Contenido y alcance de la educación liberal - Núm. 11, Julio 2004 - Revista de Economía Institucional - Libros y Revistas - VLEX 846536792

Contenido y alcance de la educación liberal

AutorJohn Stuart Mill
Páginas209-228
CONTENIDO Y ALCANCE
DE LA EDUCACIÓN LIBERAL
*
John Stuart Mill
Revista de Economía Institucional, vol. 6, n.º 11, segundo semestre/2004
Acatando la costumbre que prescribe que la persona a la que eli-
gieron como presidente honorario de la universidad debe plasmar
en un discurso algunos pensamientos sobre los temas que interesan
más de cerca a un centro de educación liberal, permítanme comenzar
diciendo que esta usanza me parece muy loable. La educación, en
su sentido más amplio, es un tema inagotable. Aunque es difícil que
haya otro tema sobre el cual se haya escrito tanto, por muchos de los
hombres más sabios, es tan nuevo para quienes llegan a él con la mente
abierta, con una mente que no está atiborrada de las conclusiones de
otras personas, como lo fue para los primeros que lo exploraron: y no
obstante la gran cantidad de cosas excelentes que se han dicho sobre
ella, ninguna persona reflexiva deja de encontrar cosas grandes o pe-
queñas que aún esperan a ser dichas o a ser desarrolladas y llevadas
hasta sus últimas consecuencias.
La educación es, además, uno de los temas en que es esencial que
sea examinado por diversas mentes y desde diferentes puntos de vista.
Porque de todos los temas que tienen muchas facetas, éste es el que
tiene mayor número de facetas. No sólo incluye todo lo que hacemos
por nosotros mismos, y todo lo que los demás hacen por nosotros, con
el propósito expreso de acercarnos algo más a la perfección de nuestra
naturaleza, sino aún más: en su acepción más amplia, incluye también
los efectos indirectos sobre el carácter y las facultades humanas de
cosas cuyos propósitos directos son bastante diferentes: las leyes, las
formas de gobierno, las artes industriales, los modos de vida social; y
*
Conferencia pronunciada en la Universidad de Saint Andrews, Escocia, el
1.o de febrero de 1867. Traducción de Henrique Hoyos Olier, profesor de la
Universidad Pedagógica Nacional, y Alber to Supelano.
John Stuart Mill
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aún más, los hechos físicos que no dependen de la voluntad humana,
el clima, el suelo y la localización geográfica. Todo lo que ayude a
formar al ser humano, a hacer del individuo lo que es o a impedirle
ser lo que no es, es parte de su educación. Y muy a menudo es una
mala educación, que exige que la inteligencia y la voluntad cultivadas
hagan todo lo que puedan hacer para contrarrestar sus tendencias.
Para dar un ejemplo obvio: En algunos lugares, la mezquindad de
la naturaleza absorbe todas las energías del ser humano en la mera
preservación de la vida; y, en otros, su prodigalidad hace posible una
especie de subsistencia bruta, por decirlo con suavidad, casi sin ejercer
las facultades humanas; ambas son hostiles al crecimiento y el desa-
rrollo espontáneos de la mente; y entre estos dos extremos de la escala
encontramos sociedades humanas en un estado salvaje absoluto.
Debo limitarme, sin embargo, a la educación en el sentido más
estricto; la cultura que cada generación transmite deliberadamente
a quienes han de ser sus sucesores, con el fin de calificarlos para que
al menos conserven y si es posible eleven el nivel que se ha alcanza-
do. Casi todos los aquí presentes se ocupan diariamente de recibir
o de dar este tipo de educación, y la parte que más les interesa en el
presente es aquella a la que están dedicados: la etapa educativa que
corresponde impartir a una universidad nacional.
La función apropiada de la universidad en la educación nacional es
aceptablemente entendida. Al menos hay un relativo acuerdo general
sobre lo que no es la universidad. No es un lugar de educación pro-
fesional. No se busca que las universidades enseñen el conocimiento
requerido para que los estudiantes puedan ganarse el sustento de una
manera especial. Su objetivo no es producir abogados, médicos o inge-
nieros competentes, sino formar seres humanos capaces y cultivados.
Es muy conveniente que existan establecimientos públicos para el
estudio de las profesiones. Está bien que existan escuelas de derecho
y de medicina, y está bien que existan escuelas de ingeniería y de artes
industriales. Los países que cuentan con este tipo de instituciones
están en mejores condiciones, y se pueden dar argumentos para que
estén en las mismas localidades y bajo la misma supervisión general
que los que se dedican a la educación propiamente dicha. Pero estas
cosas no son parte de lo que cada generación debe a la siguiente, de
las que dependen su civilización y su valía. Sólo son necesarias para
unos pocos, que tienen intensas motivaciones privadas para conse-
guirlas por sí mismos; y aun esos pocos sólo las requieren hasta que
se ha completado su educación, en el sentido común de la palabra.
Cualquiera que sea su especialidad, las aprenderán como una rama
de la inteligencia o como un simple oficio, y luego de aprenderlas, les

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