Sufrir y ser - Parte I. Los fundamentos del realismo crítico - El realismo crítico fundamentos y aplicaciones - Libros y Revistas - VLEX 850926266

Sufrir y ser

AutorIgnacio Martín-Baró
Páginas95-142
2
Sufrir y ser1
Vuestro dolor
es la ruptura de la concha
que encierra vuestra comprensión.
Así como tiene que abrirse el hueso de las frutas
para asomar su corazón al sol,
así os es preciso conocer el dolor.
Pero si supierais mantener el corazón siempre
extasiado ante la maravilla diaria de vuestra
propia vida,
vuestro dolor no os parecería menos maravilla
que vuestro gozo.
Y aceptaríais las estaciones del corazón
así como habéis aceptado siempre
las estaciones que pasan sobre vuestros campos.
Y permaneceríais serenamente vigilantes
durante los inviernos de vuestro pesar.
El profeta (Kahlil Gibran)
1
Este capítulo está formado en su integridad por el trabajo que, bajo el mismo título, Martín-Baró
presentó en julio de 1964 en el Seminario de Psicología Existencial, dirigido por el P. Álvaro
Jiménez, S. J., durante su estancia en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá como
estudiante de Filosofía y Letras. En el capítulo “La teoría del conocimiento del materialismo
dialéctico” hemos señalado (ver nota 1) que la postura vital de Martín-Baró estaba claramente
permeada por el psicoanálisis, el existencialismo y el marxismo. En este artículo se percibe que la
vida (y la mente) de nuestro joven filósofo estaba especialmente influida por el existencialismo,
mucho más que por el marxismo y el psicoanálisis. De hecho, el artículo termina haciendo
una desesperanzada alusión al vacío existencial de la juventud, y, muy probablemente, a su
propio vacío existencial en una época de intensas dudas vitales. El twist, la bossa nova o el
madison “son el símbolo de un vacío, del hastío por la vida”. Luis de la Corte, autor de la más
completa y estudiada biografía intelectual de Martín-Baró, cree que “la de Bogotá fue una etapa
posiblemente decisiva” en su vida (De la Corte, 2001, p. 32). Primero, por su plena dedicación
al estudio, una de las pasiones de aquel joven vallisoletano perdido en tierras
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Introducción
El dolor
Sufrir, problema eterno y siempre actual. ¿Qué no se ha dicho, qué no
se ha escrito sobre el problema del sufrimiento? Y es que el dolor es una
experiencia vital, es la enfermedad de nuestros hijos, es el accidente del
amigo, la muerte de nuestros padres, el fracaso de nuestras ilusiones, la
angustia de la existencia... “De la abundancia del corazón habla la boca”,
dijo Jesucristo. Y el hombre, rebosante del dolor cotidiano, ha hablado
y escrito de su sufrimiento, ha tratado de penetrar su sentido, su interro-
gación —interrogación acuciante, vital—. Mas, a pesar de todo, el dolor
sigue manteniéndose como un sarcasmo de la existencia, como un pez
que se escurre a todas nuestras investigaciones —el avión que se estrella,
o la náusea existencial2 que nos persigue en una tarde de domingo—.
“Eternidad, insondable eternidad del dolor”, que decía el gran Azorín3:
“Progresará maravillosamente la especie humana; se realizarán las más
fecundas transformaciones. Junto a un balcón, en una ciudad, en una casa,
siempre habrá un hombre con la cabeza meditadora y triste, reclinada en
la mano. No le podrán quitar el dolorido sentir”.
Desde los angustiantes gemidos de Job —¿por qué, Señor, por qué?—,
hasta la distensión lacerante del existencialista ante la nada, todo hombre
extrañas, y después porque comienza a descubrir la realidad latinoamericana en una comunidad
indígena de El Chocó. Es probable que no fuera este el primer contacto de Martín-Baró con
la realidad latinoamericana (había llegado a El Salvador en 1960), pero hasta donde sabemos
fue el que mayor impacto le causó hasta ese momento. En estudiosos e intelectuales ocurre
con no poca frecuencia que su apertura al mundo no incluye la realidad inmediata que los
rodea y viven mucho más pendientes de lo que ocurre al otro lado de algún océano que de lo
que sucede en la ciudad en la que viven. Entre la gente dedicada al ministerio sacerdotal ha
sido y es mucho más frecuente mirar a Roma, no importa donde estés, que abrir los ojos a la
realidad más inmediata. Parece que Martín-Baró no sucumbió a esa tentación. En caso de que
le quedara alguna duda a respecto, el clima intelectual de la UCA al que hemos aludido en la
Introducción le ayudaría a resolverla.
2
Aunque en este momento no lo cite de manera expresa, no se nos oculta que Martín-Baró está
invocando la experiencia vital que Sartre describiera en La náusea, a la que aludirá posterior-
mente en este mismo trabajo.
3
Azorín es el seudónimo de uno de los grandes nombres de la literatura española, José Martínez
Ruiz (1873-1967). Forma parte, con Antonio Machado, Ramón del Valle-Inclán, Miguel de
Unamuno y Pío Baroja, de la llamada “Generación del 98”, cuyo rasgo más característico es el
pesimismo que les invade al ver la irremediable pérdida de las posesiones españolas en ultramar
(Cuba y Filipinas fueron las dos últimas). Cabe recordar a este respecto, como ya lo hacíamos
en otro momento (ver nota 2 del capítulo “El latino indolente” en Martín-Baró, 1998, pp.
73-74) que la relación de Martín-Baró con la literatura le viene de familia: su padre, Francisco
Martín Abril, fue un reputado poeta y novelista, y, desde niño, Martín-Baró, como el resto de
sus hermanos, vivió la literatura como un hecho que formaba parte de la cotidianeidad. La
excelente pluma de la que hace gala, su depurado estilo, su garra literaria le vienen, pues, de
familia.
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sobre la tierra ha vivenciado en sí el latigazo del dolor, la presión del sufri-
miento4. Se busca, se palpa tanteando la solución... que vuelve la espalda.
Así, el dolor se multiplica, se hace doble dolor, pues oprime y se esconde,
nos hiere y calla ante nuestra pregunta:
El dolor, como tal, es doblemente doloroso porque al mismo tiempo
es un enigma atormentador. No sólo el propio dolor, sino también
el de los demás, incluso el de los animales, nos plantea, por virtud
de la compasión,una pregunta que brota del mismo sentimiento
y después se expresa en fórmulas más o menos racionales, sin que
por eso representen la respuesta de la inteligencia al sentimiento.
Quien compasivamente se representa el dolor anónimo de toda
la humanidad, quien sabe escuchar el grito de dolor de toda la
creación pidiendo su redención, percibe en este cri de coeur el
carácter ineludible del dolor, sólo comparable a la pregunta por
el sentido de la enfermedad, de la muerte, del mal y del pecado
(Buytendijk, 1958, p. 37).
No necesitamos traer estadísticos para probar la universalidad e inten-
sidad del dolor humano. Apelamos a la experiencia personal, a la experien-
cia de cada uno. Porque es algo comprobado científicamente que la vida
personal de cada hombre, día a día, se llena con más momentos de dolor
que de placer5. Y es que llevamos el germen del dolor en nosotros mismos,
4
Los teóricos del trauma han convenido, entre otros, en dos supuestos que bien merece la pena
recordar: a) la experiencia traumática forma parte de la “normalidad” de la vida de cualquier
persona, y b) dicha “normalidad” va acompañada mucho más de “fortalezas” para afrontar
dichas experiencias que de “vulnerabilidad” frente a ellas, que es lo que, de manera interesa-
da, se ha venido manejando desde una parte de la psicología clínica y especialmente desde la
psiquiatría. Dicho esto, da toda la impresión de que no era esta la postura de Martín-Baró; lo
será, con matices, después, en el Martín-Baró ocupado en el estudio de la guerra y el trauma
psicosocial (ver Martín-Baró, 2003, pp. 259-373). Desde el existencialismo del joven filósofo,
el sufrimiento constituye la esencia del ser y, por tanto, acompañará la existencia de la per-
sona desde el principio hasta el fin sin que haya necesidad ni posibilidad de paliarlo porque
“llevamos el germen del dolor en nosotros mismos” como compañero inseparable de todos
los momentos de la vida.
5
Teniendo en cuenta la condición religiosa de Martín-Baró, cabría la duda de si esa posición ante
la vida está definida por su creencia de que la existencia terrenal es un “valle de lágrimas” a la
espera de una redención eterna, o por una mera posición “existencialista”, tan previsible en
un inquieto joven de los sesenta. No parece que debamos albergar muchas dudas al respecto:
fue una moda pasajera. La clave se encuentra en sus escritos sobre la religión (ver Martín-Baró,
1998, pp. 203-280), y más en concreto: a) en la naturaleza histórica del mensaje salvífico; b)
en la influencia de la nueva orientación religiosa para romper con “la conciencia fatalista de
las grandes masas populares”; c) en la búsqueda de Dios en el otro (posición que contradice
de manera frontal a Sartre); d) en la concepción de la salvación (de esa metáfora con la que
se ha alimentado la resignación de las masas: el cielo) como parte del quehacer humano
sobre la tierra: “la historización del anuncio salvífico requiere tomar en serio todas aquellas
condiciones de la vida de los pueblos que impiden la realización del Reino de Dios, entendi-
do no como un cielo que se espera tras la muerte, sino como una meta que debe empezar a
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