El día sin carne... - 17 de Noviembre de 2020 - El Tiempo - Noticias - VLEX 851973747

El día sin carne...

Una muestra de la crispación nacional, que además parece ser la del mundo entero, es el zaperoco que están armando ante la inocente propuesta de establecer una vez al año un día sin carne, hecha por una concejal bogotana, guiada por sus buenos sentimientos y por el asco legítimo que sienten algunas personas decentes ante la inveterada costumbre humana de alimentarse con cadáveres disimulados bajo adornos de perejiles. El inefable señor Lafaurie, emperador vitalicio de los ganaderos colombianos, salido de sus cabales (con quienes está emparentado), trató de mamerta a la concejal, y no diré qué más porque para qué acabar de avergonzarlo. Y ella le arreó la madre, que en la charla equivale a lo que la jerga del boxeo llama el jab de izquierda. Y las redes sociales se encargaron de ensañar la disputa. Porque para eso están, para aumentar la confusión y la calígine hedionda de las cloacas. Una cosa es segura. Será imposible llegar a una conclusión razonable, ni alcanzar un tris de claridad armados de meros improperios, de vituperios que a la larga solo avinagran los argumentos por sensatos que parezcan. El asunto tiene sus bemoles. Y se presta para algunas meditaciones pertinentes sobre la condición humana. Y sobre la misteriosa parsimonia de las vacas que son como las gallinas de los rumiantes, indolentes y lerdas. Cyril Connolly, en La tumba sin sosiego, supone en la vaca la hipocresía. Para él, la vaca nos esclaviza con engaños. Y es posible. Porque es lícito sospechar, si uno se pone a pensarlo, que también los perros y los gatos triunfaron sobre nosotros convirtiéndonos en sus sirvientes a punta de fingimientos, por hacerse con un cobijo y el bitute. Aprovechándose de nuestro miedo a la soledad y de la necesidad de sentirnos amados, es decir, imprescindibles. El perro con su mercenario batir de cola y los aspavientos consoladores de nuestras miserias existenciales que debe conocer, y el gato con su mayar de puerta vieja echándose a ronronear en nuestro pecho para arrullarnos la siesta. La vaca no es tan afectuosa. Gracias...

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