El reconocimiento de la beligerancia en Colombia - El reconocimiento de la beligerancia. Dos siglos de humanización y salida negociada en conflictos armados - Libros y Revistas - VLEX 850197218

El reconocimiento de la beligerancia en Colombia

AutorVíctor Guerrero Apráez
Páginas237-302
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El reconocimiento de
la beligerancia en Colombia
La frecuencia e intensidad de las guerras civi les durante el periodo de forma-
ción estatal de Colombia, desde el proceso de emancipación de la metrópoli
española hasta el inicio del siglo XIX, así como su prolongación metamorfo-
seada en una dinámica de conti nuidades y discontinuidades en la siguiente
centuria, constituyen uno de sus rasgos más destac ados y casi incomparables
en el contexto continental. Desde la Guerra de los Supremos precedida y
asociada con la Guerra de los Conventos (1839-1842), pasando por el cor-
to episodio bélico de 1849, hasta la denominada Dictadura de Melo (1853)
y su destronamiento por el denominado Ejército Constitucional, se asistió
a la escenicación de contiendas armadas en las que se trató de constituir
una autoridad central por encima de los caudillismos regionales, de nir las
identidades de lo que serían los partidos políticos y en las que se recurrió de
manera constante al fusila miento de los adversarios vencidos y caídos en
poder del contrincante. Las memorias de sus protagonistas están l lenas de
alusiones a tal tipo de hechos, en una suerte de continuación simbólica en la
que se expresaban mutuas represalias en relación con las atrocidades come-
tidas por los bandos en conicto1.
Al lado de estos hechos sangrientos, la reiterada expedición de leyes y
decretos de amnistía durante el mismo transcurso de la guerra o la termi-
nación de aquellas tipica una de las características más destacadas de un
mecanismo para ganar ad hesiones entre los adversarios, generar legitimidad
ante estos mismos e intentar borrar el recuerdo de las violencias perpetrada s
en el intento de fundar una paz sustentada en el olvido. Si bien las diferentes
contiendas civiles han sido objeto de algún tipo de aproximación historiográ-
ca y académica, las discusiones en torno al est atuto de la beligerancia carecen
1 José María Obando, Apunt amientos para la historia (Medell ín: Editorial Bedout, 1970) 350-
365; Joaquín Posada Gutié rrez, Memorias histórico políticas (Medellí n: Editorial Bedout , 1971).
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de una mirada que dé cuenta de esta como un elemento congurador de sus
entramados y desenlaces. Especialmente ha quedado desdibujado, cuando
no deliberadamente velado, el cambio sustancial operado en las prácticas y
discursos de la guerra civ il colombiana, consistente en el abandono de las
exponsiones a favor de la reivindicación del estatuto de la beligerancia ve-
ricado entre las contiendas previas a la Cart a Política de Rionegro de 1863
—en las que dichos avenimientos fueron ampliamente utilizados— y las
producidas con posterioridad a la de 1886, especialmente en el curso de la
Guerra de los Mil Días —donde la exponsión va a ser rechazada y se asisti rá
a la primera invocación de la beligerancia—. Las consecuencias y los factores
causales de la transformación de las modalidades de regularización bélica
resultaron determinantes en el proceso de creciente crisis al que se vieron
sometidas y cuyo punto de exacerbación se produciría hacia la mitad de la
última contienda decimonónica y primera del siglo XX.
Guerra de los Supremos: exponsiones sin beligerancia
Las profundas divisiones producidas en la década de los años 20 del siglo
XIX, que condujeron a variadas modalidades de enfrentamientos armados
entre partidarios de Simón Bolívar y acér rimos enemigos suyos, así como a
los levantamientos en contra de la dictadura de Urdaneta, fueron renovadas
a escala nacional en 1840 con una intensidad sin precedentes, cuando una
variopinta pléyade de caudillos regionales, la mayoría antiguos de ellos era n
santanderistas, se al zaron en armas contra el Gobierno central presidido por
el primer presidente civil, José Ignacio de Márquez. Las oposiciones de los
actores regiona les, en esta oca sión, representaban la clá sica oposición entre
las precarias fuerza s centrípetas de una gubernamentalidad civil si n mayor
arraigo en las regiones frente a las notables fuerzas centrí fugas de poderosos
caudillos milita res dispuestos a mantener al precio de la guerra sus áreas de
dominio e inuencia. Esta diná mica es perfectamente similar, sincrónica y
materialmente, a la que se presentaba en los procesos de construcción nacio-
nal de los demás países latinoamericanos. El escalamiento de la oposición
al Gobierno central obedeció, en importante medida, al errático manejo
proporcionado por el Gobierno de Márquez a las lealtades militares de las
que dependía de manera crucial. Cuando se esperaba la desig nación de José
María Obando como jefe de las fuerzas gobiernistas, el presidente escogió
en su lugar a Pedro Alcántara Herrán. De muy análoga manera a como
iría a ocurrir en varias de las subsiguientes guerras civiles colombianas, el
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nombramiento del general encargado de debelar la revuelta era algo más que
el ascenso a la mayor dignidad milita r: en realidad, era la creación de un muy
probable futuro presidente, si el correspondiente triunfo militar se producía.
La exclusión de un caudillo tan inuyente como Obando y las posteriores
maniobras para reducirlo políticamente a través de su enjuiciamiento por
el presunto homicidio de Sucre —una autoría incierta y disputada durante
medio siglo— intensicaron la confrontación y fueron decisivas para desatar
las revueltas de sus homólogos en todas las regiones.
El afán por someter al más prominente de los Supremos, el general
Obando, llevó al presidente en ejercicio a buscar el auxilio del presidente
Flores de Ecuador para que, a cambio de cesiones territoriales al vecino país,
este se aliara a los contingentes de Herrán, aseg urando así el sometimiento del
díscolo caudillo. Tal proceder encontró un repudio generalizado y proveyó
de una conveniente justicación a todos los levantamientos en ciernes. En
una escala creciente de amplitud geográca y as cendente exaltación separa-
tista, líderes de reconocida inuencia regional, como Salvador Córdoba en
Antioquia, Francisco Carmona en la costa Ca ribe (Santa Marta y Ciénaga),
José María Obando en el sur, Manuel González en el Socorro, José María
Vezga en Mariquita, Juan José Reyes Patria en Sogamoso, el clérigo Rafael
María Vásquez Vélez en Boyacá, Francisco Farfá n en Casanare, Juán Anto-
nio Gutiérrez de Piñeres en Cartagena, Lorenzo Hernández en Mompox y
Tomás Herrera en Panamá, tomaron las armas contra el Gobierno central
de la capital. La extensión y agudeza de la guerr a estuvieron a punto de hacer
perecer la naciente y atribulada república. En el segundo año, al menos 18
de las 20 provincias en las que entonces se dividía el territorio se hallaban
involucradas en la contienda; doce de ellas se encontraban completamente
en manos de los rebeldes, cuatro parcialmente ocupadas, dos bajo un pre-
cario control gubernamental y las dos restantes, Bogotá y Cundinamarca,
prácticamente rodeadas por los adversarios del Gobierno central. Los ím-
petus separatistas c ondujeron a declaraciones de secesión por los gobiernos
cantonales y provinciales de localidades tan importantes como Mariquita,
Vélez, así como a la autoconstitución de cinco Estados independientes, co-
mo el denominado Estado de Cibeles, integrado por Ba rranquilla, Ciénaga
y Turbaco, pero además los Estados de Manzanares, Riohacha, Cartagena
y Mompox, separados de la república por voluntad de sus respectivos líde-
res. Todos los levantamientos tuvieron nalidades claramente separatistas,
cuando no secesionistas, y si bien los medios precisos para conseguirlo no
parecían estar muy claros, sa lvo en el caso de la provincia de Panamá, que

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