Pentecostalismos y construcción de identidades sociopolíticas. - Vol. 26 Núm. 2, Julio 2014 - Revista Desafíos - Libros y Revistas - VLEX 557921754

Pentecostalismos y construcción de identidades sociopolíticas.

AutorPanotto, Nicol
CargoDossier tem
Páginas73(24)

Pentecostalism and the Construction of Socio-Political Identities

Pentecostalismos e construção de identidades sócio-políticas

El concepto de identidad como categoría analítica ha tomado un lugar cada vez más importante dentro de los estudios sociales (Hall y du Gay, 2011). Ello responde, principalmente, a la crítica del sujeto moderno tan presente en las ciencias humanas, que se caracteriza por ver a los actores (individuales y colectivos) desde una visión suturada y homogeneizante tanto de su condición ontológica como de sus prácticas. En otros términos, la constitución de los sujetos sociales se describe de forma esencialista y como resultante de la sobredeterminación de caracterizaciones naturalizadas que forman parte de las estructuras determinadas en el contexto en que interactúan. Esto resulta en una serie de preconceptos analíticos que han tenido (y aún tienen) mucha fuerza en los análisis socioantropológicos vigentes: la comprensión de los agentes como emanaciones de una serie de elementos constitutivos inamovibles, la visión del campo social como un cúmulo de grupos definidos desde fronteras fijas y la descripción de las dinámicas del medio desde la presencia de movimientos estructurados a priori en búsqueda de un orden establecido. (1)

Estos marcos analíticos también intervienen en el estudio de los fenómenos religiosos, especialmente en la comprensión de las dinámicas internas y externas de sus comunidades. Podemos identificar diversas consecuencias. Por un lado, considerar las comunidades eclesiales como espacios homogéneos, cuyas dinámicas se encuentran lejos de los procesos sociales, lo cual resulta en la definición de un campo compuesto de particularidades circunscriptas en sí mismas y, de cierta forma, aisladas. Por otro, también puede llevar a comprender lo religioso solo como un efecto resultante de los mecanismos sociales, sea como respuesta o paliativo, sin considerar su particularidad constitutiva.

De aquí que encontremos estudios que plantean la necesidad del uso de la categoría identidad en el análisis del campo como camino para superar estos reduccionismos (Algranti, 2009; Parker, 2012). Teniendo en cuenta lo dicho, debemos considerar que los avatares que se gestan a partir de los marcos epistemológicos que se utilizan tienen directa influencia en la identificación de los procesos que emergen de la relación entre lo religioso y el campo social, así como de los procesos dentro de los grupos, especialmente en lo que refiere a los mecanismos de autodefinición.

La noción de identidad, tal como lo han desarrollado diversos abordajes--dentro de corrientes de teoría política postestructuralista o antropología poscolonial, como desarrollaremos más adelante--, permite complejizar estos elementos, evidenciando tanto las tensiones inherentes a estas dinámicas--interna y externamente a los grupos--como los procesos de relación que se crean con el contexto. En otros términos, se analizan las construcciones identitarias particulares como espacios de doble vía, donde se gestan múltiples procesos y tensiones entre una diversidad de elementos tanto internos como externos. En este sentido, ni lo identitario ni lo contextual son nomenclaturas homogéneas y determinadas a priori, sino construcciones discursivas, simbólicas, rituales y sociales en constante proceso de redefinición.

En este trabajo profundizamos brevemente en la noción de identidad como categoría analítica en esta dirección, especialmente desde el aporte de algunas teorías contemporáneas que ahondan en dichos temas. En este sentido, tratamos de ver cómo la antropología, en cuanto disciplina, realiza un aporte particular al respecto, especialmente en su análisis de las dinámicas que emergen en un espacio local/particular. Este análisis responde a tres ejes: el resurgimiento de la noción de identidad en la teoría social, la particularidad de la dimensión política del concepto y su aplicación al campo religioso. Culminamos con un estudio de caso, específicamente del Centro Cristiano Nueva Vida (CCNV) en Capital Federal de Argentina, cuyo análisis nos permitirá respaldar algunas de las categorizaciones introducidas.

Lo identitario como categoría analítica

La resignificación de la noción de identidad puede ubicarse en un campo multifacético de causas: la crisis del paradigma moderno, las limitaciones de las teorías estructuralistas, el cuestionamiento a la cosmovisión occidental presente en la teoría social, el desarrollo de los estudios culturales, el surgimiento de las antropologías del Tercer Mundo, entre otros aspectos. A esto responde la emergencia de nuevos marcos epistemológicos, como las teorías postestructuralistas (en sus diversas variantes y disciplinas), la teoría del discurso, la deconstrucción derrideana, la influencia del psicoanálisis lacaniano y el lugar que van cobrando algunas propuestas "pos" (posmodernas, poscoloniales, etc.).

Podríamos mencionar varios aspectos respecto a este viraje. Uno de los elementos más significativos es la identificación de lo que muchos autores denominan diferencia constitutiva de toda identidad, lo cual implica dos puntos centrales: primero, que toda composición identitaria se constituye desde una heterogeneidad de elementos, los cuales no se encuentran en armonía, sino en una constante tensión que dinamiza su composición ontológica. Segundo, resalta la realidad de una exterioridad constitutiva (Derrida, 2002; Starvakakis, 2007; Laclau, 2000), donde los procesos sociales se ven siempre movilizados por un elemento fuera de sí que desafía la estabilidad de su estatus.

Aquí el concepto de alteridad, como noción que enmarca el conjunto de discursos, sujetos e instituciones, no solo va más allá de lo "propio" de la identidad particular, sino que también la atraviesan, deconstruyendo y desestabilizando sus fronteras demarcatorias (Segato, 1999). A su vez, implica un movimiento de reposicionamiento constante de las identidades mediante procesos de identificación con los diversos elementos que componen su contexto (Guattari y Rolnik, 2005; Hall, 1990; Laclau y Mouffe, 1987). Esto, a su vez, parte de la premisa de que toda identidad responde a una constitución discursiva, lo que ubica su locus en una instancia hermenéutica, desde los complejos juegos de sentido e interpretación.

De aquí que toda identidad es inherentemente contingente (Laclau, 2000). Esto significa que ella no representa un estatus de sutura y homogeneidad, sino que se ve constantemente "amenazada" por los procesos de transformación que parten de la interacción inscrita en su heterogeneidad constitutiva, así también por lo otro externo a ella. Esto es, las identidades son segmentaciones parcialmente delimitadas, pero no completamente clausuradas, que se encuentran en constante proceso de redefinición según los complejos procesos de construcción que las atraviesan. Es lo que Laclau (2000) denomina procesos de dislocación.

De aquí, por último, la importancia del sentido de pluralidad/pluralización como dinámica respectivamente constitutiva/disruptiva de lo identitario. Estas nociones son centrales para describir no solo su composición heterogénea hacia sí misma, sino también hacia fuera, dentro del contexto en que se inscriben. En otras palabras, lo identitario se constituye irremediablemente en un espacio plural, cuyas fronteras no se encuentran delimitadas, sino fisuradas desde las tensiones emergentes que parten de las interacciones en que se circunscriben.

Como ya mencionamos, esta definición de identidad deviene también una comprensión particular de lo contextual en cuanto espacio plural y con delimitaciones porosas. Esto es importante considerar, ya que el énfasis en lo identitario, centrado en el lugar o acción del actor/agente/sujeto concreto, puede caer en el mismo peligro de la absolutización y esencialismo cuestionado al inicio. Por ello es central evidenciar que estas dinámicas de pluralización y dislocación se gestan no solo por la intervención directa de los sujetos particulares, sino por las interacciones que emergen desde los intersticios inherentes a las fronteras--o los espacios entre-medio, como diría Homi Bhabha (2002)--, que circunscriben y fisuran el espacio sociocultural de la constitución de discursos identitarios.

De aquí, por ende, la importancia de vincular identidad y cultura, entendiendo esta última como un espacio simbólico desde donde se construye el sentido del locus de los sujetos, sus interacciones y sus contextos (Geertz, 2006, pp. 43-59). Aquí un elemento importante, que suele ser un cuestionamiento a las teorías de la identidad: este abordaje no deja de lado el contexto o un análisis macro, sino, por el contrario, localiza sus dinámicas. Más aún, evidencia la complejidad de sus operaciones, al deconstruir las fronteras que lo delimitan, y con ello los mecanismos de socialización, institucionalización y discurso inherentes a él.

Lo político de la identidad

El concepto de identidad ha sido recuperado como categoría de análisis político, especialmente en lo que refiere a las reconfiguraciones del campo en cuanto a la pluralización de sujetos y modos de institucionalización política. La diferenciación entre lo político como dimensión agonística constituyente de todo grupo social desde los procesos de construcción de sentido y la política como conjunto de procesos de segmentación que historizan pasajeramente dicha dinámica a través de procesos de institucionalización (Mouffe, 2007, p. 16) ha abierto una instancia de crítica a la absolutización de ciertos actores y nociones sociales tradicionales, como Estado, partido, ideología, nación/ nacionalismo, etc., que permiten la evidenciación de una pluralización de discursos, de símbolos y de estructuraciones institucionales que pueden reflejarse en diversas particularidades, como movimientos sociales, organizaciones, discursos vinculados a minorías étnicas o sexuales, iglesias y comunidades religiosas, entre muchas otras.

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