Del empresario fundador al directivo asalariado: el surgimiento del administrador en Occidente /FROM THE FOUNDING ENTREPRENEUR TO THE MANAGER ON A SALARY: THE RISE OF MANAGERS IN THE WESTERN WORLD /DO EMPRESARIO FUNDADOR AO DIRETOR ASSALARIADO: O SURGIMENTO DO ADMINISTRADOR NO OCIDENTE /DEL EMPRESARIO FUNDADOR AL DIRECTIVO ASALARIADO : EL SURGIMIENTO DEL ADMINISTRADOR EN OCCIDENTE. - Libros y Revistas - VLEX 870125201

Del empresario fundador al directivo asalariado: el surgimiento del administrador en Occidente /FROM THE FOUNDING ENTREPRENEUR TO THE MANAGER ON A SALARY: THE RISE OF MANAGERS IN THE WESTERN WORLD /DO EMPRESARIO FUNDADOR AO DIRETOR ASSALARIADO: O SURGIMENTO DO ADMINISTRADOR NO OCIDENTE /DEL EMPRESARIO FUNDADOR AL DIRECTIVO ASALARIADO : EL SURGIMIENTO DEL ADMINISTRADOR EN OCCIDENTE.

AutorJurado, Juan Carlos Jurado

Introducción

Este artículo tiene por objeto exponer la conformación histórica de la función administrativa y del administrador durante la Revolución Industrial (1780-1900) en Europa occidental y los Estados Unidos de Norteamérica. A pesar de la importancia de la función directiva en la teoría administrativa (TA) y en las dinámicas organizacionales, los textos básicos, por su pragmatismo/funcionalismo, no problematizan su formación histórica y determinantes sociales. Para superar este vacío, desde la historia, en confluencia con la perspectiva interdisciplinar de los estudios organizacionales (EO), se ofrece una revisión crítico-hermenéutica de diversa bibliografía, para entender al administrador asalariado como elemento constitutivo de la organización y sus determinantes históricos.

Aunque Max Weber llamó la atención sobre la importancia de las organizaciones estatales, militares y eclesiásticas, no profundizó en las organizaciones empresariales del siglo xx. De allí la pertinencia de estudiar literatura centrada en el fenómeno industrial que caracteriza la modernidad como un mundo "dominado por una lógica de organización--(fábrica/empresa)--, [debido a que] este tipo de organizaciones fue el foco de atención de los primeros estudios organizacionales" (Tello, 2018, p. 84) a partir de las propuestas fundacionales del norteamericano Frederick Taylor (1865-1915) (Principios de la Administración Científica, 1994 [1911]) y del francés Henry Fayol (1841-1925) (Administración Industrial y General, 1994 [1916]).

En igual sentido, Reed (2017) indica la pertinencia de lecturas históricas para comprender la configuración teórica de los EO: "Así, las raíces históricas de los EO están profundamente integradas a un conjunto de escritos que adquirió ímpetu a partir de la segunda mitad del siglo XIX" (p. 41). Coincidente con ello, en el desarrollo de los EO, Ibarra-Colado (1999) concibe una "etapa preorganizacional" (1870-1925), cuando emergieron los problemas de organización propios de la empresa moderna, que expresan la transición de la organización del trabajo, del taller artesanal, a la fábrica mecanizada. Esta etapa, en la que se centra este artículo, está definida por los desarrollos de la administración sistemática o científica, marcada por un "primer ciclo de racionalización". Los vínculos entre la TA y los EO no son meramente contextuales, pues su mutua constitución supone los mismos basamentos epistemológicos. Así lo sugiere Muñoz (2017) al señalar que, a pesar de que los EO han construido miradas críticas y comprensivas sobre el fenómeno organizacional, comparten un "continuum epistemológico [con las] prescripciones y teorías administrativas--TA--[que tienen un carácter] doctrinario" (pp. 869, 876).

Este artículo es un texto de síntesis sobre la conformación histórica de la administración y del administrador (orientado a estudiantes), dado que los manuales de la disciplina, por su naturaleza antiintelectual, no lo ofrecen, como si su prescripción organizacional lo explicara (1). Se brinda una mirada de larga duración acerca de la emergencia histórica del directivo asalariado, desde la Revolución Industrial (1780-1900), pues la enseñanza de la TA asume su formación con los planteamientos de Taylor y Fayol, cuando se trata de procesos históricos que se retrotraen a un siglo atrás. También se sugieren los desarrollos burocráticos de la organización empresarial capitalista, la codificación escrita de que fueron objeto sus prácticas administrativas como TA, y su configuración como una profesión moderna. Se insinúan diálogos con los EO a fin de superar el funcionalismo imperante y ampliar el campo de comprensión de la TA (Ibarra-Colado, 2006; Gonzales-Miranda, 2014; Gonzales-Miranda & Rojas-Rojas, 2020; Pineda, 2018).

En los inicios de la Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, los procesos productivos se transformaron profundamente, dando paso a las primeras organizaciones productivas modernas (fábricas), para aglutinar la mano de obra y los factores productivos en un mismo espacio, con el fin de producir bienes y servicios a una escala sin precedentes. Para lograrlo, se intensificó la división del trabajo, la mecanización, la inversión de capitales y los métodos de control sobre los obreros por parte de una dirección centralizada (2). Por ese entonces, la propiedad y la administración de tales organizaciones recaían en un mismo individuo o familia, encargado de la articulación racional y eficiente de los factores productivos. El mayor uso de ciencia y tecnología y la necesidad de someter a los trabajadores para evitar el derroche de tiempo y recursos--ajustando los movimientos de la mano de obra con la de las máquinas--exigió asumir de una forma inédita los problemas de administración del nuevo complejo organizativo fabril (Ashworth, 1978; Bendix, 1956). Este no se podía gestionar solo con el instinto del empresario y, por ello, su administración se convirtió en un problema tecnocientífico, que requería de la racionalización de los procesos productivos (3).

De esta manera, el positivismo marcaría el nacimiento de los EO, consistente en que la civilización industrial sería gobernada no por hombres, sino por principios científicos, basados en la naturaleza de las cosas y no en la voluntad humana, de modo que la emergente "sociedad organizacional" prometía resolver los problemas humanos sin tener que acudir a lo político (Wolin, citado por Reed, 2017). La legitimidad de la ciencia para regir los destinos de la sociedad se basaba en la idea positivista de progreso, sustentada por el dominio que aquella permitía sobre la naturaleza y en su supuesta capacidad para responder a la "lógica de organización" que, se pensaba, "dominaba a la sociedad". Esta idea ha definido los fundamentos epistemológicos de los EO, en tanto considera que las funciones asignadas a los individuos definen su ubicación socioeconómica, su autoridad y la explicación de su ontologia asimilada a sus roles funcionales (Reed, 2017).

Las lógicas instrumentales del capitalismo, en que estaba comprometida la ciencia, propiciaron la irrupción de la administración como un "conjunto de prácticas por las que el capital, como forma de las relaciones sociales de la modernidad, organiza la fuerza de trabajo y el proceso de trabajo mismo a los fines de acumulación capitalista" (Zangaro, 2011, p. 15). En confluencia con esta perspectiva, la sociología del trabajo de corte marxista explica el nacimiento de la organización fabril, no como una necesidad evolutiva para lograr un complejo mecánico más eficiente, sino como resultado de las relaciones de poder entre capital y trabajo. Con ello, la división del trabajo entre quienes lo planean y quienes lo realizan garantiza al empresario la dirección y control de la producción y la máxima rentabilidad del capital (Braverman, 1978; Coriat, 2000; Uricoechea, 2002).

De esta forma, la función administrativa del proceso productivo tomó forma como control de este, e implicó la imposición de la división del trabajo fabril, fundando la separación entre trabajo manual e intelectual. Con esta estructura jerárquica, la organización fabril, como sistema de producción, se propagó en Inglaterra desde la década de 1840 y desplazó las organizaciones premodernas artesanales basadas en los oficios, cuyo ejercicio estaba ligado a habilidades personales intransferibles (Hobsbawm, 1982). Así quedó establecida la subordinación laboral como la médula del trabajo asalariado, sobre el cual llamó la atención Karl Marx. Es esta relación entre patrón (capital) y obrero (trabajo) la que funda el complejo administrativo organizacional, según lo recuerda Cruz (2018): "en cuanto la espina dorsal de la organización es la relación de subordinación en el trabajo, y en cuanto esta relación de subordinación es el objeto sobre el cual recaen, de manera central, las técnicas y los dispositivos de gestión" (p. 19). En tal sentido, y como lo han develado los EO, los desarrollos teóricos primigenios de la TA se fundan en una relación social de dominación, y no son para nada objetivos ni neutros como lo proclaman sus discursos, pues están comprometidos con las relaciones de poder que les garantizan a los directivos la "monopolización del conocimiento" en las organizaciones y, en la civilización industrial, su dominio (Reed, 2017) y separación del pueblo raso, con sus saberes cultos.

Durante el siglo xix, en pocas fábricas se atendían los problemas administrativos, ya que la mayoría se resolvían de forma empírica (Ashworth, 1978). En este contexto tomó forma el rol administrativo, como resultado de la confluencia entre ciencia, tecnología, capital y trabajo para lograr una progresiva escala de producción. Además, la competencia y el crecimiento de los mercados obligaron a un mayor tamaño de las organizaciones industriales; la ampliación de las operaciones creó diversos problemas de coordinación, y los grandes riesgos de las inversiones forzaron "a los empresarios a ser más racionales y a proyectar sus acciones a largo plazo por medio de la planeación" (Wren, 2008, p. 77).

Las relaciones jerárquicas de producción entre empresarios y obreros fueron legitimadas por el liberalismo, como la relación entre individuos cuyo bienestar dependía de su propio esfuerzo personal y no de la solidaridad. En Inglaterra, tales ideas se extendieron hacia 1860-1880, cuando se configuró una "ideología empresarial" que fundó el desarrollo de la sociedad industrial, definiendo los marcos normativos para las unidades organizacionales a gran escala.

Como lo propone Bendix (1956), tal ideología definió los intereses del empresariado, y le dio aceptabilidad a su autoridad para buscar la identificación entre obreros y organización empresarial. Este sistema de ideas la encarnaban las nuevas narrativas gerenciales y los directivos especialistas en las funciones de mando y control, bajo formas racionales, metódicas e impersonales adecuadas a las nacientes corporaciones...

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