, han organizado golpes militares contra
Gobiernos elegidos democráticamente y han engañado sistemáticamente a la
opinión pública internacional mediante manipulación mediática.
El papel que ha desempeñado Estados Unidos en la política exterior, sin
embargo, no solo ha sido de ese tipo. Al mismo tiempo, los mismos u otros
órganos del país norteamericano han hecho presión para que se respeten los
derechos humanos en Estados aliados, y les han retirado el apoyo a Gobiernos
golpistas. Por eso es necesario hablar de diversas políticas estadounidenses,
que desde luego han tenido efectos contradictorios; por ejemplo, cuando opo-
sitores de Gobiernos latinoamericanos rechazan la ayuda militar de EE.UU.,
mientras que los militares de esos mismos países se quejan de las condiciones
que el Congreso estadounidense les impone en materia de derechos humanos.
No hay ninguna razón para demonizar a EE.UU. Por otro lado, es evidente
1 Michel Chossudovsky, por ejemplo, quien es apreciado dentro del movimiento crítico a la
globalización por sus posiciones frente a las políticas de seguridad estadounidenses, tam-
bién goza de simpatías en la extrema derecha (cf. Nationalzeitung 22.7.2005, disponible en
https://de.groups.yahoo.com/neo/groups/karovier/conversations/messages/5665, consul-
tado el 18.11.2014). Al respecto cabe recordar que un orden mundial bajo el dominio de
otra nación tendría consecuencias mucho más dramáticas. Si Alemania hubiera ganado la
Segunda Guerra Mundial, estaríamos bajo un imperio en el que la aniquilación racial sería
programática. Toda crítica a Estados Unidos debe considerar este aspecto.
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Paramilitarismo. Violencia y transformación social, política y económica en Colombia
que su política de seguridad abarca toda la escala imaginable de violencia
abierta y encubierta.
Por eso, no es descabellado preguntar en qué medida estuvieron envueltos
los organismos estatales de EE.UU. en el surgimiento de grupos terroristas
paramilitares. Existen técnicas de intervención encubierta que nada tienen
que ver con su retórica oficial de la democracia y los derechos humanos. Da-
do que en el pasado ese tipo de injerencias pudieron comprobarse siempre
solo a posteriori, cabe examinar, primero, independientemente de Colombia,
si existe una especie de “técnicas imperiales irregulares”, que EE.UU. y otras
potencias hayan empleado en guerras civiles o en conflictos internos durante
las décadas pasadas.
8.1. la doctrina dE sEguri dad nacional dE EE.uu.
y las dinámicas dE las g uErras asimétricas
Después de 1945 se reconfiguraron las estrategias militares de Occidente.
Ante el desafío asimétrico que implicaban los movimientos insurgentes, las
fuerzas militares occidentales respondieron con guerras estatales irregulares.
Diversos autores, como el antisubversivo francés Roger Trinquier (1985), o el
principal jurista del Nacionalsocialismo, Carl Schmitt (1985a), o el politólogo
modelo de la República de Berlín, Herfried Münkler (1990, 2002 y 2005b), o
el historiador y crítico de EE.UU., Bernd Greiner (2009), coinciden en que las
acciones de tendencia terrorista de grupos subversivos incitaron a los ejércitos
estatales a implementar una especie de contraterror. Por ejemplo, Greiner,
cuyo War without fronts es un valioso estudio sobre la irregularización de la
guerra de EE.UU. en Vietnam, y quien, con seguridad, no simpatiza con las
teorías schmittianas, coincide en este punto con el teórico del Estado auto-
ritario. Greiner habla de una “dinámica de guerra asimétrica”, y afirma que
el Vietcong provocó que las tropas norteamericanas atacaran a la población
civil, con el fin de generar una movilización social de oposición (ibíd.: 31-41).
Como ya he señalado antes, considero que esta tesis no es convincente, por
lo menos en el contexto latinoamericano2. Dado que la insurgencia irregular no
puede proteger a su base social, la represión que el partisano genera, supues-
tamente con intención, no resulta movilizadora, sino, al contrario, produce
2 Al parecer, la exposición de Greiner sobre el terror del Vietcong se basa, en buena parte,
en información de las Fuerzas Militares estadounidenses. Valdría la pena verificar, también
para el caso de la guerra en Vietnam, hasta qué punto los partisanos implementan cálculos
terroristas con miras a movilizar a la población.

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