Paz de los expertos y teodiceas seculares - El exterminio de la isla de Papayal. Etnografías sobre el Estado y la construcción de paz en Colombia - Libros y Revistas - VLEX 850197102

Paz de los expertos y teodiceas seculares

AutorJuan Felipe García Arboleda
Páginas75-116
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Paz de los expertos
y teodiceas seculares
El Plan Marshall y la teodicea secular
El 5 de junio de 1947, George Marshall, secretario de Estado norteameri-
cano, pronunció en la Universidad de Harvard un discurso que trazaría
las líneas de un modelo de intervención para las sociedades que enfren-
taban los efectos de la guerra: “Al considerar los requerimientos para la
rehabilitación de Europa, la pérdida física de vidas, la visible destrucción
de ciudades, fábricas, minas y ferrocarriles fue estimada correctamente,
pero durante los meses recientes se ha hecho evidente que esta destruc-
ción probablemente fue menos grave que la ruptura de todo el tejido de
la economía europea” (Marshall 1947; traducción propia). Para Marshall,
quien había sido jefe del Estado Mayor del Ejército estadounidense du-
rante la Segunda Guerra Mundial, la desmoralización que deja la guerra
en los pueblos solo se puede combatir mediante la reactivación de lo más
“serio” que ha quedado arrasado: la productividad de las economías nacio-
nales. Para esta aproximación, la reactivación es la verdadera garantía de
que Estados Unidos y el mundo puedan volver a alcanzar la paz: “Aparte
del efecto desmoralizador en el mundo en general y las posibilidades de
disturbios que surgen como resultado de la desesperación de las personas
afectadas, las consecuencias para la economía de los Estados Unidos de-
berían ser evidentes para todos. Es lógico que los Estados Unidos debería
hacer todo lo posible para asistir en el retorno del bienestar económico
normal en el mundo, sin lo cual no puede haber estabilidad política ni
paz asegurada” (Marshall 1947; traducción propia).
76 EL EXTERMINIO DE LA ISLA DE PAPAYAL
Este modelo de intervención para garantizar la paz mundial a partir
de la reconstrucción de las economías nacionales, conocido posterior-
mente con el nombre de Plan Marshall, y que dio pie a la creación de
instituciones como el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento
(BIRF), se trazó una misión especial, expuesta en el discurso de Marshall:
“Nuestra política está dirigida no contra algún país o doctrina, sino contra
el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos. Su propósito debería
ser la reactivación de una economía laboral en el mundo que permita el
surgimiento de condiciones políticas y sociales en las que puedan existir
instituciones libres” (Marshall 1947; traducción propia).
¿No están expuestos en este discurso los elementos centrales de una
teodicea? Como se podrá recordar, la teodicea se propone justificar, por
un lado, la existencia de Dios y, por otro, la existencia de ese Dios como
fuente absoluta de bondad, a pesar de la evidencia del mal en el mundo.
En la tradición cristiana esta aparente paradoja se resuelve en la idea de
la salvación y el bien supremo1. Simplificado, el argumento que se con-
solida en el siglo XVIII en medio del ascenso del racionalismo plantea la
cuestión en términos de la relación lógica entre lo particular y lo general:
el mal debe ser considerado como algo que les sucede a las personas en
su existencia particular. Es inmanente. Si ese mismo mal es considerado
desde una perspectiva general por el ojo que todo lo ve, es necesario
comprender que ese pequeño mal hace parte de un plan providencial
que solo podrá ser escrutado en el momento de la trascendencia, en el
que se encuentra garantizado el bien universal (Dupuy 2014).
Como la ve Michael Herzfeld (1993), la comunidad patriótica y de-
mocrática liberada de toda opresión, la comunidad que han prometido
desde su nacimiento los nacionalismos europeos, es una idea equivalente
a la de salvación contenida en la teodicea. En estos términos, la narra-
tiva de la nación es una teodicea secular, pues apela a un tiempo y a un
espacio trascendentes, al menos en dos sentidos. Por un lado, pensar la
nación supone imaginar un lugar en el que las diferencias individuales y
locales de los sujetos particulares que la componen se han desvanecido
para constituir un cuerpo homogéneo que las trasciende. Por otro lado,
como la nación se postula como portadora de valores de la humanidad
en general, pensar la nación también supone imaginarse parte de ese
universo que constituye la comunidad de las naciones libres2.
1 “Hubo una época, no hace mucho tiempo, cuando los seres humanos creían que la muerte, la
enfermedad y las lesiones accidentales eran legítimamente inflingidas por Dios sobre todos los
que pecacen en contra de Él, de acuerdo con el principio del summum bonum o el bien supremo,
que por la perfección misma de Dios debe llevarse a cabo” (Dupuy, 2014; traducción propia).
2 El trabajo de Herzfeld sobre la relación de los campesinos del Friuli con la burocracia del
Estado nacional italiano guarda, sin duda alguna, cercanía con los trabajos de la sociología
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PAZ DE LOS EXPERTOS Y TEODICEAS SECULARES
Este parece ser el lugar desde donde habla el general Marshall, el lugar
de la comunidad de naciones libres. Un ojo que todo lo ve y que posee la
fórmula para salvar a las sociedades del hambre, la pobreza, la desespe-
ración y el caos. Pues bien, fue desde este lugar y según este modelo de
intervención como se diseñó la primera misión del BIRF. Aprovechando
que John McCloy, presidente del Banco, asistiría en Bogotá a la Novena
Conferencia Internacional de Estados Americanos, su jefe de empréstitos,
William Iliff, le escribió el 22 de marzo de 1948: “Mi gente latinoameri-
cana piensa que Colombia es un país con algunas potencialidades y que
puede ser de algún interés para nosotros. Deberíamos estar complacidos
con la oportunidad de enviar una misión allá para hacer un estudio
general de condiciones. […] Cuando esté en Bogotá podría mencionar,
de manera bastante informal [dígale al presidente] la posibilidad de que
enviemos a una misión así” (citado en Alacevich 2009; traducción propia).
Tecnopolítica económica y construcción de paz
Emilio Toro, colombiano miembro de la mesa de directores ejecutivos
del BIRF, venía gestionado para el Gobierno de Colombia un préstamo
desde 1947 (Alacevich 2009). McCloy consideró que, antes de autorizar
el desembolso del empréstito, era necesario formular “un programa de
desarrollo diseñado para elevar el nivel de vida del pueblo colombiano”
(IBRD 1950; traducción propia). Este fue el objetivo de la misión que
arribó en julio de 1949 y entregó su informe final el 27 de julio de 1950.
Para el BIRF, la misión a Colombia significaba la posibilidad de
instituir un modelo conceptual que sirviera para lograr la estabilidad
de sociedades en transición hacia el desarrollo. En palabras de McCloy,
“esta es la primera misión integral en ser emprendida por el Banco y
la cual puede configurar un patrón, ya que considero que será uno de
histórica, que investiga el Estado como fenómeno típico europeo que debe ser considerado,
no como una forma institucional acabada, a la manera en que la estudia el canon del derecho
o la ciencia política, sino más bien como una institución que tiene un proceso histórico de
formación. Muestra de esta cercanía es el planteamiento desarrollado por Benedict Ander-
son (1993) sobre la relación entre las comunidades nacionales y las comunidades religiosas.
Para Anderson, las comunidades nacionales no se imaginan en el vacío, pues se construyen
sobre dos instituciones específicas que las preceden: por un lado, la comunidad religiosa
cristiana, que aspiraba a la implementación eterna del reino de Cristo en un tiempo y un
espacio concreto; y por otro, la institución de la dinastía. Íntimamente ligada con la comu-
nidad religiosa, las dinastías regias eran otro precedente que hacía posible la imaginación de
una comunidad que perdurara en el tiempo. Pese a esta familiaridad en las investigaciones
citadas, considero que el argumento de Herzfeld sobre la teodicea secular presenta un rasgo
particular: es la nación, como narrativa emergente –como forma trascendente e imaginada–
la que va a justificar en la sociedad las guerras y los sacrificios, sustituyendo el rol que jugó
por tanto tiempo la teodicea religiosa.

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