La fragilidad del pasado - 27 de Abril de 2014 - El Tiempo - Noticias - VLEX 508169026

La fragilidad del pasado

La Feria quiere enfatizar la importancia de reconocer el pasado como una posibilidad de construir el presente.

Qué frágil es el pasado. Ahora mismo, mientras usted lee este artículo, hay miles de personas en el mundo entero dedicadas a negar que el Holocausto judío haya sucedido jamás. Ningún acontecimiento de nuestra historia reciente, y pocos de nuestra historia a secas, ha hecho correr más tinta que el asesinato de seis millones de judíos como parte de la llamada ‘solución final’; hay al respecto kilómetros de videos y grabaciones de distinto tipo, así como las confesiones de varios perpetradores; y sin embargo el negacionismo, como el dinosaurio de Monterroso, sigue ahí. Hace apenas ocho años que Mahmud Ahmadineyad acogió en Irán una ‘Conferencia internacional para revisar la visión global del Holocausto’; hace seis años, el obispo católico Richard Williamson decía en televisión que ni un solo judío había muerto en cámaras de gas, y eso por una razón sencilla: las cámaras de gas nunca habían existido. Podemos tomar otros ejemplos. Stalin trató de borrar a Trotski de la memoria soviética: no solo asesinándolo, sino eliminando su imagen de las fotografías y su nombre de las enciclopedias. El photoshop de ahora es igual de útil: los revisionistas contemporáneos del estalinismo comienzan por corregir, en las fotos del líder, la piel dañada por cicatrices de viruela; a partir de ahí es más fácil sostener que Stalin, en realidad, no fue culpable del Gran Terror ni responsable de veinte millones de muertos. Y se pavimentan los caminos para que venga un culto como el que se le tiene en la Rusia de Putin. Hubo un tiempo feliz en que la memoria era un asunto íntimo. Uno lee a Platón o a San Agustín, a Montaigne o a Proust y se da cuenta de eso con cierta nostalgia. Platón compara la memoria con un bloque de cera en el cual va quedando impreso lo que sabemos o experimentamos; Proust hace una suma de la condición humana en 3.000 páginas sacadas de la lectura de Bergson y de una magdalena mojada en té, y nos hace preocuparnos durante un buen rato por el hecho de que el lunar de Albertine cambie de ubicación en los recuerdos. En esos tiempos previos a los totalitarismos del siglo XX, la idea de memoria no era pública, no era política. Por supuesto que los poderosos reformulaban la historia cada vez que podían o necesitaban; por supuesto que cada civilización victoriosa tenía entre sus privilegios el de arrasar con la civilización precedente. Pero...

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