Revolucion y contrarrevolucion: el gobierno sandinista y la guerra de la Contra en Nicaragua, 1980-1990. - Vol. 23 Núm. 2, Julio 2011 - Revista Desafíos - Libros y Revistas - VLEX 411845890

Revolucion y contrarrevolucion: el gobierno sandinista y la guerra de la Contra en Nicaragua, 1980-1990.

AutorKruijt, Dirk
CargoReport
Páginas53(29)

Introducción

Veinte anos después de la Revolución Cubana (1959) concluyó en triunfo una segunda guerra de guerrillas en América Latina con la liberación de Nicaragua. La campana de lucha se había extendido por dos décadas, desde 1959 hasta 1979 (1); pero los dos últimos anos de este período fueron el apogeo. Después de una serie de insurrecciones urbanas entre 1977 y julio de 1979, las columnas sandinistas habían liberado las ciudades de Matagalpa, León, Masaya, Chinandega y, finalmente, Managua y contaban en total con 2.800 efectivos. Había unos 15.000 adolescentes y jóvenes que espontaneamente se habían agrupado en milicias populares, muchos de los cuales serían luego incorporados al nuevo ejército popular sandinista (2). La victoria había sido dura. La Guardia Nacional, fuerza militar-policíaca del dictador Somoza, había lanzado una contrainsurgencia sangrienta para destruir las fuerzas rebeldes, atacándolas con tanques, aviones y helicópteros. La naturaleza indiscriminada de estas operaciones resultó en unos 50.000 muertos, 100.000 heridos y la destrucción masiva de las principales ciudades de Nicaragua. En estos anos el país tenia tres millones de habitantes; el 5% de ellos había sido víctima directa.

Los primeros meses del nuevo gobierno estuvieron caracterizados por intensas expresiones de generosidad y un entusiasmo colectivo. La sensación prevaleciente era que se estaba en la aurora de una nueva era, de un mundo que sería mejor y más unido y que daría lugar a una nueva manera de convivir. Por doquier se veían manifestaciones de altruismo y de solidaridad. No había delitos, nadie robaba nada, y, sin embargo, no había Policía. En su lugar, en agosto de 1979 eran los adolescentes de las milicias, algunos de ellos de apenas catorce anos, los que se abocaron a cuidar el orden público. El ambiente que reinaba durante las semanas y meses posteriores a la victoria sandinista era como de luna de miel. Casi todos, incluso los extranjeros simpatizantes que por miles empezaron a llegar a la ciudad, recuerdan con nostalgia el ambiente general de felicidad: se organizaban fiestas en los barrios, una tras otra, durante los meses siguientes a la toma de la capital. Las casas se mantenían abiertas las 24 horas del día, y cualquier transeúnte desconocido era invitado a almorzar o a tomar un trago. Este período de euforia permanece presente en la memoria colectiva de los sandinistas. Incluso aquellos que más tarde se opusieron al Frente Sandinista (Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN o Frente) recuerdan a menudo haber compartido la alegría y la esperanza reinantes en el período que siguió al triunfo de la guerrilla.

El Frente gozaba de amplio apoyo popular. Mientras sus líderes asumían la responsabilidad de la seguridad pública y situaba a miembros de su organización en puestos clave del gobierno, sus seguidores estaban convencidos de que los comandantes y sus asesores --muchos de los cuales eran internacionalistas-- estaban construyendo una nueva sociedad, forjada por el Hombre Nuevo, cuya creación había sido anunciada en la década anterior por el Che Guevara. Entre marzo y agosto de 1980 se organizó la cruzada nacional de alfabetización. Decenas de miles de jóvenes urbanos acudieron como brigadistas voluntarios, organizados en frentes, brigadas y escuadrones. Ellos trabajaron para impartir alfabetización básica a medio millón de sus compatriotas rurales. El nuevo gobierno anunció con orgullo que en cuestión de pocos meses se había logrado reducir la tasa nacional de analfabetismo, que era del 52%, a un 12%. La UNESCO declaró que la campana era un triunfo cultural (3). Una de las consecuencias de ello fue que el FSLN realzó su estatus como organización revolucionaria, patriótica y abocada al bienestar social, ganándose no sólo a una generación de jóvenes sino también a una gran porción de campesinos. Y fueron incluso más los voluntarios que participaron en las cosechas de algodón. En 1983 73.000 jóvenes se afiliaron a las brigadas populares de salud, como integrantes de la campana nacional de todo un día para combatir el dengue y la malaria (4).

El FSLN organizó a la mayor parte de los empleados públicos, junto con otros segmentos de la población --pequenos empresarios, obreros industriales, trabajadores rurales, mujeres y jóvenes-- en asociaciones auspiciadas por el gobierno. Los miembros de esas organizaciones, "liberados de sus impulsos egoístas" y "guiados únicamente por la ética y la mística de la Revolución", se convencieron de que había que hacer trabajo voluntario en sus horas libres de los sábados, en emulación del modelo sandinista del "Hombre Nuevo" que incesantemente se promovía en la propaganda gubernamental. El fenómeno del trabajo voluntario --el sábado rojo y negro, por ser ésos los colores distintivos del Frente-- habría de prolongarse a lo largo de los anos ochenta, aunque la buena disposición de los trabajadores fue disminuyendo paulatinamente. Sin embargo, la integración de la población nacional en organizaciones revolucionarias iba a la par de una gradual exclusión de ciertas clases sociales y de determinadas instituciones. Para apreciar la complejidad de este proceso que luego dio lugar al surgimiento de un movimiento contrarrevolucionario, se expone en la siguiente sección un resumen de los cambios impulsados por el FSLN en sus políticas económicas, sociales y administrativas. El leitmotiv del presente artículo es el rol y la evolución del Frente, el Partido Revolucionario que llevó a cabo la revolución sandinista y el surgimiento de fuerzas contrarrevolucionarias, denominada la Contra. Se analizará la relación entre partido, Estado y gobierno, con un enfoque particular sobre el carácter de la dirigencia revolucionaria, el ejercicio del gobierno, la jefatura del nuevo Ejército y la nueva Policía, siendo ambas organizaciones herederas directas de las fuerzas guerrilleras. La elite del Partido y especialmente la dirección nacional de los nueve comandantes de la Revolución obtuvo y mantuvo un control decisivo sobre el Estado y el gobierno. Incluso las designaciones más importantes de los principales ministros y la jefatura del Ejército y de la Policía reflejan la preponderancia de la aristocracia revolucionaria tanto sobre el gobierno como sobre el aparato estatal. El mismo proceso se observa con respecto a las nuevas organizaciones de masa: es imposible negar la subordinación de las organizaciones populares al Estado y, por extensión, al control de la nueva elite política. Igualmente interesante es la relación entre el Ejército y la dirección nacional del Partido. Un ano después del triunfo sandinista ya se vislumbraban, tenue pero visiblemente, las primeras senales de una rebelión armada que asumiría al carácter de una guerra civil. A principios de los anos ochenta surgió una resistencia armada localizada geograficamente en la región rural nortena, junto a la frontera con Honduras y en la costa atlântica, fuertemente financiada y armada por los Estados Unidos. Cuanto más grave se ponía la guerra, mayor era la autonomía de la dirigencia del Ejército en relación al Partido. En un determinado momento, no sólo conducían las operaciones militares, sino que también disenaban e implementaban la economía de la guerra. La laberíntica administración de la economía nacional es otro factor importante de análisis. Veremos cómo el colapso de la economía y la pírrica victoria sobre las fuerzas de la Contra condujeron directamente a la derrota electoral del FSLN en 1990, una derrota que marcó el destino de la Revolución Sandinista.

El manejo de la revolución

El gobierno j la dirección nacional. Antes del derrocamiento del régimen de Somoza, el Frente había llegado a un acuerdo sobre un gobierno de reconstrucción nacional con participación de opositores antisomocistas no-guerrilleros. El 19 de julio de 1979 el FSLN entró victorioso a Managua. Al día siguiente llegó la junta de gobierno, escoltada por columnas guerrilleras. La junta estaba dirigida por Daniel Ortega, coordinador del Frente e incluía a otros cuatro miembros: el escritor Sergio Ramírez que luego será vicepresidente, Violeta Barrios de Chamorro, viuda del asesinado líder de la oposición no-guerrillera Pedro Joaquín Chamorro y dos empresarios. Varios conocidos opositores, algunos de ellos sacerdotes, asumieron carteras ministeriales. Un consejo de Estado que comprendía a 33 miembros funcionaba como institución legislativa, dentro de la cual el FSLN contaba con la mayoría representativa. No obstante, se encontraba también la dirección nacional del Frente. Los nueve comandantes de la revolución que integraban este organismo eran los que habían sido los verdaderos agentes del poder (5). Sin haber discutido abiertamente el asunto, ellos seguirían siendo los dirigentes del FSLN y del gobierno (6). Las decisiones más importantes las tomaba la dirección nacional: sobre el nuevo Ejército, la nueva fuerza policial, la seguridad del Estado, los cambios en la economía, la formación de las organizaciones populares, la asesoría que brindaba Cuba, las relaciones con los Estados Unidos y con otros países.

La aristocracia revolucionaria: La aristocracia guerrillera que se estableció en 1980 tenía cuatro categorías de honor: comandante de la revolución (los nueve miembros de la dirección nacional), comandante guerrillero (unas treinta personas, tres de las cuales, mujeres), la primera promoción de militantes (130 en total) y la segunda promoción de militantes (unas 170 personas). A los comandantes de la Revolución se les asignaron puestos clave: presidente de la junta y luego Presidente de Nicaragua (Daniel Ortega), Ministro de Defensa (Humberto Ortega), Ministro del Interior (Tomâs Borge), Ministro de Planificación (Henry Ruiz) y Ministro de Agricultura y Reforma Agraria (Jaime Wheelock). Además, Bayardo Arce y Víctor Tirado tenían importantes posiciones en el liderazgo del Partido y en organizaciones populares. Los comandantes guerrilleros...

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