La difícil tarea de rescatar a un adicto de la calle - 13 de Junio de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 682573713

La difícil tarea de rescatar a un adicto de la calle

Crónica

Carol Malaver Subeditora de Bogotá @Carol Malaver Vive en el barrio Santa Rosa de Lima (Santa Fe) en una pequeña casa que construyó a pedazos después de comprar un terreno en 250.000 pesos hace 20 años. Se levanta a las 4 de la mañana, deja listo el almuerzo de su familia y a las 5:30 marcha hacía su trabajo: la calle. Elsa Perdomo, de 47 años, no titubea ni un segundo. Baja rápida y segura hasta donde se lamenta un hombre que duerme encima de una tapa de concreto, a un costado de los puentes de la calle 26. Lo toca con suavidad, le habla al oído; no hay la más mínima mueca de repulsión por el olor que expide una herida infectada en su pierna izquierda. Ellos, el grupo de cuatro ángeles que trabajan para la Secretaría de Integración Social, saben que no se deja curar porque inspirando lástima se gana entre 100 mil y 150 mil pesos diarios. Todo con un destino claro: el bazuco. Pero, ese día no podía soportar tanto dolor; le dijo sí a esa mujer de ojos azul profundo, y de inmediato llamaron al vehículo encargado de llevarlo a recibir atención médica. Solo dejó un viejo cojín rojo olvidado sobre el césped. “Toca que saquen una ley para que nadie dé limosna. Esto es lo que logra la gente”. Y lo dice ella que vivió varios años de su vida durmiendo en la calle con su parche ‘los Llillos’ en San Bernardo y Santa Bárbara centro. Unos metros más arriba está don Luis Rodríguez; de él sí lograron todos sus datos. Contó que tuvo una esposa y que un día la perdió. Su refugio han sido las drogas. “Es muy decente, hace dos meses le estamos rogando que vaya a los centros de autocuidado; a veces se peluquea, pero hoy no quiere, está deprimido”, contó Elsa, mientras el hombre le repetía: “mañana, mañana” en medio del sopor de las drogas. Con pericia han escudriñado esos puentes, los conocen a todos, sus mañas, sus excusas para no dejarse ayudar. En un rincón hay otro habitante de la calle que vive en una carreta, es su hogar, y no lo dejaría abandonado por irse a un patio donde, obvio, no podría entrar con ella, ni con su perro, el único en quien confía en la calle. Dicen que si las mascotas y las carretas tuvieran un lugar en donde esperarlos, muchos más habitantes de la calle accederían a bañarse o afeitarse. En ese tramo, Elsa coge a los indigentes duro pero con amor. “Les digo a mis compañeros que siempre hagan eso para saber si están vivos”. Hoy, quienes le dicen sí a la ayuda pueden llegar a las 6:30 de la mañana a los hogares; se bañan, les...

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