Así pasan sus días los internos del pabellón psiquiátrico de La Modelo - 30 de Mayo de 2021 - El Tiempo - Noticias - VLEX 868528609

Así pasan sus días los internos del pabellón psiquiátrico de La Modelo

JULIÁN RIOS MONROY REDACCIÓN JUSTICIA @julianrios_mDesde el interior de su patio observan que hay movimiento afuera. Se agolpan detrás de la reja blanca para ver quién ha llegado hasta ese último rincón del ala noroccidental de la cárcel La Modelo, en Bogotá, donde queda la Unidad de Salud Mental del penal. Minutos antes, mientras caminábamos por un pasillo eterno, un teniente del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) describía la prisión como una ciudad de 3.592 habitantes. Si lo fuere, sus seis hectáreas la ranquearían como la más pequeña del país, y entre sus ciudadanos no ilustres -y ya muertos- contaría criminales de la talla de John Jairo Velásquez (alias Popeye), el jefe de sicarios del narcotraficante Pablo Escobar; ‘Alfonso Cano’, excomandante de las Farc, o Nepomuceno Matallana, conocido como el ‘Doctor Mata’, un asesino en serie del siglo XX que falleció en La Modelo en 1960, cuando apenas la inauguraban. Ese mismo pasillo fue uno de los escenarios de horror del motín registrado el 21 de marzo de 2020, cuando cientos de reclusos intentaron, sin éxito, escapar de la prisión. Pero hoy reina la calma, y el teniente no pierde oportunidad para resaltar que "así suele ser siempre". Para llegar a la Unidad de Salud Mental -o pabellón psiquiátrico, como suelen llamarlo- hay que atravesar varios de esos pasillos de paredes bicolor (mitad azul grisáceo, mitad blanco) iluminados con tubos fluorescentes puestos en el techo, que les dan un aire espectral. Luego de doscientos metros de laberinto aparece, al aire libre, la huerta de La Modelo, donde algunos internos redimen parte de su condena sembrando cebolla, ají, papa y arveja. Los linderos de la plantación son, al occidente, un muro de ocho metros detrás del cual está la libertad y, al oriente, una carretera destapada que rodea el perímetro de las edificaciones del centro de reclusión, y que deja ver, en el fondo, un campo de fútbol del tamaño del de un estadio, donde los presos más viejos esperan, sentados en círculo, a que se inicie una terapia educativa con un perro de hocico blanco. Casi donde se acaba ese estadio sin tribunas, en ese último rincón del ala noroccidental de la cárcel, están recluidos los internos con trastornos psiquiátricos. Lo primero que uno se encuentra, tras ingresar por una puerta que permanece abierta y cruzar la reja blanca, es una cancha de baloncesto. Allí, los presos, antes apiñados y en alerta, comienzan a dispersarse. Uno de los más jóvenes...

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