‘El transeúnte’, estación final - 2 de Diciembre de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 698479493

‘El transeúnte’, estación final

En 1998, con motivo de los cincuenta años del El transeúnte, recibió un homenaje en Medellín por el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia. Un solo poemario como fruto de más de cincuenta años de poesía. En un reportaje publicado en La Nación de Buenos Aires, César Tiempo le preguntó: “¿Qué daría por no morir?”. Y contestó: “La vida”. En otro reportaje, Gonzalo Arango le dijo: “¿A quién le gustaría encontrar en el cielo?”, y replicó: “A los Santos”, respondió. Esto aunque afirmaba: “Siempre he huido de ser chistoso”. El humor marcó la vida de Rogelio Echavarría. Ahora su muerte es un motivo para redescubrirles a muchos colombianos una de las personalidades más significativas y sencillas, lejos de cualquier vana pretensión, y detrás de la cual se escondía una historia admirable y ejemplar, y que resume más de setenta años de poesía y de periodismo. Este poeta y periodista se ha ido como el último grande de una generación de relevo que ha dejado huella en la historia colombiana. Además, de poeta estaba empeñado en la divulgación de los nombres de la cultura y los de las nuevas generaciones. Cuando cumplió ochenta y dos años nos reunimos, y creo que fue la última vez que compartimos del modo que lo habíamos hecho hasta entonces. Me dijo que con esos años ya completaba el número de sus poemas, que también son ochenta y dos, y que por eso no escribiría más. Que estaba seguro de que las leyes de la génetica lo llevarían hasta los noventa y dos, que fue la edad en la que murió su padre. Y murió este 29 de noviembre, cuatro meses antes de esa edad. El próximo 27 de marzo, el autor de El Transeúnte, uno de los libros con más ediciones dentro de la poesía colombiana, habría cumplido los noventa y dos años, y setenta de haber iniciado la publicación de su única y pausada obra. Había nacido en Santa Rosa de Osos el 26 de marzo de 1926. En los últimos dos años apenas sabía que yo era alguien conocido y celebraba mis visitas con una sonrisa de niño. Hace diez días lo vi por última vez y ya no decía nada. Estaba tendido, como narcotizado. Pero ante eso no tuve más que empezar a recitar muchos de sus versos: “si olvidar es nunca haber sabido… Todas las calles que conozco/son un largo monólogo mío,/llenas de gentes como árboles…Que pase/ el día sobre el mundo como un pájaro”. Al fin como un milagro, me dijo: “De quién es eso tan lindo”. “Tuyo papá”, le respondí. Entonces calló y yo sentí frío como si supiera que había sido su última voz...

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