Puntos de fuga: adiós a las grandes palabras - Parte II. Los caminos sin alegría - Guerra civil posmoderna - Libros y Revistas - VLEX 857125188

Puntos de fuga: adiós a las grandes palabras

AutorJorge Giraldo Ramírez
Cargo del AutorDoctor en Filosofía por la Universidad de Antioquia
Páginas279-321
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Capítulo 7
PUNTOS DE FUGA:
ADIÓS A LAS GRANDES PALABRAS
La palabra guerra siempre ha estado acompañada de otras gran-
des palabras: victoria, gloria, paz, usualmente acompañadas de
hipérboles. Pocos usan la palabra guerra como un sustantivo in-
dependiente o sin una ilación discursiva que incluya referencias
extensas al honor, la justicia o el derecho. No sólo se aprecia en
esta regularidad la visión instrumental de la guerra como medio
o tribunal. Ernst Jünger rememora los pasajes del Diario del año
de la peste de Defoe que describen las montoneras de enfermos
cercadas por corrillos de magos, profetas y sectarios, y cree en-
contrar allí la cifra que le explique por qué la guerra vive alimen-
tándose a sí misma de sueños tranquilizadores, pues cuando crece
la amenaza, “crece también la necesidad sentida por el hombre
de volverse hacia una dimensión que lo sustraiga al dominio del
dolor” (Jünger, 1995: 24). Todo infierno se esconde tras las bam-
balinas de una promesa de felicidad.
En la Parte i mostramos que las guerras posmodernas y par-
tisanas desvelan los ropajes terapéuticos de las grandes palabras:
los dominios de la paz son imprecisos, las ocasiones gloriosas pa-
recen cosa del pasado, la claridad de una victoria o una derrota se
ha vuelto elusiva. Rapoport explica estos síntomas por la pérdida
de un elemento vital de la guerra moderna, el elemento de la deci-
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sión (Rapoport, 1992: 51). La victoria, la gloria y la paz dependen
de que la guerra se pueda decidir y de que exista una firme línea
divisoria entre la guerra y la paz. En nuestro tiempo, el dolor de
la guerra luce menos soportable también por la ausencia de estos
analgésicos de etiqueta dorada, lo cual no significa que no sigan
existiendo misioneros de todo tipo prometiendo nirvanas y huríes
o sociedades homogéneas y democráticas.
No pretendo desanimar a los pregoneros de los sueños mo-
dernos; simplemente creo que puede pensarse en alternativas
modestas, quizás lacónicas, pero posibles, a la calamidad de las
guerras posmodernas. Si creemos que hay que bloquear al máxi-
mo el camino de la guerra, también hay que escapar a los es-
quemas dilemáticos que sólo contraponen a ella ríos de leche y
miel. Son salidas sin euforia pero cumplen con la tarea de aliviar
el sufrimiento y hacer de cada lugar un mundo menos difícil de
habitar, y esto en virtud del principio de no dañar, que es el hi-
lo conductor de este capítulo.1 Esta pauta es consustancial a las
teorías de la guerra justa (Walzer, 2001a: 187), pero ha sido cada
vez más ennoblecida no sólo como centro del pensamiento libe-
ral, sino como deber político general. Justamente, Richard Rorty
suscribió la definición de liberal como aquella persona que pien-
sa “que los actos de crueldad son lo peor que se puede hacer”
(Rorty, 1991: 17)2 y, más taxativamente, Isaiah Berlin afirmó que
“la primera obligación pública es evitar el sufrimiento extremo”
(Berlin, 2002: 60). Ese propósito converge con las repetidas crí-
ticas que he espetado al utopismo moderno (capítulo 4), con la
meta de restringir al máximo el recurso a la guerra y la violación
1 El principio de no dañar se usa en la acepción hipocrática, por lo que no debe
confundirse con el principio milleano conocido con el mismo nombre (Bucha-
nan, 1997: 56).
2 Tan excéntrica definición de liberalismo no se comparte acá, pero sí su propósi-
to. Recordemos que la meta de Rorty es incrementar “nuestra sensibilidad a los
detalles particulares del dolor y de la humillación de seres humanos distintos,
desconocidos para nosotros” (Rorty, 1991: 18). La reducción del sufrimiento
está siendo incorporada cada vez más en el lenguaje de las instituciones interna-
cionales, en el que, por ejemplo, “la definición de ‘humanitario’ […] es un alto
umbral de sufrimiento” (iciss, 2001b: 15).
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de la convención bélica cuando la guerra está en acto (capítulos
4 y 5), y con la importancia de una ética del reconocimiento y la
responsabilidad (capítulo 6).
Este capítulo empieza y termina con dos reflexiones: la prime-
ra sobre la derrota como opción y la segunda acerca de la aper-
tura que deberíamos tener hacia un modus vivendi. En la mitad,
revisaré algunos de los términos de dos debates frecuentes en la
literatura de la guerra justa sobre sendos caminos sin alegría: el
recurso a la intervención y la solución secesionista. En lo que va
de la Parte ii he sostenido que había que respetar las reglas de la
guerra aunque enfrentáramos a enemigos insidiosos y crueles, y
que teníamos que aprender a luchar con las dos manos atadas o
con una mano atada (según se trate de un adversario no comba-
tiente o un enemigo combatiente). Obviamente, la pregunta que
surge es: “¿Qué pasa si algunas luchas no son ganables con las
reglas que hemos dicho que aplicaremos?” (Simmons, 2006: 343).
No sé si lo que sigue sea una respuesta precisa, pero es el tipo de
cuestionamientos que han originado esta reflexión.
derrota: adiós a La victoria
La victoria ha sido siempre el fin de la guerra, y de algún modo
un sinónimo de la paz. En algunas culturas paganas, entre ellas la
griega, parecían equipararla a una lucha a muerte (Keegan, 1995:
463); desde Roma, y luego en el cristianismo, la paz se identifica
con la victoria, claramente con la victoria propia. Sun Tzu afirma
que lo “esencial en la guerra es la victoria” (Sun Tzu, 1997: 2, 21),
así, pareciéramos estar ante una convicción universal.
Como siempre, todo acuerdo general minimiza otras diferen-
cias, en este caso, decisivas. Pues si bien en el pensamiento militar
clásico chino la victoria es el eje de la estrategia, lo que define su
impronta es la disociación entre el objetivo y el combate: “Los
que son expertos en el arte de la guerra someten al ejército sin
combate” (Sun Tzu, 1997: 3, 10), lo que denota la importancia
dominante que se le otorgaba a la diplomacia y la estratagema
sobre la estrategia y la batalla y, también, quizás un espíritu más

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