Así se vive el día a día en los ‘bajos del metro’ en el centro de Medellín - 2 de Marzo de 2023 - El Tiempo - Noticias - VLEX 923972890

Así se vive el día a día en los ‘bajos del metro’ en el centro de Medellín

Aguacates, bananos, mangos, camisetas, bluyines, licuadoras, grabadoras, radios, llaves, destornilladores, controles, zapatos sucios, creepy, gramo, barberos, almuerzos a 2.500, a 3.000, a 4.000 y 5.000 pesos, películas porno y hasta lo que no se alcanza a ver se pueden encontrar en un tramo de los ‘bajos del metro’ en el centro de Medellín. Es un mercado a cielo abierto de ‘checherecheros’ —entre la estación Prado y la plaza Botero— protegido por el viaducto de la vía férrea y dividido por secciones: frutas, ropa, herramientas, comida, peluquerías. En menos de 5 metros de adoquines se extiende la mercancía y se negocian los precios. Los comerciantes hablan entre sí, otros se entretienen en su celular; una mujer ve televisión en el suelo mientras huele un tarrito de sacol, y los clientes esquivan todo tipo de chécheres para poder caminar. Los venteros informales no siempre estuvieron allí. Hace poco menos de 9 años, la Alcaldía de Medellín derribó el bazar de Los Puentes, un mercado popular que tenía unos 403 locales y que fue señalado de ser un expendio de drogas en 2014. ‘Checherecheros’ En su momento se prometió que allí se iba a construir una estación de integración con la línea 2 de Metroplús, pero eso nunca sucedió. Hace poco también se aseguró que allí, sobre el deprimido de la Oriental, donde estaba el bazar, se levantaría una placa deportiva, pero aún no ha pasado nada. Marta Cecilia, que ronda los 60 años, asegura que ellos, los ‘checherecheros’, no dejaron construir la cancha "porque eso es de nosotros". Desde que la sacaron del bazar trabaja al sol y al agua en un costado del andén bajo el metro. Las ventas allí son mejores, afirma, pero prefiere estar donde antes. Llega a las 6 de la mañana y lo primero que hace es limpiar su pedazo. Los habitantes de calle duermen allí en las noches y dejan excrementos y orines. Su jefe es Dios, dice, pero se va cuando quiere, por lo general, antes del anochecer. Si un día no desea bajar desde su casa en Juan XXIII, en la comuna 13, no hay nadie que la reprenda. Tiene tres bicicletas y, a veces, baja y sube pedaleando, pero ahora una está pinchada; la otra, sin frenos, y la tercera tiene mala la cadena. En un periodo de 15 minutos llegan a su puesto —que ya está asignado y demarcado— dos recuperadores. Uno ofrece muñecos viejos y el otro unas cuantas prendas de vestir. No les compra nada. "Ya traen las bolsas abiertas, eso es que otros lo vieron y no se quedaron con eso". Dice que tiene quién...

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