Planes nacionales de desarrollo, globalización y políticas agrarias
Autor | Paula Sigrid Delgado Castaño |
Páginas | 57-127 |
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En este acápite se efectuará un análisis de los planes nacionales de desarrollo, las políticas agrarias en ellos plasmadas y su relación con la globalización, con miras a estudiar la incidencia que estos esfuerzos de planificación han tenido sobre la legislación en materia agraria ya estudiada al inicio de este documento. Para ello se partirá de conceptos básicos del capitalismo y del libre mercado, y de la influencia específica que tales políticas económicas han tendido sobre la protección de la agricultura desarrollada por los pequeños campesinos, los indígenas y las negritudes.
En esta medida, se partirá del concepto de Kaustky sobre la historia de desarrollo de la humanidad, la cual concibe como un eterno diálogo entre el impulso individualista y el impulso colectivista:
Al comunismo primitivo, disuelto por el advenimiento de la propiedad privada, suceden las sociedades “individualistas” persa y egipcia, que sucumben, a su vez, al espíritu gregario y colectivista de los griegos del periodo
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primitivo. Sin embargo, los griegos a su vez, se dejan atraer bien pronto por el gusto individualista y así les corresponde, después del florecimiento del helenismo, ceder su puesto a los romanos. Sigue luego un nuevo periodo de disgregación individualista corregido por nuevos aportes colectivistas, hasta que, con el Renacimiento, se tiene el pleno florecimiento del individualismo. Una reacción en sentido opuesto se tiene con la Reforma que no por casualidad se desarrolló más fácilmente entre los pueblos que habían sido menos contagiados por el individualismo romano y cristiano como los escoceses y los habitantes de las regiones no romanizadas de Alemania. Un nuevo y poderoso impulso individualista aparece con el advenimiento de la democracia burguesa, aun cuando en la moderna sociedad atomizada ya se entreveían los gérmenes del nuevo comunismo del mañana. (Kautsky, 1899, p. XV)
En materia agraria, los campesinos del Medioevo eran autosuficientes, ya que producían sus propios medios de subsistencia y únicamente vendían el sobrante de su producción, el cual destinaban a mejorar su calidad de vida. Es por esto que las resultas de la venta de la producción sobrante nunca tenían implicancias en la subsistencia, en tanto que la propiedad de su pequeño terreno de labrantía les permitía tener garantizado lo necesario para vivir. La división del trabajo no tenía una mayor relevancia.
El advenimiento de la industrialización tuvo profundos efectos en el sector agrícola, ya que se crearon nuevos instrumentos que eran imposibles de emular por los artesanos campesinos y que se hicieron necesarios para enfrentar la satisfacción de las necesidades creadas en el sector urbano.
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Así mismo, el proceso de industrialización produjo una acelerada urbanización, la cual fue promovida a través de instrumentos como las comunicaciones y el militarismo, el cual buscaba la incorporación de los hijos de los campesinos a las ciudades y su posterior familiarización con el nivel de vida y las necesidades creadas en los habitantes de las nuevas urbes. Así las cosas, el dinero como nuevo valor de intercambio profundizó la mercantilización de las necesidades básicas, y la implementación de los costos de transacción e intereses en los negocios asociados a la vida campesina y a la utilización de la tierra. Para Kautsky, el campesino se convierte en un simple agricultor que utiliza sus productos como mercancía para adquirir dinero y satisfacer sus necesidades:
Pero a medida que el campesino iba cayendo bajo el dominio del mercado, más necesidad tenía de dinero; más era, por tanto, el excedente de medios de subsistencia que debía producir y vender; por tanto mayor era la extensión de tierra que necesitaba en proporción al número de sus familiares, al paso que permanecían iguales las condiciones de producción para cubrir sus necesidades. No siempre estaba en sus manos modificar el modo de producción una vez establecido, ni le era dado extender a su antojo la dimensión de su predio. Le era posible, en cambio, reducir el número de sus familiares, alejar del dominio paterno la fuerza de trabajo excedente poniéndola al servicio de extraños como obreros agrícolas, como soldados o como proletarios urbanos. (Kautsky, 1899, p. 12)
La proletarización del campesinado se ve acentuada en la medida en que es más difícil mantener una familia amplia que contribuya con las tareas agrícolas, por lo que estas
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labores se van dejando libradas a la contratación temporal de mano de obra de otras familias labriegas, cuyos hijos deben contribuir a su propio sostenimiento. En esta medida, la fuerza de trabajo, al igual que en las industrias, se convierte en una mercancía más, que a la postre es adquirida por quien posee el capital para emplearla, es decir, la agroindustria. Aunque en principio el capital no ingresa directamente en el campo, su establecimiento en las ciudades a través de la industrialización tiene profundas repercusiones en las áreas rurales, ya que transforma la existencia del campesino y, por tanto, la producción agropecuaria, a la cual se introduce la tecnificación, la química, la fisiología vegetal y animal, y la división del trabajo.
La introducción de la maquinaria en el campo se enfrenta a varios obstáculos, entre ellos su adaptación técnica a las condiciones de la naturaleza y el ahorro en materia salarial que de su empleo debe derivarse. Este último obstáculo ocurre debido a que en el campo, al ser los salarios inferiores a los de la industria, es más difícil alcanzar los márgenes de rendimiento que se requieren mediante la introducción de la técnica. No obstante, esta transición hacia la utilización de maquinaria es exitosa, en la medida en que se agiliza y se hace más efectiva la producción de bienes agrícolas que demanda el mercado de las grandes urbes.
Por su parte, la química contribuye a la mercantilización del campo, en tanto que, además de procurar obreros científicamente instruidos, el desarrollo de las actividades de estos individuos hace que la explotación del suelo sea óptima y más efectiva, y que el uso de fertilizantes se haga prolífico y necesario, es decir que cada vez más el campo depende de la producción industrial para el desarrollo de sus actividades normales. Así mismo, los avances en materia microscópica y
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genética también son una base para el posterior desarrollo de sustancias químicas que transforman los alimentos, haciéndolos más productivos, susceptibles a menos plagas, y con sabores y texturas más comerciales; es decir, la agricultura abandona el ámbito del saber popular para introducirse en el espectro del saber científico, dejando de lado al agricultor inculto y adentrándose, como ya se ha mencionado, en el obrero científicamente instruido. Así las cosas, el campo se convierte cada vez en un sector más dependiente de la ciudad y de sus avances tecnológicos.
Al estar la producción agropecuaria ligada innegablemente a la tierra, esta empieza a tener valor de cambio y carácter de mercancía, por lo que se convierte en un bien escaso. En la industria, los costos de producción están relacionados con el precio de producción, por el contrario, en la agricultura estos costos de producción tienen que ver con la renta de la tierra, la cual está dada por la fertilidad, la ubicación y la distancia en que se encuentre del mercado.
Este denominado impulso individualista enfrenta en la sociedad moderna una oposición entre la burguesía y el proletariado con una connotación economicista del conflicto político e ideológico que le subyace, a raíz de la cual la actividad política de los estados se subordina en principio a las leyes y posteriormente a las regulaciones internacionales que propenden por el desarrollo.
Para McMichael, Núñez y Carton de Grammont (1998,
p. 6), quienes citan en este aspecto a William Roseberry, la cuestión agraria fue un asunto político al que se dio una respuesta fundamentalmente económica, en la medida en que las dinámicas agrarias locales fueron embebidas por las regulaciones estatales que, a su vez, se encontraban
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determinadas mediante las relaciones globales de un mercado institucionalizado.
Como se ha visto, el libre mercado como proyecto económico de los Estados-nación de la posguerra se apoyó institucionalmente en la banca central, la legislación laboral y la regulación de las labores agrarias comerciales para consolidarse en los estados denominados menos desarrollados. Es por esto que en los países del sur la construcción de dichos estados nacionales se buscó a través de políticas globales “desarrollistas” que pretendían que los países señalados como “tercermundistas” emularan los objetivos alcanzados por los países del norte y, a la vez, a través de una división internacional del trabajo, proporcionaran las materias primas básicas para continuar y consolidar la industrialización ya alcanzada.
En principio, se mantuvieron las políticas que propendían porque los países latinoamericanos, africanos y algunos asiáticos exportaran recursos tropicales, base de los productos manufacturados que demandaba la sociedad de consumo (productos manufacturados duraderos y alimentos duraderos), a la vez que se buscó dar continuidad a las labores de la agricultura familiar como mecanismo para lograr el autoabastecimiento de la población.
No obstante, después...
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