El delito: ser parientes de un comandante guerrillero - 27 de Abril de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 677899749

El delito: ser parientes de un comandante guerrillero

Néstor Alonso López Redacción de EL TIEMPO Aunque las fechas se le pierden en las nebulosas de su edad, a los 91 años, doña Mariela Victoria, la mamá de Jorge Torres Victoria, conocido como ‘Pablo Catatumbo’ –el negociador de las Farc en Cuba–, tiene todavía fresco en la mente el primer allanamiento de su domicilio. Hacia las nueve de la noche, cinco camiones llenos de soldados rodearon su casa en el barrio Municipal de Cali y tocaron la puerta con la fuerza del que no dudaría en tumbarla. Abrió exaltada y le dijeron que se quedara quieta. Ella cree que fue como en 1978, en plena vigencia del Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay. Para ese momento, debía tener unos 53 años. “Creían que teníamos a Jorge ahí”, recuerda. Voltearon los colchones y husmearon cada centímetro, abrieron cuanto cajón había y tiraron la ropa al piso; por último, recorrieron el techo palmo a palmo. Separaron a las hijas que estaban presentes, al segundo esposo de Mariela y a todo el que llegara, encerrándolos en los cuartos. “Nosotras cuidábamos a una niña de 3 meses de un amigo que era separado, y hasta los pañales los revisaron. Yo no más los veía sin reaccionar”, dice Mariela. Hacia las cinco de la mañana se llevaron a Nancy y Nubia, dos de las hermanas de ‘Catatumbo’, sin que su mamá se atreviera a preguntar por qué. “No hablaba porque de política y de esas cosas yo no sabía nada”. La primera de ellas relata que a los 17 años conoció el frío y el temor que produce el calabozo de una guarnición militar. Pasó tres noches completas dando explicaciones de lo que hacía y no hacía su familia. “Como a los tres meses volvieron, y yo soy tan inocente que como a las seis de la mañana les dije: ‘¿Les provoca un cafecito? Qué vergüenza que no tengo pan, pero hay galletas’ ”, relata Mariela, sin reírse de lo tragicómico del comentario y del hecho de que los uniformados le hubieran aceptado el ofrecimiento. Luego vinieron los demás registros y las noches se tornaron intranquilas, mientras que el tormento diurno era aguantar el cuchicheo y las malas caras de los vecinos. “Nos daba vergüenza salir a la calle”, apunta Mariela. Desde su casa en Costa Rica, ella y Nancy accedieron a hablar con EL TIEMPO acerca de la persecución que han padecido por ser de la misma sangre de un guerrillero –en este caso de dos–, si bien la ley dice que la responsabilidad penal es individual. El primer duelo “Mi padecimiento empieza desde que se fue el primero”, dice Mariela, refiriéndose a...

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