El quinto centenario de la Modernidad - 8 de Enero de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 657386329

El quinto centenario de la Modernidad

Parece que el hecho nunca ocurrió de verdad –no así, por lo menos– pero siempre se ha contado de la misma forma tremenda y cinematográfica: el 31 de octubre de 1517, este año hace quinientos años, el monje agustino Martín Lutero pegó en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg sus famosas 95 tesis contra la corrupción de Roma, y con ellas, sin saberlo ni quererlo, le dio origen a la Reforma protestante. Fue esa la primera chispa de un incendio irreversible y voraz que acabó, para siempre, con la unidad de la cristiandad occidental, y de sus llamas que todavía arden y queman y braman, aunque ya no lo parezca tanto, o aunque eso ya no importe igual porque desde hace mucho tiempo es un hecho cumplido, surgió el mundo tal como lo conocemos hoy: el mundo moderno, la Modernidad. Ahora: lo que Lutero quería, según sus propias palabras años después, era todo menos eso, pues su prédica era la de un hombre de fe y un teólogo, un pastor, un profesor severo y temeroso de Dios que respetaba como nadie a la Iglesia Romana, su iglesia, dentro de la cual buscaba propiciar un debate moral y filosófico para purificarla, no ese cataclismo con el que casi la destruye y con el que la cambió para siempre. En un texto suyo autobiográfico y de la vejez, el prólogo a la edición de 1545 de sus Escritos latinos, Lutero asegura que acabó metido en el tropel de la Reforma “por accidente”, y pone a Dios por testigo cuando dice que todo aquello fue contra su “voluntad y deseo”, con lo cual se explicaría también el tono reverente y vacilante que sus escritos tenían entonces (en 1517), pues en ellos no latían la revolución ni la ira. No todavía. La trayectoria intelectual de Lutero, sin embargo, es la del desencanto, la del que arrastra consigo, en el estómago, una insatisfacción muy profunda y sorda y asfixiante, la rebeldía sin tregua de quien vive ahuyentando al demonio –“la tinta con la que escribo es el veneno que le doy”, dijo una vez– pero también a los soldados de Dios que no sabían serlo, los que lo deshonraban con su hipocresía y sus errores. Martín Lutero era un católico integral, nada que objetar. En 1501 había empezado a estudiar filosofía y derecho en la Universidad de Erfurt, de la que luego diría que era como un burdel: uno aristotélico y escolástico, eso sí, en el que descubrió su gran pasión por la polémica y su gran desprecio por Aristóteles y la Escolástica. En realidad las leyes de los hombres le interesaban muy poco, y si las estudiaba era...

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