El embajador Spruille Braden en Colombia, 1939-1941 - Núm. 37, Julio 2017 - Revista de Economía Institucional - Libros y Revistas - VLEX 845594315

El embajador Spruille Braden en Colombia, 1939-1941

AutorSpruille Braden
Páginas265-313
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Spruille Braden
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EL EMBAJADOR SPRUILLE BRADEN
EN COLOMBIA, 1939-1941
Spruille Braden (1894-1978) fue embajador en Colombia entre 1939 y
1942, durante la presidencia de Eduardo Santos. Aprendió el español
desde niño y conocía bien la cultura latinoamericana. Nació en Elkhor,
Montana, pero pasó su infancia en una mina de cobre chilena, de pro-
piedad de su padre, ingeniero de grandes dotes empresariales. Regresó
a Estados Unidos para cursar su enseñanza secundaria. Estudió en la
Universidad de Yale donde, siguiendo el ejemplo paterno, se graduó como
ingeniero de minas. Regresó a Chile, trabajó con su padre en proyectos
mineros y se casó con una chilena de clase alta. Durante su estadía sura-
mericana no descuidó los vínculos políticos con Washington. Participó en
la Conferencia de Paz del Chaco, realizada en Buenos Aires (1935-1936),
y pasó al mundo de la diplomacia estadounidense, con embajadas en
Colombia y en Cuba (1942-1945), donde estrechó lazos con el dictador
Fulgencio Batista. Después fue a Argentina, y allí se enfrentó con Juan
Domingo Perón a quien siempre consideró nazi-fascista.
Como verán los lectores de estos capítulos de su autobiografía, su estilo era
directo, brusco, ajeno a sutilezas diplomáticas. Defendía los intereses de
las compañías de su país con vigor y rudeza, aunque las criticaba cuando
pensaba que manejaban mal sus asuntos. Como apuntó un observador, “su
apariencia física reforzaba su personalidad. Moetudo, con el tronco como
un barril, enorme, era el prototipo del búfalo en un bazar de porcelana”.
* Tomado de Braden, S. (1971). Diplomats and demagogues: The memoirs of
Spruille Braden. New Rochelle: Arlington House, pp. 193-228. Traducción de
Alberto S upelano. Fecha de recepción: 15-03-2017, fecha de aceptación: 04-09-
2017. Sugerencia de citación: Braden, S. (2017). El embajador Spruille Braden
en Colombia, 1939-1941. Revista de Economía Institucional, 19(37), 265-313.
: https://doi.org/10.18601/01245996.v19n37.13
* * *
Braden odiaba por igual a los fascistas y a los comunistas; y no obstante
los problemas de su país, que él mismo subrayaba, veía en Estados Unidos
la sociedad ideal: democracia, libertad y gobierno representativo. Desde
Washington inuyó en el golpe de Estado que derrocó a Jacobo Árbenz,
presidente de Guatemala, en 1954. Algo similar hizo con Nicaragua,
donde contribuyó a instaurar la dictadura de Anastasio Somoza, quien
le conrió la Gran Cruz de la Orden de Rubén Darío por sus “esfuerzos
incansables en la causa de la libertad en toda América Latina”. En una
ocasión Braden armó que se oponía a la intervención extranjera en los
asuntos internos de las naciones, pero cuando se trataba del comunismo
–un problema internacional–, la pasividad era signo de debilidad. Eran
los años más crudos de la Guerra Fría, la punzante rivalidad entre Es-
tados Unidos y la Unión Soviética, país que apoyaba los alzamientos y
gobiernos de izquierda en América Latina.
Los tres capítulos siguientes muestran un observador perspicaz del país
a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Dan noticias sobre las re-
laciones exteriores y las inversiones extranjeras. No escasean los trazos
de algunas guras de la política y la cultura de interés para sociólogos e
historiadores. Los analistas David Bushnell, Stephen J. Randall y James
D. Henderson se sirvieron de ellos y de sus informes al Departamento
de Estado en sus estudios sobre las relaciones Colombia-Estados Unidos
durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado.
Braden dejó una estela de imposición, pompa y alarde del poder esta-
dounidense en los destinos de Iberoamérica.
Gonzalo Cataño
* * *
CAPÍTULO XXII
1
En abril de 1937 Sumner Welles me escribió que el presidente
quería que yo fuera a Colombia, donde la representación ten-
dría el rango de embajada. Y subrayó que no era un cargo común y
corriente sino una tarea difícil.
Apenas necesité que me lo dijera. Ante la inminencia de la guerra
en Europa, la aerolínea alemana  en Colombia era una amena-
za potencial para el Canal de Panamá. Había visto lo suciente de las
compañías Cóndor y Lufthansa y de sus operaciones en Suramérica, y
sabía bastante de las intrigas y las esperanzas alemanas de una nueva
guerra en el Chaco, para considerar la situación de  tan grave
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que un embajador debía enfrentarla. Los acontecimientos mostraron
que tenía razón.
Otros problemas incluían las deudas colombianas, nacionales y
locales, con tenedores de bonos estadounidenses, todas en mora, y los
de los intereses estadounidenses en petróleo y energía. Cuando llegué
a Washington a nales de 1938 hice lo que había hecho antes de ir
a la Conferencia del Chaco: pedí los archivos del Departamento de
Estado sobre todos los temas que me parecían importantes respecto
a Colombia. Me asignaron un cuarto con una larga mesa en la que
solía tener pilas de documentos de hasta 60 centímetros de altura,
para disgusto del personal, que jamás había visto algo semejante. La
costumbre era que un embajador, de carrera o no, asignado a un nuevo
cargo viajara a Washington, visitara al presidente y al secretario de
Estado, fuera agasajado por el jefe de misión del país al que iba a ir
e hiciera una revisión supercial de cualquier asunto que le pidiera
examinar un secretario del gabinete o una rma comercial: en suma,
su vida entre cargos era ante todo social.
Cuando me convertí en subsecretario de Estado cambié eso. Todo
funcionario que iba a una de las repúblicas americanas, como em-
bajador o de menor rango, era informado a fondo de los problemas
y la política, primero por un secretario, luego por el subdirector y el
director de la ocina. Después yo tenía una o más sesiones con él,
para repasar punto por punto y subrayar la política. Solo entonces le
permitía viajar al país. Los hacía trabajar. Esa me parecía la preparación
obvia para un nuevo cargo; pero era casi inaudita en el Departamento,
y las demás secciones no adoptaron el plan mientras estuve allí. Mi
sistema hoy se ha generalizado.
Además de estudiar los archivos sobre Colombia hablé con re-
presentantes de compañías estadounidenses que tenían inversiones o
negocios en el país. No tuve que buscarlos; acudieron en tropel a verme.
Y la Cámara de Comercio Colombo-Americana, que representaba a
las empresas con negocios o intereses en Colombia, me dio un gran
almuerzo en el Club de Banqueros de Nueva York.
La Sociedad Panamericana me honró con una gran cena, para la
cual alquiló el Biltmore Roof. Allí conocí al famoso Capitán (“Cap”)
Torkild Rieber (q.e.p.d.), presidente de la junta de la Texas Oil
Company, quien después se vio obligado a renunciar por su presunta
asociación con el doctor Gerhard Westrick, agente de Hitler. Rieber
hizo una gran fortuna construyendo barcos para Estados Unidos
durante la guerra. En la cena, G. Butler Sherwell, que acababa de
volver de España, felicitó a Rieber por haber suministrado a Franco 5
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