Cien años de una revolución que habría sorprendido a Marx - 29 de Octubre de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 695731837

Cien años de una revolución que habría sorprendido a Marx

para EL TIEMPO @Aulogelio

Análisis Juan Esteban Constaín

Edmund Silberner, un historiador de las ideas ucraniano, señaló alguna vez la paradoja del antisemitismo de Karl Marx, un judío (y un cristiano) renegado, un escéptico cuyo pensamiento y cuya teoría de la historia, sin embargo, parecían beber de la tradición profética del pueblo de Israel. Como si esa tradición no se pudiera esconder; como si fuera una marca de fuego aun para sus mayores apóstatas. El marxismo, de hecho, fue una especie de revelación mesiánica: el anuncio de un futuro libre y feliz, un mundo sin clases sociales ni propiedad privada; la conquista de esa ‘tierra prometida’ en la que el trabajo sería vocación y nunca esclavitud. Unos pocos profetas iluminados que descifran el destino del proletariado (el pueblo elegido), con un solo libro en sus manos, El Capital, la Biblia. Esa vocación profética del marxismo, su ‘determinismo’ –su idea del futuro como el cumplimiento inapelable de un destino–, nacía también, por supuesto, de la manera en que Marx interpretó la filosofía de Hegel, en la que la historia evoluciona y progresa en una serie de contradicciones que se van asumiendo y devorando las unas a las otras, la ‘dialéctica’, hacia un propósito racional y objetivo: el espíritu, la libertad. Solo que Marx, y su amigo Engels, voltearon al revés la filosofía hegeliana hasta volverla un afilado aparato revolucionario, un proyectil. Primero, al decir que hasta entonces los filósofos habían solo interpretado el mundo y que había llegado el momento de cambiarlo; y segundo, al señalar que ‘el espíritu’ (o sea todo) no era causa sino consecuencia, el reflejo de unas contradicciones mucho más profundas que estaban en lo material. Ahí, en las condiciones concretas y objetivas y materiales y económicas del individuo, decía Marx, ahí está su explicación y la de la historia toda. Y ahí está también, en las relaciones de producción de su sociedad, el campo de batalla donde debe ocurrir la revolución, no en el derecho ni en las ideas ni en la política ni en el arte sino en la vida económica. Es eso lo que hay que transformar; ya lo demás llegará, pero primero lo primero. No hay que olvidar, tampoco, que Marx escribe a mediados del siglo XIX y desde Alemania, Francia e Inglaterra: en el epicentro mismo de la Revolución Industrial; en pleno apogeo de ese triunfo de la burguesía con todo su esplendor y todas sus miserias, el mundo de hollín y lágrimas que narran Dickens o Víctor Hugo en sus novelas. Los ricos cada vez más ricos, para usar la frase tan trillada, y los pobres cada vez más pobres. Era allí, según Marx, donde el desarrollo del capitalismo iba a engendrar tantas desigualdades y tantas injusticias que al final los trabajadores tendrían consciencia de su condición hasta levantarse contra el orden opresivo de la burguesía. Vendrían entonces una revolución violenta y luego la dictadura del proletariado como el paso transitorio hacia la abolición de la propiedad privada y la instauración del comunismo, sí. Eso muy en resumen, porque el marxismo fue también, y acaso lo siga siendo, una compleja teología...

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