Elogio de la borrachera - 13 de Diciembre de 2014 - El Tiempo - Noticias - VLEX 548548630

Elogio de la borrachera

Este no es un artículo de crítico enológico. No voy a cantar las virtudes del vino, ni sus sabores, ni sus aromas, ni me voy a poner denso hablando eruditamente de añadas y de cepas y de vinos redondos o empirreumáticos. Tampoco voy a hablar de los distintos efectos sicosomáticos que tiene el ron, ni de las diferentes maneras de preparar un bloody mary. Voy a ir al fondo del vino, al fondo del trago, a su esencia, a su razón de ser. Esa que, según la Escritura, descubrió por casualidad nuestro padre Noé tras el diluvio: la borrachera. Aconsejan los médicos que no hay que exagerar. Se equivocan. Se trata precisamente de exagerar, de llegar al exceso, de salirse de sí, de violentar y desarreglar la propia naturaleza. Como escribió Rimbaud: “Hace tiempo, si me acuerdo bien, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones y corrían todos los vinos”. Léase bien: TODOS los vinos. No es cosa de beber dos o tres copas, y ya. Hay que beberlas todas, y cada una hasta las heces, como recomienda también la Escritura (aunque en otra parte y en otro contexto, en otro sentido). “Tómate esta botella conmigo / y en el último trago nos vamos”, canta, medio borracho, José Alfredo Jiménez. Otro poeta, Alfredo de Musset, lo explicó escuetamente: Quyapos;importe le flacon Pourvu quyapos;on ait lyapos;ivresse. Que importa cuál sea el frasco si nos da la embriaguez. Botella de vino, de todos los vinos como propone Rimbaud, o frasca de aguardiente, o mágnum de champaña, o totuma de chicha, o barrilito de ron, o flask de whisky de plata forrado en cuero de nutria para llevar en el bolsillo. Lo que importa no es el frasco, sino el espíritu que lleva dentro (spirits, se llaman en inglés las bebidas alcohólicas destiladas: las bebidas espirituosas). Hay que evitar en lo posible, sin embargo, los frascos y botellas que tienen una forma demasiado alambicada, toda soplada en curvas, con adornos de goterones fundidos de vidrio de colores y largos cuellos enroscados de cisne (que a veces, ojo, llegan a imitar la forma completa de un cisne). Porque lo que tienen dentro suele ser un licor dulzón y perfumado, penetrante por la nariz antes que por la garganta, oloroso a vela de ambiente con aroma de frambuesa para citas galantes aux chandelles, que antes de traernos la ivresse del poeta lo que nos provoca es una cierta náusea. Y la vomitona sin borrachera previa no tiene ninguna gracia. Con esa salvedad de los que vienen en frasco rococó, en términos generales...

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