La teoría del conocimiento del materialismo dialéctico - Parte I. Los fundamentos del realismo crítico - El realismo crítico fundamentos y aplicaciones - Libros y Revistas - VLEX 850926265

La teoría del conocimiento del materialismo dialéctico

AutorIgnacio Martín-Baró
Páginas73-94
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La teoría del conocimiento del
materialismo dialéctico1
Cuando se habla de materialismo dialéctico, se suele hacer especial hincapié
en la exterioridad, en lo que aparece, en los rostros firmes de un Lenin,
un Mao Tse-Tung o un Kruschev. Son muchos los que se atreven a opinar
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Este artículo pertenece a la etapa en la que Martín-Baró estaba realizando sus estudios de filo-
sofía en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Se trata de un trabajo que forma parte
de la “Disputatio Publica Philosophiae Scholasticae” celebrada el día 21 de agosto de 1963.
A lo largo del artículo, se puede inferir que la tarea encomendada a su autor (o elegida por
él mismo) consistía en contraponer la postura del materialismo dialéctico (supuestamente la
“doctrina errónea”) a la “corriente filosófica cristiana” (supuestamente, la “doctrina verdadera”),
en “profundizar en la posición del contrario, bucear en su interior”, como se explicita en los
primeros párrafos. Martín-Baró estaba recién llegado de Quito, en cuya Universidad Católica
había cursado dos años de Humanidades Clásicas. Los dos cursos en la Javeriana completaron
su formación filosófica en una época marcada en América Latina, y en buena parte de Europa,
por el existencialismo, el psicoanálisis y el marxismo. No resulta difícil rastrear estas influencias
en sus primeros escritos, inéditos todos ellos. He aquí, a modo de ejemplo, los títulos de algunos
de ellos: “Nietszche y Freud”, “Del existencialismo en psicología”, “¿Complejo o cultura? Una
crítica antropológica a la obra Totem y tabú de Sigmund Freud, de acuerdo con los descubri-
mientos de B. Malinowski”, “Franz Kafka, testigo de una generación angustiada”, “Cuerpo y
alma humanos ante la muerte”, “La libertad en Schopenhauer”, “Sufrir y ser”, que forma parte
de esta selección de textos. Estamos, pues, ante un joven de 21 años al que no le es ajeno lo
que se mueve a su alrededor, sea en literatura, música o filosofía, abierto al mundo y ávido por
conocerlo: “Me gustan las cosas modernas, y, por cierto, con bastante más frecuencia que las
cosas antiguas. Me gusta la velocidad, y la literatura atormentada, las filosofías existencialistas
y el ritmo chispeante de la bossa nova… Sé que pertenezco a la generación de la postguerra, y
eso me da derecho a mirar como propio todo lo que produce el mundo contemporáneo. Por
eso me juzgo capacitado para dar mi opinión sobre las canciones de los Beatles, los libros de
Jean-Paul Sartre o el suicidio de Marylin Monroe. Son cuestiones que me llegan muy adentro,
y si tomo una posición ante ellas no parto de los prejuicios de que cualquier tiempo pasado fue
mejor. Sinceramente, estoy muy contento de haber nacido en mi tiempo”. Todo esto lo escribía
durante su estancia en Bogotá en un artículo periodístico que llevaba por título “Bailemos
Twist”, que nunca vería la luz pero donde dejaba claramente definida una parte de su filosofía
de vida. El interés de este pequeño ensayo reside en indagar la evolución del pensamiento de
Martín-Baró y, más en concreto, si hay algo en estos primeros escritos que anticipe la postura
epistemológica (el realismo crítico) que adoptará y defenderá siendo ya un consagrado docente
de psicología, sobre todo a raíz de su formación en Estados Unidos.
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sobre la lucha de clases
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, sobre el totalitarismo estatal o sobre la economía
dirigida. Todo eso está bien. Es necesario. Pero si nos quedamos meramente
en ese nivel, si no vamos más allá del plano de la lucha inminente, casi me
atrevería a decir que estamos perdiendo el tiempo. Estamos rezando una vez
más el rosario de las negaciones, los misterios dolorosos del “no” repetido
incansablemente. Y eso, en mi opinión, es triste. Más aún, es peligroso.
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La lucha de clases aparece aquí como un componente central del materialismo dialéctico.
Como es de sobra conocido, esa es la idea y el argumento central del Manifiesto del Partido
Comunista. Recordémoslo: “La producción económica y la estructura social que de ella se deriva
necesariamente en cada época histórica constituyen la base sobre la cual descansa la historia
política e intelectual de esa época; que, por tanto, toda la historia (desde la disolución del
régimen primitivo de propiedad común de la tierra) ha sido una historia de lucha de clases,
de lucha entre clases explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes
fases del desarrollo social” (Marx y Engels, 1973, p. 102). Poco después, en el “Prólogo” a El
Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Marx, Engels vuelve sobre el mismo argumento: “Fue
precisamente Marx el primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia, la ley
según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el terreno político, en el religioso,
en el filosófico o en otro terreno ideológico, no son, en realidad, más que la expresión más o
menos clara de luchas de clases sociales… Dicha ley tiene para la historia la misma importancia
que la ley de la transformación de la energía para las Ciencias Naturales” (Engels, 1973, p. 407).
Martín-Baró echará mano de la lucha de clases a la hora de dar cuenta de la guerra civil que asoló
El Salvador a lo largo de la década de los ochenta del pasado siglo. Existe, en primer lugar, una
“estrecha vinculación” entre “justificación de la violencia e intereses sociales dominantes”. A
ello se añade una profunda escisión de la sociedad salvadoreña en dos grupos irreconciliables
(polarización social: ver Martín-Baró, 2003, pp. 139-181; 208-213; 309-310; 360-362): burgue-
sía frente a proletariado: “La verdadera polarización social que tiene lugar en El Salvador se
mueve en la coordenada de la contradicción fundamental entre las necesidades e intereses de
un pueblo hambriento y explotado y las necesidades e intereses de una minoría oligárquica,
refinada y explotadora” (Martín-Baró, 2003, p. 209). Existe, finalmente, un ordenamiento social
en el que impera la desigualdad y la injusticia social (un “desorden ordenado”: ver nota 25 del
capítulo “¿Qué psicólogo necesita el país?”, nota 12 del capítulo “Ética en psicología”, notas
10 y 13 de “Los cristianos y la violencia” y nota 5 en el capítulo “Genocidio en El Salvador”) y
que “es producto y reflejo del dominio de una clase social sobre el resto” (Martín-Baró, 1983,
p. 406). Todo ello es lo que justifica que en el capítulo dedicado a la agresión y a la violencia,
nuestro autor introduzca un epígrafe que lleva un título inequívoco: “El contexto social: la
lucha de clases” (Martín-Baró, 1983, pp. 405-407). En “Polarización social en El Salvador”, un
artículo publicado en 1983, reitera el mismo argumento: “La guerra civil que desde enero de
1981 se vive en El Salvador prueba que existen cuando menos dos poderosos grupos sociales
cuyas diferencias son tan profundas que han conducido a la confrontación armada. Las causas
últimas de esta guerra hay que buscarlas en una historia de grave injusticia hacia la mayor parte
de la población y en la persistente inflexibilidad del sistema sociopolítico salvadoreño para
cambiar y encontrar soluciones a los problemas sociales por la vía pacífica” (Martín-Baró, 2003,
p. 139). Por otra parte, a la realidad de las clases sociales y a su influencia sobre las dimensio-
nes de la psique dedicó Martín-Baró una especial atención (ver epígrafe “Realidad psicosocial
de las clases sociales” en Martín-Baró, 1983, pp. 78-109), haciendo especial hincapié en tres
aspectos: a) en su vertiente individual como un componente diferenciador desde el punto de
vista individual (la clase social como una variable que diferencia a los individuos); b) como
un componente del contexto, del escenario social donde se desarrolla la vida y la existencia
de las personas, y c) “como una variable estructural, un factor que condiciona todas las demás
variables (personales y ambientales), determinando el sentido y las relaciones entre todas ellas
en cada situación concreta” (Martín-Baró, 1983, p. 82).
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