La alegría de vivir - 6 de Septiembre de 2016 - El Tiempo - Noticias - VLEX 648384685

La alegría de vivir

Mauricio Vargas Linares Es lunes. El día más duro de la semana lo será hoy más que nunca. Acaba de amanecer y llevo a cabo mi rutina matinal de caminar frente al mar Caribe, que no luce el azul profundo de las mañanas transparentes ni el verde esmeralda que anuncia las jornadas de canícula. Está teñido de un gris oscuro, lúgubre. No podía ser de otro modo: está de luto, ha muerto uno de los hombres que más lo amaban, Fernando Arteta García. Murió aquí cerca, un par de bahías hacia noreste, en un accidente absurdo el domingo a media tarde. Unos diez años atrás, cuando yo empezaba a planear mi fuga de Bogotá y mi regreso a Barranquilla, fue uno de los amigos que más me animó a hacerlo. No lo hizo con la fuerza argumental que solía poner sobre la mesa a la hora de los debates, sino con ese cariño que le brotaba de sus ojos siempre vivaces y una frase tan sencilla como contundente: “Aquí te queremos mucho”. Vivir hoy en esta tierra y disfrutar de ese mar mañana, tarde y noche es algo que le debo en gran medida a él, a esas palabras que salieron de su boca con la imbatible sencillez de lo espontáneo. Era una delicia compartir con él unos tragos y una buena comida, lo mismo en el quiosco de La Marlene, la casona blanca que aloja sus oficinas en los límites del viejo Prado, en el deck del embarcadero de su minúscula tenencia en las islas del Rosario que lleva el sugestivo nombre de ‘No-te-vendo’, o en la terraza de El Salao, su finca cerca de Juan de Acosta, a kilómetro y medio de la playa donde ayer, loqueando en ese aparato infernal de cuatro llantas que tanto le encantaba, se dejó la vida. Mucho, muchísimo le debe Barranquilla a Fernando Arteta. Cuando la ciudad se hundía en la desidia y el saqueo por la voracidad de los malandros y la indiferencia de los buenandros, y cuando algunos esperaban ya que a la Arenosa se la llevara para siempre el mismo viento bíblico que arrasó con Macondo, supo creer en las virtudes de la iniciativa privada e impulsó un proyecto tras el otro, aplicando en ello su vasto conocimiento de ingeniero, su descomunal laboriosidad y su penetrante inteligencia. Terminó liderando el grupo de empresarios que sacó adelante la Sociedad Portuaria, un par de muelles que la corrupción y los sindicatos de Colpuertos habían condenado a la desaparición a finales del siglo pasado. Con la agresiva tenacidad de que solo él era capaz, libró una batalla tras otra hasta devolverle al terminal barranquillero el puesto que merecía. Un día...

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