Profetas: el valor cívico de un NO a la violencia - Rebeldes, Románticos y Profetas. La responsabilidad de sacerdotes, políticos e intelectuales en el conflicto armado colombiano - Libros y Revistas - VLEX 845385479

Profetas: el valor cívico de un NO a la violencia

AutorIván Garzón Vallejo
Cargo del AutorDoctor en Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Católica Argentina
Páginas127-150
Ningún orden moral puede obtenerse por la fuerza, pues toda violencia
engendra inevitablemente violencia. En cuanto echéis mano de ella,
crearéis un nuevo despotismo. En lugar de destruirlo, lo perpetuaréis
[…]. No se puede emplear nunca un medio que uno mismo condena. La
verdadera fuerza, créame, no responde a la violencia con violencia. La
reduce a la impotencia a través de la tolerancia. Está escrito en los
Evangelios.
León Tolstoi (Zweig, 2017, p. 220)
En Los curas comunistas, el escritor español José Luis Martín Vigil
narra la experiencia de un sacerdote que ingresa a trabajar a una
fábrica como obrero con un claro objetivo en mente: estar hombro a
hombro junto a quienes quiere evangelizar, ser uno más. Por ello
rechaza cualquier trato preferencial dado a los sacerdotes en una
sociedad clerical como lo era la España franquista. La novela,
publicada en 1965, recrea un fenómeno que en los años cincuenta
había tomado relevancia en Europa, particularmente en Francia,
cuando cientos de sacerdotes cambiaron los púlpitos por las
barriadas, las veredas y las fábricas, conscientes de que los años de
la posguerra habían ampliado la brecha entre los fieles y sus
pastores.
El protagonista de la novela, el padre Francisco Quintas, un
personaje de ficción algo idealizado, al parecer deliberadamente
para eludir la censura oficial, refleja una característica principal de
los profetas: el valor de rechazar el recurso a la violencia incluso
cuando habría buenas razones para ello. “Si llegara el caso, en que
no creo, ¿qué ibais a hacer?, ¿defenderme por la violencia?”, le
pregunta a dos amigos que quieren protegerlo de la posible agresión
de otro obrero. “No, la violencia no entra en mi programa”, les
explica con sobrada mansedumbre (Martín Vigil, 1968, p. 357).
Al mismo tiempo, el cura obrero evita tomar parte de la polarización
ideológica en la que querían encasillarlo los dueños de la fábrica
(capitalistas) y los líderes sindicales de la misma (comunistas),
sugiriendo, con ello, que era posible para la Iglesia encontrar una
vía intermedia entre las dos propuestas sociales que por entonces
estaban en liza. Ciertamente, recorrer tal camino no era una
cuestión sencilla. Así, su moderación política y su distancia crítica
ante quienes pretendían instrumentalizar su sotana escondida son
abiertamente incomprendidas por unos y otros. Pero, al mismo
tiempo, la firmeza serena con sus convicciones son ejemplo para
sus admiradores silenciosos y un mensaje del autor para su obispo.
Silenciosos, incomprendidos y, a veces, rechazados y
estigmatizados, los profetas son aquellos que, sin ser santos ni
ángeles, de izquierda o derecha, capitalistas o comunistas,
personas o instituciones, evitaron hacer el pacto con el diablo al que
se lanzaron con convicción los rebeldes y al que contribuyeron con
su ambigüedad los románticos. Y es que, para seguir con la
terminología weberiana, mientras los rebeldes y los románticos
llevaron la ética de la convicción hasta las últimas consecuencias y
soslayaron la ética de la responsabilidad, los profetas supieron
hacer valer sus convicciones en el momento oportuno haciéndose
cargo de los efectos que tendrían. Es decir, fueron conscientes de la
advertencia del sociólogo alemán de que lo que se persigue a través
de la acción política y se sirve de medios violentos pone en peligro
la salvación del alma (Weber, 2002). Por ello, combinaron con
maestría la convicción con la responsabilidad, lo cual no requería
una inteligencia altamente desarrollada o una gran sutileza moral,
sino la disposición a tener un diálogo silencioso consigo mismo y la
disposición a convivir con uno mismo (Arendt, 2014).
Los profetas, aún aquellos que exhibían una cruz, fueron
profundamente incrédulos en el papel transformador de la violencia
y dudaron de la revolución como piedra de toque de la revolución.

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