‘Cien años de soledad’ cumplió la profecía de Melquíades - 31 de Diciembre de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 680115789

‘Cien años de soledad’ cumplió la profecía de Melquíades

En los años previos a los 18 meses de encierro –el tiempo que le tomó para poner en algo más de 400 cuartillas la historia que había rumiado durante 20 años–, Gabriel García Márquez se enfrentó a dos asuntos cruciales que él mismo contó en diversas ocasiones. Por un lado, era el autor de cuatro libros publicados (La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba y Los funerales de la Mamá Grande), que vendían poco y su resonancia era muy escasa; de modo que, en la práctica, seguía siendo un desconocido. Y, por otro, tenía más cosas por contar, pero no encontraba ni el tono ni el modo de lograrlo: “Mi problema grande de novelista era que después de aquellos libros me sentía metido en un callejón sin salida, y estaba buscando por todos lados una brecha para escapar. Sentía que aún me quedaban muchos libros pendientes, pero no concebía un modo convincente y poético de escribirlos”. Esos dos asuntos críticos quedan despejados con Cien años de soledad. El “modo convincente y poético” lo encontró cuando se dio cuenta de que para contar esa historia tumultuosa, que lo rondaba desde sus 17 años, debía usar el mismo tono de su abuela y poner la misma cara de palo de ella cuando, en su infancia, le contaba unas historias tremendas con una naturalidad que descartaba cualquier duda. Así, podría contar él las historias que se creía, pero necesitaba que el lector también las creyera. La misma cara de palo de

Kafka en La metamorfosis, la misma cara de palo de Rulfo en Pedro Páramo: “Aquella noche –confiesa García Márquez en su columna ‘Breves nostalgias de Juan Rulfo’, cuando leyó la novela del escritor mexicano– no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí La metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá, casi diez años atrás, había sufrido una conmoción semejante”. Con esa cara de palo se podían contar las historias truculentas de los gitanos y las demostraciones asombrosas de sus inventos inútiles, también los esfuerzos de un hombre empecinado en doblar el oro, y quien por pura especulación astronómica descubre, en un rincón del mundo, que la tierra es redonda como una naranja; y, por supuesto, que un niño de 6 años sea conducido a una carpa de circo para conocer el hielo, y que al tocar el bloque transparente exclame: “Está hirviendo”. El otro asunto, el de la reducida venta de sus libros y, por tanto, la escasa divulgación y resonancia de sus publicaciones, en...

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