Carta de Jamaica - Núm. 33, Julio 2015 - Revista de Economía Institucional - Libros y Revistas - VLEX 845672788

Carta de Jamaica

AutorSimón Bolívar
Páginas301-319
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Simón Bolívar
CONTESTACIÓN DE UN
AMERICANO MERIDIONAL A UN
CABALLERO DE ESTA ISLA
[HENRY CULLEN]
Kingston, 6 de septiembre de 1815
Muy señor mío:
Me apresuro a contestar la carta de 29 del mes pasado que Vd. me
hizo el honor de dirigirme, y yo recibí con la mayor satisfacción.
Sensible como debo, al interés que Vd. ha querido tomar por la
suerte de mi patria, afligiéndose con ella por los tormentos que padece,
desde su descubrimiento hasta estos últimos períodos, por parte de
sus destructores los españoles, no siento menos el comprometimiento
en que me ponen las solícitas demandas que Vd. me hace, sobre los
objetos más importantes de la política americana. Así, me encuentro
en un conflicto, entre el deseo de corresponder a la confianza con que
Vd. me favorece, y el impedimento de satisfacerle, tanto por la falta
de documentos y de libros, cuanto por los limitados conocimientos
que poseo de un país tan inmenso, variado y desconocido como el
Nuevo Mundo.
En mi opinión es imposible responder a las preguntas con que Vd.
me ha honrado. El mismo barón de Humboldt, con su universalidad
de conocimientos teóricos y prácticos, apenas lo haría con exactitud,
porque aunque una parte de la estadística y revolución de América
es conocida, me atrevo a asegurar que la mayor está cubierta de ti-
nieblas y, por consecuencia, sólo se pueden ofrecer conjeturas más o
menos aproximadas, sobre todo en lo relativo a la suerte futura, y a los
verdaderos proyectos de los americanos; pues cuantas combinaciones
suministra la historia de las naciones, de otras tantas es susceptible
DOI: http://dx.doi.org/10.18601/01245996.v17n33.13
la nuestra por sus posiciones físicas, por las vicisitudes de la guerra, y
por los cálculos de la política.
Como me conceptúo obligado a prestar atención a la apreciable
carta de Vd., no menos que a sus filantrópicas miras, me animo a dirigir
estas líneas, en las cuales ciertamente no hallará Vd. las ideas lumino-
sas que desea, mas sí las ingenuas expresiones de mis pensamientos.
“Tres siglos ha –dice Vd.– que empezaron las barbaridades que
los españoles cometieron en el grande hemisferio de Colón”. Barba-
ridades que la presente edad ha rechazado como fabulosas, porque
parecen superiores a la perversidad humana; y jamás serían creídas
por los críticos modernos, si constantes y repetidos documentos no
testificasen estas infaustas verdades. El filantrópico obispo de Chiapa,
el apóstol de la América, Las Casas, ha dejado a la posteridad una
breve relación de ellas, extractada de las sumarias que siguieron en
Sevilla a los conquistadores, con el testimonio de cuantas personas
respetables había entonces en el Nuevo Mundo, y con los procesos
mismos que los tiranos se hicieron entre sí: como consta por los más
sublimes historiadores de aquel tiempo. Todos los imparciales han
hecho justicia al celo, verdad y virtudes de aquel amigo de la huma-
nidad, que con tanto fervor y firmeza denunció ante su gobierno y
contemporáneos los actos más horrorosos de un frenesí sanguinario.
¡Con cuánta emoción de gratitud leo el pasaje de la carta de Vd.
en que me dice “que espera que los sucesos que siguieron entonces a
las armas españolas, acompañen ahora a las de sus contrarios, los muy
oprimidos americanos meridionales”! Yo tomo esta esperanza por
una predicción, si la justicia decide las contiendas de los hombres. El
suceso coronará nuestros esfuerzos; porque el destino de América se
ha fijado irrevocablemente; el lazo que la unía a España está cortado;
la opinión era toda su fuerza; por ella se estrechaban mutuamente las
partes de aquella inmensa monarquía; lo que antes las enlazaba ya las
divide; más grande es el odio que nos ha inspirado la Península que el
mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes,
que reconciliar los espíritus de ambos países. El hábito a la obedien-
cia; un comercio de intereses, de luces, de religión; una recíproca
benevolencia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros
padres; en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza nos venía de
España. De aquí nacía un principio de adhesión que parecía eterno;
no obstante que la inconducta de nuestros dominadores relajaba esta
simpatía; o, por mejor decir, este apego forzado por el imperio de la
dominación. Al presente sucede lo contrario; la muerte, el deshonor,
cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos: todo lo sufrimos de esa
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R  E I, . , .º ,  /, . -
Simón Bolívar

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