Superficies: la guerra posmoderna - Parte I. Los ríos oscuros - Guerra civil posmoderna - Libros y Revistas - VLEX 857125183

Superficies: la guerra posmoderna

AutorJorge Giraldo Ramírez
Cargo del AutorDoctor en Filosofía por la Universidad de Antioquia
Páginas65-98
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Capítulo 2
SUPERFICIES:
LA GUERRA POSMODERNA
Desde que se le pretendió proscribir, en 1928, hasta la profusión
de literatura sobre sus transformaciones, a partir de 1990, los de-
bates sobre el significado del concepto guerra y la conducta ante
el fenómeno guerra se han convertido en un signo de la época.
Es difícil hallar otro momento en la historia en que la cultura oc-
cidental se ocupase con tanta fruición de estos asuntos. Se trata
de una señal de novedad; de novedad en el mundo, más que de
afán de novedad en el pensamiento.
Al menos desde 1942 las bases firmes sobre las que se libra-
ban las guerras modernas, las típicas acaecidas entre la Paz de
Westfalia y el Tratado de Versalles,1 empezaron a tambalear y
se derrumbaron poco después. El mundo mantuvo el equilibrio
sobre el abismo gracias al puente levantado entre los dos pilares
antagónicos de sendas superpotencias emergentes. Derrumbado
uno de esos pilares, el panorama caótico de las guerras contempo-
1 La literatura suele coincidir en el mojón inicial, pero no en el final. Una sub-
división ampliamente aceptada consiste en separar este periodo en dos etapas
divididas por la Revolución Francesa (Rapoport, 1992: 38-44). Una excepción
es Wright, quien no parte de una definición política de moderno, lo que explica
que incluya las guerras de religión (Wright, 1942: 641).
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ráneas se hizo visible y la atención intelectual se posó sobre temas
que muy pocos habían avizorado con perspicacia.
Existe un dato que nos interesa: la proliferación de guerras
civiles coincide con estos cambios. Ese dato ha condicionado
gran parte de la reflexión teórica, puesto que los abordajes sobre
las guerras internas y las discusiones sobre la guerra en general
se han vinculado entre sí necesariamente. He ahí por qué resul-
ta imprescindible entrar a la discusión específica sobre la guerra
civil a partir de algunos apuntes que eventualmente contribuyan
a una teoría general de la guerra posmoderna. El porqué de esta
necesidad debería quedar claro una vez finiquitado el conjunto
de la exposición.
Este capítulo busca señalar los cambios fundamentales en la
guerra moderna y mostrar la fragilidad de los principales discur-
sos normativos que daban cuenta de ella, a saber, el discurso de
los realistas políticos, el discurso de los estrategas clausewitzianos
y el discurso de los juristas positivistas. Para ello se parte de ela-
borar un contraste entre el mundo político moderno y el mundo
político posmoderno en clave schmittiana; luego se establece el
novum continuum que ha quebrado las distinciones políticas ca-
racterísticas de la modernidad; después se discute el agotamiento
de la teoría de la guerra de Clausewitz y el novum continuum en
el campo militar; las dos últimas secciones enfocan estos cambios
de otra manera para indicar las dificultades del derecho interna-
cional y del realismo político.
La decLinación de La estataLidad
Muy a pesar del propio Carl Schmitt, hubo pocos pensadores en
el siglo xx que pudieran rivalizar con él a propósito de la tarea
de ubicar el parteaguas entre la modernidad política y su poste-
rioridad, que llamo posmodernidad política. Schmitt sabía que el
entramado conceptual moderno estaba en vías de agotamiento,
como se columbra en esta advertencia suya: “Como europeos de
viejas tradiciones hemos de tener cuidado en no recaer en las ideas
clásicas de guerra y paz” (Schmitt, 1966: 84). Esta frase aparece
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en algún lugar de la Teoría del partisano (1963), lo que ilustra bien
su pertinencia toda vez que la reflexión schmittiana sobre el fin de
la época de los Estados está ligada siempre a la discusión sobre la
guerra, desde 1927 o aun antes.
Probablemente el texto más contundente para explicar el
cambio de época que subyace en la interpretación del teórico de
Plattenberg sea el “Prólogo” de marzo de 1963 a El concepto de
lo político (1932), que razonablemente debe ser entendido como
una obra distinta, o al menos como un texto complementario e
indicativo de los propósitos teóricos de un autor que siempre
quiso ser fiel a la voz de sus escritos en la circunstancia y bajo la
forma en que fueron concebidos. La modernidad política tiene
como forma central y excelente al Estado. El Estado moderno es
la más elevada conjunción de unidad política, monopolio de la so-
beranía y la fuerza, realización de la razón y la voluntad humanas,
que había logrado —es la valoración del autor de Romanticismo
político— la pacificación completa de una sociedad, dentro de
fronteras nítidas y reconocidas y que había construido una magní-
fica catedral jurídica llamada ius publicum europaeum, ya refinada
en el siglo xix.2 Los milagros que operó el Estado fueron los de
las distinciones. El Estado permitió la separación entre interior
y exterior, legal e ilegal, público y privado. Para lo que nos inte-
resa, la política moderna, subsidiaria de la estatalidad, permitía
distinguir entre guerra y paz, “militar y civil, combatientes y no
combatientes” (Schmitt, 1966: 51), enemigos públicos y crimi-
nales. En consecuencia, permitía establecer el tratado de paz y
no todavía, como sucede hoy según Münkler, “procesos de paz”
(Münkler, 2005: 18).
Todo esto fue establecido durante 300 años desde Bodino, y la
pluma vigorosa del escritor alemán le da ese realce. Pero el tono
2 Es seguro que desde el punto de vista histórico, el poder estatal moderno no
puede reducirse al Estado westfaliano, pero Weber tenía razón cuando afirma-
ba que los atributos supuestos de ese modelo eran una pretensión de la política
moderna. Más cierto aún es que la filosofía política, digamos con cautela que su
mainstream, sólo conoce la forma westfaliana. Cuando se habla de “entidades
de carácter estatal” se alude a dicha forma (Tilly, 2000: 46).

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