‘Para conjurar el fracaso, preferí ser un farsante’ - 17 de Octubre de 2013 - El Tiempo - Noticias - VLEX 469410426

‘Para conjurar el fracaso, preferí ser un farsante’

* El autor dirige el Instituto Confucio y el Observatorio Asia Pacífico de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Ni yo mismo logro entender cómo, cuándo ni por qué dejé de ser Jesús María Castaño, un colombiano sin profesión ni diplomas, para convertirme en Almario Riberos, un tanguista argentino, teatrero y hasta poeta. No me levantaré. Esperaré a que sean las once, cogeré el bus en Las Nieves y llegaré unos minutos antes que Lucero al restaurante donde la conocí. Lucero Fuentes, una mujer que por la edad podría ser mi hija. Me trajo a vivir a este inquilinato luego de que llegué a Bogotá huyendo de mi propia familia. Ahí comenzó ese otro viaje, una incursión en la mentira que se extendió hasta cubrirme por entero. No podía dar un paso atrás, volver a mi hogar en Medellín. ¡Hogar! ¿Se podía llamar así ese infierno? Mi aterrizaje aquí ocurrió hace más de dos años. En las dieciocho horas del viaje entre Medellín y Bogotá tejí mi futuro, me reinventé. Como no tenía recursos para transformar mi cara, decidí cambiarme de nombre, apellido y patria. La nueva sería una nacionalidad que valiera la pena. “¡Sería argentino!”. Con el trato de “vos” no tenía problema, pues el de nosotros los antioqueños era el mismo de los argentinos, pero ese dejo al hablar…, no podía permitir que me traicionara. Viajo en mi Dodge con Lucero, quien, según ella misma me lo ha dicho, está embarazada de mí. Vamos a Sales, un pueblito del occidente, situado a una hora de Bogotá. Al salir de la capital por la Avenida 80, vendrá un paisaje de montañas, y a menos de una hora, siempre en descenso, saldremos del frío para entrar en un clima templado. A lado y lado, extensiones de pastizales cercados con alambres de púas. Ascendemos hasta un caserío metido entre capas de niebla que borran las estribaciones montañosas. Me llega desde todos los puntos cardinales un aroma a eucalipto quemado. Iba para dos años de convivir con Lucero, y era tan linda, y yo llevaba todo ese tiempo engañándola… No sé si fue que de pronto empezó a atacarme la conciencia de la falsedad con la que yo cargaba; mi vida era una farsa, se componía de capas de mentiras que cubrían al falso excombatiente de una guerra y al padre secreto de unos hijos habidos con una mujer que también mantenía oculta. De pronto, siento sobre los ojos el palmoteo de las manos de Lucero, quien me despabila con un grito: –¡Eh! ¡Almario! –Perdona –le digo–. Componía versos en la cabeza. Espera termino uno y te lo dicto. ¡Mentira! Lo...

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